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—Señor Green.

Pese a que todo su cuerpo yace adentro y el agua caliente humedece todo alrededor, sé que algo está mal y me hace sentir con la boca seca, no sé en qué momento la situación se puso tan complicada como para permitirle entrar mientras me estoy duchando, pero hago un esfuerzo por no dejar que caiga mi toalla.

Él se lleva las manos a la bragueta que se le levanta como una montaña en medio del campo. Un campo salvaje y cargado de elegancia en partes iguales.

—¿Qué sucede? Sólo será algo rápido—asegura, con un oscuro mar inundando sus ojos al mirarme.

—Yo...estoy desnuda. Solo llevo...una toalla.

Puedo ver la manera en que traga grueso y sus ojos se pasean de extremo a extremo por todo mi cuerpo.

—Lo sé—asegura.

—Y prefiero hacerlo...estando un poco más cómoda, ya sabe. Para poder concretar bien mi trabajo.

—¿Qué?

Parece confundido. Su bragueta está a punto de liberar su miembro "erecto" y no es mi intención jugar con sus ilusiones y con sus sentimientos.

—Rayos, entonces no quieres—asevera, sin dejar de observarme.

—No puedo...de esta manera.

—Está bien.

Escucho el sonido de su bragueta subirse nuevamente.

Y no quiero que se enoje, pero realmente parece frustrado. Por todos los cielos, van dos días en esta casa y ya siento que estoy haciendo todo mal, me prometí ser empática con su situación y es lo único que no estoy haciendo.

Me atrevo a sujetar la toalla con mis axilas y a detenerlo con una mano sobre su hombro izquierdo antes de que salga.

Sorprendido ante mi tacto, se vuelve en mi dirección.

—En verdad que quiero hacerlo, pero no me siento muy concentrada en estas...condiciones—le explico.

Parece que algo en su gesto se enternece.

Con una mano bajo mi barbilla atrae mi rostro hacia él y reposa un cálido beso sobre mi frente que me llena de ternura.

Una vez que se aparta, abre lentamente la puerta y me dice antes de salir:

—Avísame cuando estés preparada para recibirme. Quiero sentirte estando dentro de ti, Megan.

Y se va.

Mi cabeza elucubra dos posibilidades mientras estoy ya acostada en la cama y la alarma del móvil lista para sonar por la mañana.

La primera de ellas es que si rodeo con mis manos el aparato reproductor masculino de Christopher, no estaría él "dentro" de mí, es como si lo fuera ya que haría una casita o un refugio con mis manos ante la cilíndrica forma de su miembro. Bueno, ni tanto porque es un poco torcido hacia el costado.

La segunda opción es acceder a la idea que le recomendó el médico y es el tratamiento que quizá tía Margaret debiera cumplirle, pero ha de estar muy apenado como para pedírselo a su esposa. Yo creo que el amor se basa siempre en la confianza hacia la otra persona, es lo que veía en mis padres, una confianza ciega e incondicional el uno por el otro. Pero el señor Green me lo pidió a mí. Me pidió hacer eso de masajear su pene con mi boca y supongo que es por la humedad y por las posibilidades de succión que puedo llegar a disponer. ¿Qué clase de persona soy?

Busco en mi móvil la pestaña de Google y coloco la palabra "masaje" para luego atreverme a escribir completo "masaje de pene". ¡Ay, no puedo creer que esté haciendo esto! Siempre supe que en internet hay gente mala que sube y hace cosas malas, pero en esta ocasión, creo estar advertida de que no me tengo que creer todo lo que vaya a encontrar, aunque sí lo suficientemente cuerda como para no hacer cualquier clase de búsqueda.

Trato de saltarme imágenes explícitas, solo me concentro en asuntos de carácter explicativo para mis nociones en el asunto y ser una buena chica que cumpla con lo que mi jefe está pidiéndome, quien de paso, es algo así como un tutor en mi vida.

Mis manos se cierran alrededor de mis caderas bajo la sábana y mi mente comienza a divagar recordando con detalle el miembro del señor Green.

Los estímulos visuales me hacen pensar en su grosor, en esa perla de humedad que se cernía antes de metérmela a la boca en el auto, en la extraña sensación de...¿necesidad? que me dejó invadida luego de no haber podido cumplir con mi cometido.

Mis dedos se dirigen bajo el pantalón del pijama bajo las sábanas y observo en dirección a la puerta que he dejado abierta.

Quizá debo seguir completamente las indicaciones de Margaret y preservar mi privacidad al cerrarla, pero tampoco quiero que se den cuenta de las cosas que hago en la oscuridad de la puerta hacia adentro.

Mi respiración se acelera y guardo rápidamente el móvil tras tocar la piel de mi entrepierna. Estoy entre aterrada y horrorizada de mí misma.

¿Qué fueron esas sensaciones que me invadieron al pensar en el señor Green? ¿Por qué hay algo que me hace retorcerme en la cama de solo hacerme a la idea de ayudarle? ¡Está padeciendo y yo disfrutando de esto! ¡Soy una persona horrible!

Tras guardar el móvil, intento concentrarme en dormir.

Pero a lo largo de la noche, en cuanto he pegado los ojos, la imagen de su verga durísima vuelve a aparecerse en mi cabeza lista para metérmela en la boca.

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora