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El móvil de tía Margaret está sobre la mesa y la luz se enciende justo delante de mis ojos cuando alcanzo a ver que tiene una llamada perdida de un número que conozco. Es el de mi padre. El señor Green me dijo que papá no va a aparecerse por casa, tendría que llamarle para saber qué sucedió, para saber si está bien, para informarle que he decidido prestar voluntad a cada parte del plan, pero una parte de mí no termina de estar molesta porque él me dejó servido en bandeja con su amigo a cambio de dinero.

—Lamento mucho lo que ha sucedido, cariño—me dice tía Margaret mientras su marido se ubica a su lado y acaricia el hombro de su esposa como un gesto de buen hombre que decide prestar contención a su adorable pareja quien intenta ser agradable conmigo—, en verdad, estamos sumamente apenados.

La mano de ella busca la de él que yace sobre su hombro y lo siento con bronca que hierve dentro de mí a esa acción.

Ojalá no se tocaran.

Ojalá no se quisieran.

Ojalá el señor Green durmiera conmigo y no con ella.

Pero no puedo seguir siendo parte de ese drama que hace las cosas aún más complicadas, solamente asiento y lo dejo estar.

—Podemos volver a empezar, ¿verdad?—propone Margaret y de mi parte siento que las palabras tropiezan para solamente asentir—. Oh, cariño, para nosotros siempre serás nuestra niña pequeña.

Y me envuelve en un abrazo mientras su propio marido me observa fijo a unos pasos. Su mirada lobuna me envuelve mientras una ligera acción eleva su comisura derecha un poquito, dejándome extasiada.

—Ya mejor vamos a dormir y mañana será un nuevo día—acota él.

—Estoy de acuerdo—suma su esposa—. Ve, cielo. Tranquila.

—S...sí—contesto—. Primero me daré una ducha caliente para relajar un poco, ¿sí?

—Claro, tranquila.

Una ducha porque, además, me siento sucia.

Cuidado, tía Margaret, porque puede que su marido también necesite un buen baño caliente...

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora