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—Voy a salir—digo, determinante.

Pete parece preocupado, pero esta vez por mi bienestar. Su capacidad de servicio hacia mí ha sido lo suficientemente coherente como para saber ahora que mucho no le interesa su jefe sino que quiere que yo esté bien.

Además, porque si sucede algo, pone la queja a Richard y de la misma manera que le hizo ingresar en la compañía, podría salvarle ante algún inconveniente por el amor que ambos se tienen.

—Megan, llamaré a la policía, no tienes de qué preocuparte—especifica mientras el señor Green sigue pegado al timbre allá abajo.

Niego sacudiendo la cabeza y le tomo las manos:

—No tienes que hacerlo. Hablaré con él y regresaré a la casa... No era mi intención meterte en problema alguno, cielo.

—¡No está bien lo que este tipo te hace!

—Pero no parece haberte tomado por sorpresa, ¿verdad?

Abre la boca y termina dando un suspiro agitado para reconocerme finalmente que el señor Green mantiene una vida bastante cochina al parece:

—No, Megs, no me sorprende.

—Bien, entonces, voy a ir—correspondo, pese a que mi padre me pidió quedarme en casa de "alguna compañera de trabajo".

—Le haré subir y si intenta llevarte por la fuerza o hacerte daño te protegeré—me promete Pete.

Intento evitarlo, pero nome parece un mal plan. ¿Qué tan buena idea sería quedarme a solas con Christopher Green? ¿Me haría daño? ¿Me obligaría a hacer algo que yo no quiero hacer?

—Bajemos, ¿sí? Los dos—le propongo y conviene con una afirmativa. Acto seguido, Pete toma el teléfono del portero eléctrico y le avisa a nuestro visitante:

—Señor Green.

—¡Pete! ¡Pete, abre la puerta, demonios!

—Enseguida bajamos, con Megan.

Y cuelga.

Me armo de valor y tomamos el camino en cuestión hasta finalmente llegar a la planta baja del edificio en el ascensor y, en cuanto el portón se abre, el señor Green lo empuja y se mete como una bala, envolviéndome en sus brazos fuertes, mientras Pete se mantiene apenas un paso por detrás.

—¡Caray, Megan, estás bien!

Su perfume llena mis pulmones al mismo tiempo que los pectorales firmes palpables en su cabeza apenas prendida en dos botones se vuelven un tentador hogar para mí, o más bien, algo similar a una prisión.

—S...sí, señor Green. Q-qué es lo que qui-quiere.

Él se aparta un poco, rodeando mis mejillas con sus enormes manos que podrían envolverme la cabeza entera.

Parece estar a punto de darme un beso, sin embargo se contiene y observa en dirección a mi amigo.

—Por favor, no le haga nada, señor—le pido de inmediato—. Él solo ha estado acá para ayudarme.

Pete se mantiene firme en su lugar, pero no emite una sola palabra. Basta su presencia para hacerle saber a nuestro visitante que no está dispuesto a ser su simple empleado en su propia casa.

—Gracias—le suelta el señor Green para mi sorpresa—. En verdad, gracias. Fuiste un chico muy gentil al recibir a mi Megan en tu hogar, sacándola de divagar en la calle, gracias por protegerla.

Parpadeo, atónita.

—No—se mete Pete—, no se debe agradecer porque no creo estar haciendo las cosas bien si permito que esté con usted ahora, señor Green.

—Lo solucionaremos como caballeros—promete, y no llego a entender a qué se refiere, pero luego se vuelve a mí—. Ven al auto conmigo, Megan. Vámonos.

—No—se mete Pete—. Ella no se puede ir, llamaré a la policía.

—No te atreverías. No hay necesidad de hacerlo más difícil, sólo déjala en paz conmigo y olvídate de todo—suma Green—, estoy intentando resolver esto de la manera más diplomática posible,

—¡No tiene nada de diplomático perseguir a Megan por la fuerza!

—Eso no quiere decir que la tendrás para ti, pendejo—. Acto seguido afloja su fuerza y enfrenta cara a cara a Pete, pareciendo olvidarse que está en sus obligaciones el hecho de mantener la cortesía en casa ajena—. No puedes tenerla, no podrás tenerla jamás, eres un pendejo, no un hombre. ¡Aún te queda mucha vida por recorrer!

¿Es que piensa que Pete me ama o que tiene pretenciones conmigo? Jamás lo sentí así de su parte, pero si no fuese gay, sin duda que lo tomaría como grandísima opción para formar pareja algún día.

Sin embargo, no alcanzo a explicarlo ya que él mismo no lo hace y en su lugar, Pete le canta las cuarenta a la cara a su jefe:

—Puedo ser un pendejo, pero no un viejo cochino que mete putas VIP en la oficina con la excusa de que es una mujer de negocios ni me aprovecho de la chica a la que le ofrezco asilo y trabajo, cochino cabrón.

Entonces todo sucede muy rápido.

Primero el señor Green sacude a Pete de un puñetazo, intento apartarlo de él, pero se mantiene impasible como una roca, de pie, a orillas de la calle. La declaración de Pete hace que aparezca en mi cabeza como un relámpago a esas "mujeres de negocios" muy atractivas que a veces le visitaban a mi jefe. No obstante, la prioridad de mis pensamientos ahora mismo yace en evitar que le siga haciendo daño por lo que me interpongo entre el cuerpo de Pete tirado en el suelo y el de la bestia que yace completamente enfurecida como jamás creí que podría verle en mi vida, de pie, clavado al suelo como una roca mientras le pido que no siga haciendo daño.

—¡Que sea la última jodida vez que te atreves a decir algo así!

—¡Basta!—le pido.

—No, Megan, esto no ha terminado.

—¡Me iré contigo, pero deja de hacerle daño!

Pete advierte desde el suelo mientras intenta ponerse de pie. Un hilo de sangre cae desde una de sus fosas nasales y le mancha la boca, los dientes.

—Megan, si este cabrón te lleva contigo te juro que pondré una denuncia a la policía, métete a la casa.

—No, Pete. No—me pongo firme, volviéndome a él—. ¡Mírate cómo estás! Por favor, déjame solucionarlo. Yo te metí en esto y no quiero que debas ligarte más problemas de mi parte. Entra en la casa y ponte hielo en el labio antes de que comience a levantarse la hinchazón.

—Megan...

—Ve, por favor. Estaré bien.

Pete asiente.

Finalmente el señor Green me sujeta de la cintura y sin permitir que Pete se marche, sigo caminando a horcajadas con el gesto pidiéndole disculpas a mi único amigo para luego desaparecer en el interior del coche de mi jefe. De mi tutor. De mi "papi", mi "tío". El amigo de papá.

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora