—Debería de verlo un médico—le digo.
Él suspira con una agitación inmensa mientras tomo su "verga" con dos dedos y comienzo a hacerle masajes. Luego recuerdo que debía hacerlo con toda la mano y procedo de esa manera.
—Lo siento, se me había olvidado—confieso.
Entonces descubro que su sensible piel se torna un poco rasposa con la mía y nada sería mejor que un poco de crema humectante o un gel con esos que hacen masajes en las películas.
Una vez tomé un masaje, era una chica masajista que atendía en un centro de spa con un día de relax que me regalaron.
—¿Por qué te detienes?—me pregunta, sin dejar la agitación de lado. ¡Esta extraña afección también le acelera el ritmo cardíaco y la respiración, cielo santo, le dará un paro si no lo ayudo!
—Porque no quiero hacerle daño, cuando lleguemos a la casa le pediré prestada crema a tía Margaret y le pondré para que no hacerle daño en la piel. Ya se ve muy abierta en la punta, eso podría ser dañino.
—Descuida—confiesa—. Tengo... Tengo una idea mejor.
—¿Sí? ¿De qué se trata?
Su mano se desliza por mi cuello y acaricia mi cabello por encima de la nuca. ¡Es tan generoso! Solo piensa en mi bienestar y en mi comodidad aún en los momentos que más padece.
—Podrías ponerle saliva. Estará más suave.
Abro grandes los ojos.
¡Eso es una cochinada!
—Señor, no—le digo y el "no" parece llegarle como una herida a los oídos.
—Entiendo, está bien, no harás algo que no quieras.
—La saliva no está bien, es una falta de respeto de mi parte.
El tigre vuelve a encenderse en su mirada.
—¿Eh?
—Que la crema será más elegante.
—No tienes que pedirle nada a Margaret.
—Descuide, yo no le confesaré para qué es. Diré que solo es para mis manos, hasta que compre una. Tengo entre mis cosas, pero creo que no vendrán al caso, no sirve para masajes, sino acné y cosas de mujeres.
—Descuida, la saliva ayudaría en esta emergencia.
—¿Es una emergencia?
Él asiente y señala su miembro como un mástil.
—Sí, mira.
—Oh, es verdad. Soy una persona muy desconsiderada.
Evalúo de qué manera voy a escupirme las manos sin que me haga quedar en ridículo delante de él.
—Pero no me mire—le pido.
Me acerco las manos a la boca y él me detiene:
—No, así no.
—¿Qué?
—No hagas eso. Mejor... Con tu boca.
—¡¿QUÉ?!—no puedo evitar contener una carcajada—. Esto... No lo sé... Es muy gracioso, perdone.
—¿Gracioso? ¿A qué le ves la gracia?
Caray, lo siento tanto, él acá sufriendo y yo echándome a reír creyendo que estaba haciendo una broma.
Si sabe que así se hace, es porque el doctor lo indicó.
—No volverá a suceder—le prometo—. ¿Usted...está seguro de que esto le ayudará?
—Completamente, cariño.
Su tono afectuoso me llega al corazón. Así que asiento y saco mi lado con coraje altruista, afirmándome contra el borde del asiento, para que mis manos no invadan aún más su espacio personal y, con su mano empujándome desde la nuca, me acerco a su punta gruesa, dejando caer un hilo de saliva en él. Este ya tiene una gotita de cristal en la que impacta mi propia humedad.
El señor Green sufre, el señor Green me ayuda, entonces el señor Green es un hombre bueno que merece mi secreto.
Sin embargo, en cuanto mi boca se abre para recibirlo, un móvil comienza a vibrar y a su lado, encendiendo el tablero por conexión bluetooth en una llamada.
—Mierrrrrrrdaaaaa—suelta él esta palabrota.
Me aparto y observo el tablero.
—Atienda, no hay problema, luego seguimos—le prometo.
—Sí, por favor—condice—. No menciones nada de esto, ¿sí?—me pide.
Yo le sonrío y hago la señal de que mi boca tiene una cremallera que se cierra, le pongo un candado al final y arrojo la llave invisible hasta la parte de atrás del auto. Ji, ji, ji, que loquilla que soy.
Él me mira, esboza una sonrisa honesta. Luego niega con un movimiento de cabeza y atiende presionando un botón en su tablero delante de sus ojos.
Emite un suspiro agudo al responder:
—Sí, amor.
¡Es la señora Green!
—Cielo, ¿estás bien?—pregunta ella.
—¿Por qué lo preguntas?
—Nada, llamé a tu oficina y me dijeron que había salido hace ya una media hora o que eso debiera haber sucedido, ¿sucedió algo?
No estamos lejos, de hecho, con tráfico y todo, las conexiones de avenidas hacen que en diez o doce minutos estemos en casa.
—Me demoré un poco—dice él y yo le sonrío—. Pero ahora llegaré, pasaré por la cena, ¿sí?
—Oh, es que por eso mismo te llamaba. Mis amigas vendrán a comer a casa porque celebraremos que Faith tendrá una niña.
—¿Es una niña? Vaya, felicitaciones.
—Sí. ¿No te molesta? Tú y Megan pueden cenar con nosotras, será fabuloso presentarle nuestra brillante chica a mis amigas.
—¡Por supuesto que estaré encantada de ser parte de ese momento, señora Green!—le digo, rompiendo silencio.
—Oh, estás con ella ahí.
El señor Green me mira y parece haber preocupación en su semblante. ¡Cielos! He sido una maleducada, cómo se me ocurre interrumpir una conversación privada con su señora esposa.
—Sí, ya vamos camino a casa, cariño—contesta y me hace sentir un poco confundida que a ambas nos siga "cariño", pero me genera una risita también.
—Oh, fabuloso. ¿Puedes pasar a buscar bebida? Queda vino y agua tónica en casa. Ya sabes, el embarazo y eso... Nada de alcohol.
—Comprendo—afirma—, deja que estaremos ahora allá.
—Fabuloso. ¡No tarden! ¡Les quiero!
—Nosotros a ti, cielo. Ahora vamos.
En cuanto cuelga, descubro que su verga ahora se esconde nuevamente dentro de su pantalón.
—Debemos irnos—sentencia—. Recuerda no decir nada de esto, ¿sí?—me pide.
Yo le sonrío y le señalo el asiento de atrás.
¡He perdido la llave invisible que mantiene guardado nuestro secreto!
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El Socio de Papá
RomanceMegan acaba de terminar sus estudios de bachillerato y quiere ayudar a su familia antes de empezar la universidad. Su madre acaba de morir y su padre está con graves problemas en el negocio familiar. Sin embargo, recibe una prometedora propuesta que...