NARRADO POR EL SEÑOR GREEN
Por un lado, Margaret. Toda una vida juntos, proyectos de vida ya constituidos, un trayecto cargado de amor y de ansia por permanecer pegados al otro, luego con distancias saludables y con consensos que a veces nos hicieron daño, otros que implicaron sacrificios, pero siempre fueron para mejor, para ver constituido un amor, una familia, dos pilares juntos dispuestos a más de lo que parecía al comienzo.
Desplacé indefinidamente mi querer ser padre porque en los proyectos de ella no formaba el punto de la paternidad, hasta que el tren de la maternidad golpeó los límites de lo deseado y lo necesitado, trayendo en consecuencia, un amor conjunto. Un proyecto común nuevo. Y el deseo de retomar ese plan relegado durante tanto tiempo.
Pero el amor no solo cedió lugar a los planes, sino que también al deseo. Viajes, trabajo, agendas demasiado apretadas tanto de su parte como de la mía, por asuntos laborales y de formación académica...
Terminamos ambos haciendo una vida íntima a expensas del otro.
¿Qué significa esto? Que ambos rompimos la fidelidad sin que esto haya sido jamás un tema de conversación, haciendo ojos ciegos a lo que el otro hacía, hasta que apareció la opción de una inseminación artificial. Que mi semen se junte con un óvulo dentro del cuerpo de otra mujer hizo real el asunto de que la pareja no podría constituir el plan al mismo tiempo, porque los óvulo de Margaret ya habían perdido toda fertilidad, debido a antecedentes complejos en su carga genética.
Y así llegamos al nuevo punto en cuestión.
¿Y si, tras conseguir a la chica perfecta, joven, hermosa, inteligente y con un útero lo suficientemente fuerte para llevar a ese bebé, la inseminaba yo mismo? Hacer el amor. Que ese niño provenga del amor.
¿Qué mejor que elegir a una chica a la que amábamos como a una hija, nada más ni nada menos? A oídos de cualquiera, la opción podría haber sonado aberrante, pero a nosotros nos parecía tan desesperado como hermosa la solución.
No todo debe ser dos más dos.
No todo es tan fácil de juzgar como la gente de afuera juzga.
No todo el amor es eterno, pero algunos sí los hay.
Y para que permanezca, es necesario convenir nuevos asuntos, nuevos aspectos que hagan trascender a la simple pareja.
Porque si una cualidad tiene el amor, es que cuando resulta demasiado grande, encuentra dos salidas disponibles: o se multiplica o destruye a sus partes. Tanto amor, desmedido y falto de control, puede decantar en que sus partes terminen en convenios y actos a veces poco conversados, un poco desmedidos y dolorosos.
A veces uno sufre, para que el otro pueda estar bien.
A veces se ocultan cosas y se miente, pero lo mas grave es ocultar cuando uno sufre para dejar que la otra persona tenga cierta libertad de obrar.
No puedo seguir en casa si esto a Margaret le hará daño.
No puedo seguir en casa si mi deseo me empuja a ir en otra dirección.
No puedo seguir acá si la he traicionado, así como no puedo traicionarme a mí mismo sin salir corriendo a corresponder con mi deseo.
Megan.
Mi deseo se llama Megan.
Los latidos de mi corazón golpean en mi pecho a una velocidad e intensidad tal que me siento un chiquillo o un adolescente que hace locuras movido por sus intenciones más profundas.
Carajo, carajo, carajo.
Megan.
Tomo el coche, arrojo mi bolso en la parte de atrás y ando a toda velocidad hasta el apartamento de Pete.
No hay opción de que mi chica no haya venido acá.
Un momento.
¿El auto de Richard?
¿Qué hacen ellos acá? Los dos. Con Megan.
Intento contener las ganas furiosas de salir del coche y meterme en su apartamento, en hacer mierda todo porque son unos abusivos que quieren quedarse solos con ella, aprovechando que están vulnerables.
Respiro.
Una, dos, tres.
Una, dos, tres.
Una, dos, tres.
Conozco a Pete. Es un hombre genuino, honesto, y hasta ahora no le puso una mano encima a Megan, habiendo tenido más de una oportunidad, no queda por fuera la opción de que ella le diera lugar.
Richard es casado y ama a su familia.
Tiene a sus hijos, no necesita nada más. Tiene a una esposa que lo ama, no necesita nada más.
—Cielos—farfullo, sacando un resoplido, resignado.
Reclino el asiento hacia atrás y así, aparcado en el lado opuesto de la calle, intento descansar hasta el horario en que deban salir a trabajar. Esa será mi oportunidad de llegar a ella y demostrarle que estoy dispuesto a todo.
Megan va a enterarse que la amo.
Estoy dispuesto a absolutamente todo y sé que ella siente lo mismo por mí.
ESTÁS LEYENDO
El Socio de Papá
RomanceMegan acaba de terminar sus estudios de bachillerato y quiere ayudar a su familia antes de empezar la universidad. Su madre acaba de morir y su padre está con graves problemas en el negocio familiar. Sin embargo, recibe una prometedora propuesta que...