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Soy una buena persona.

Hago bien mi trabajo, mis compañeros me felicitan, mi jefe está a gusto conmigo aunque entré un poco acomodada y puedo pagar de manera tal que le hago sentir mucho mejor a su padecimiento, del mismo modo que eso me retribuye en alegrías a mí, además de una satisfacción que brota en mi cuerpo como el agua saliendo de una represa, esto me tiene tan contenta que sueño con el miembro viril del señor Green, duro, venoso, tenso, en proceso de luego relajarse y dejar fluir todo el calor que tiene para brindarme, además de que es algo tan nutritivo lo que termina saliendo de su malestar que encima no puedo creerme que me haga tan bien algo que a él le provoca precisamente lo contrario.

Luego de soñar una vez más con su líquido lechoso, despierto volviendo a la realidad no solo por el despertador sino porque mis manos están en mi entrepierna y están un poco... Ashhh, ¿qué sucede?

Me espabilo en la cama, viendo que está la puerta abierta como suelo acostumbrarme a dejarla de esa manera, pese a que Margaret me ha insistido en que debo sentirme cómoda preservando mi privacidad. Me remuevo entre las sábanas buscando mi móvil y lo apago, ensuciando la pantalla. Se detiene el despertador y encuentro con que mis glúteos y mi cintura están húmedos.

Ay, no, ay, no. Por favor, no tiene que ser cierto esto, ¡por favor!

Una vez que me aparto de las sábanas me encuentro la mancha en mi pijama y también en las sábanas, además del olor a orina que me hace morir de la vergüenza. Tengo una horrible sensación de culpa al haberme dormido anoche tocando mis zonas genitales, es lo que precisamente ha estimulado que durante mis horas de sueño me haya relajado, terminando por mojar todo.

Ahora siento culpa por haberme tocado, por haber pensado en el señor Green, ¡y por haberles orinado la cama! ¡Debo meterlas en el lavarropas cuanto antes! Cierro la puerta, escuchando ruidos desde la cocina y también la ducha desde el baño privado del matrimonio al final del largo pasillo en el amplio apartamento.

Abro las ventanas, me quito la ropa y escucho al otro lado que Margaret me grita:

—¡Buen día, Megan!

—¡Buen día, señora Green!—convengo.

Y abro las ventanas.

Sin embargo, ella accede golpeando la puerta y finalmente abre.

—Cariño, perdona, quería preguntarte si querrías que te prepare...

—¡No!

Me vuelvo a la puerta y me cubro rápidamente con lo primero que encuentro que es la percha con la ropa de vestir que me pondré hoy para ir a trabajar.

—Oh, cielo—me dice ella, esta vez.

Entra a la habitación, trae un cuenco listo para poner a calentar, pero lo sostiene y pasa, cerrando la puerta.

—¡Lo siento tanto!—le digo, notando que me saltan las lágrimas.

Ella me mira con una calidez maternal que me deja asombrada, en lugar de molestarse, estallar y echarme, deja el cuenco sobre la mesita de noche y quita las sábanas de mi cama.

—Tranquila, cariño. No pasa nada.

—¡En verdad, estoy muy apenada, me iré si lo creen necesario, esto jamás me había sucedido! ¡O al menos desde que era pequeña! ¡Lo siento!—el llanto se desata en mí, sintiendo las mejillas arder.

—Cariño, descuida—insiste ella, aterciopelando el gesto—. No es necesario, a cualquier persona le puede suceder aún de adulto. Pero es importante que puedas precisar qué crees que pudo ser... A veces pasar por situaciones traumáticas nos predispone a algo así, inesperado, en el sueño aflora nuestro inconsciente y el cuerpo responde a ello como no puede hacerlo de otra manera.

—¿Me...perdona? Compraré sábanas nuevas—le digo, sintiendo que toda mi vida pende de un hilo muy fino.

¿Qué lo provocó? ¿Que me toqué? ¿La mezcla de sensaciones entre culpa y satisfacción? ¿Qué es lo que va mal conmigo?

—Nada que perdonar, en serio—insiste—. Lo de tu madre imagino que ha de haber sido sumamente doloroso, cielo.

Me sorbo la nariz, pero no contesto.

—Ella ha de estar orgullosa, desde dondequiera que esté, sabiendo de tus logros. Chris me ha contado. Eres una chica estupenda, además de que ya tienes plaza para la universidad para el semestre siguiente.

Escucharle decir eso me genera algo en el pecho que ebulle de emoción. Bueno, mejor es no pensar más en cosas líquidas, y menos que se dispara en ebullir.

—¿Qué?—pregunto, asombrada y creyendo que he entendido mal.

—Que tendrás un lugar asegurado en la carrera de tus sueños, cariño. Con tu desempeño, no habrá duda de que tendrás una beca, será un placer que puedas formar parte de nuestro plantel universitario.

—Yo... Yo...

Tantas cosas se juntan en mi cabeza, que termino por dispararle la peor:

—¡La abrazaría, pero estoy mojada!

Ella suelta una carcajada llena de cariño que me hace reír a mí también.

—Descuida, cielo. Será bueno que hables de lo que está sucediendo con alguien, de seguro harás amigas o podemos solicitar turno con algún terapeuta.

—No, no—afirmo—. Ni de loca ocasionaré más gasto aún. Estaré bien, lo prometo. Y estoy muy agradecida... Solo no se lo diga al señor Green, por favor...moriría de la vergüenza.

—Descuida cariño—afirma, recogiendo el cuenco y llevándose mis sábanas orinadas bajo el brazo—. Hay cosas que los hombres no tienen que saber.

Me gusta ese toque de confidencialidad y de camaradería maternal que tiene conmigo, es justamente lo que mi madre mantendría conmigo aunque una situación que me ha causado tanta perplejidad.

Y que de seguro a ella también la ha preocupado, pero no me ha reclamado comprarle nuevas sábanas.

—Dejemos que se ventile el cuarto, ¿sí? Luego el servicio de limpieza se encargará—asegura.

—Gracias, tía Margaret—le digo, apenada.

Ella me sonríe.

—Descuida. Por cierto, solo quería preguntarte si te caliento la leche o prefieres desayunar otra cosa, cielo.

Por todos los cielos.

Más leche caliente no, solo ocasionaría estragos conmigo, pero por algún motivo, es justamente lo que se me antoja desayunar.

—¿Leche animal?—pregunto, confusa.

—Claro. ¿Eres vegana? Puedo comprar de almendra, pero dame un minuto.

—No, no. Me refería...a que si es leche de vaca, ¿cierto?

Ella frunce el entrecejo.

—Claro.

—Entonces...sí, por favor. Muchas gracias.

—De nada cielo. Te vemos luego en la mesa.

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora