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No estoy acostumbrada al lujo que encuentro en esta ciudad, y el Empire State no es en absoluto lo que creía en mi cabeza, todo es muy diferente a lo que suponía que tendría que ser, de hecho aquí estoy frente a Pete buscando en mi cartera algún billete para pagar mi entrada al mirador del edificio.

Sin embargo, el chico que me trago me detiene con una mano en alto y me indica con determinación:

—Descuida, por favor, no hagas eso. Yo me encargo.

—¿Qué? Pero...

—Por favor, yo te invité a esta salida, Megs.

"Megs". Me ha llamado de la misma manera que rara el señor Green me suele decir cuando estamos en la empresa.

Mi mente exige una advertencia de "este chico se está pasando de confianza contigo, chica". Quizás es solo una mala suposición.

—Oh, Pete, te juro que te lo devolveré—le aseguro.

Aun estoy esperando a que se termine la quincena para mi primer sueldo, el cual solo cubriría una parte de la deuda que tendré con el matrimonio Green por todo lo que han hecho por mí, incluida la opción de acceder a una educación de calidad en la carrera de mis sueños en una universidad muy prestigiosa que atrae la atención de estudiantes de todo el mundo.

—Descuida, otro día pagas un café—me propone con una sonrisa como si fuese una broma lo suyo.

Oh, un momento, ¿acaso está insinuando que nos volveremos a ver?

—O unos tragos—añade, luego llevándome hasta el interior del elevador donde aguardamos que venga a buscarnos y me invita. Es todo vidriado lo cual implica una transparencia importante para poder tener una visión panorámica de trescientos sesenta grados, inclusive techos y piso.

—No veo justo que se deba pagar tanto solo para acceder a un elevador.

—No es cualquier elevador.

—Pues sí, este tiene mucho vidrio.

Entonces comenzamos a subir más y más en la torre hasta pasar determinados pisos y sentirme la reina del mundo entero por la panorámica que tenemos. Una familia de dos mamás y un nene que traen en brazos de unos dos años se quedan pegados a los costados observando con atención. Hablan en español lo cual me hace pensar que han de ser latinos, aunque no conozco mucho de acentos extranjeros y nacionalidades.

—Santo cielo—murmuro, observando en alguna dirección imprecisa ya que todo parece demasiado magnífico. Voy hacia un lado luego a otro. Mi móvil vibra un poco en el bolsillo de mi chaqueta, pero lo ignoro, este momento me exige observar con atención lo que pasa alrededor—. Esto es...

—No es solo un elevador.

—Mira lo que son esas luces, todo esto, vaya, ¡es como si me colocase de inmediato por encima de todas esas personas! ¡Qué pequeños se ven! Me hace pensar en la primera vez que viajé en avión.

—Suele ser la sensación, darnos cuenta de cuán pequeños somos—conviene él—. En avión suele dar esa impresión hasta que luego haces unos cuantos vuelos y ya no asombra tanto, pero esto es fabuloso cada que se tiene la oportunidad.

—¡Ja! Solo una vez viajé, pero si tu dices, espero tener esa suerte como dices.

—¿Una vez?

—Claro, para llegar a Nueva York.

—Wao—dice asombrado y luego se pone osado al incorporar una mano sobre mi hombro derecho a fin de que me voltee y observe en la dirección de que la familia que tenemos de compañía en el enorme elevador donde se extiende a lo lejos una densa cortina de agua—. Ves en esa dirección... Hacia allá está la estatua de la libertad, la mujer de la antorcha que nos regalaron los franceses. Iremos a verla en alguna ocasión, imagino que aún no habrás tenido oportunidad de conocerla.

—Pues... No. Cielo santo, Pete, esto es fenomenal.

En sus ojos yace una chispa de alegría al verme, en los míos también, todo es fabuloso estando al lado de la compañía adecuada.

Es un hombre bueno, llego a la conclusión, notando que pese a la cercanía que intenta mantener, no pierde su calidez. Ya bajando, observa su móvil y frunce el entrecejo, parece que algo está extraño.

De mi parte intento aprovechar cada segundo acá arriba, sé que vivo en esta ciudad pero no sé cuándo vaya a ser la próxima oportunidad de pasar por una situación como esta, donde no tengo nada que ver en lo que implica el tiempo libre, estoy acá para estudiar y para trabajar.

Margaret me ha permitido esto, pero sólo será de paso, nada fijo que deba atender ante esta clase de situaciones, ella no tendrá de qué preocuparse, no voy a ser una de esas chicas que se muda y se agarra la peda al primer fin de semana.

Vuelvo al gesto de Pete. Algo está extraño.

—¿Va todo bien?—le pregunto.

Y miro mi móvil también.

Pete se vuelve a mí:

—¿También te estuvo llamando a ti?

—Sí, ¿qué sucederá?

—No lo sé.

Basta estar ya con un pie fuera del elevador junto a Pete, quien aún sigue con su mano en mi hombro para que me lleguen al lugar de donde estoy los gritos del señor Green echo una furia:

—¡Qué rayos te crees que haces Pete llevándote a Megan! ¡¿Qué clase de persona te crees que es ella?! ¡Dime dónde está que iré de inmediato a buscarla, por todos los cielos! ¡Espero no le hayas puesto una jodida mano encima, ¿estamos?!

¡Oh, cielos!

¡Está furioso! ¡Muy furioso!

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora