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—¿Megan?

La voz del señor Green me despierta a mitad de la noche. Siento que ya he podido pasar a un sueño profundo cuando su voz me saca del mundo onírico en el que estoy sumergida. En cuanto percibo su llamado, parpadeo tratando de despejar la mirada, descubriendo que está entrando en mi habitación, recortándose su enorme figura a través de la luz del pasillo mientras entra.

—¿S-señor Green?—tartamudeo.

Verlo en bóxers entrando en mi cuarto me hace olvidar de muchas cosas, entre ellas, que hoy me fui a dormir enojada por su rechazo.

Detesto que me rechace de la manera en que lo hace, que quiera mantenerme escondida de tantas maneras como que deba subirle el volumen a una conferencia mientras cogemos en la oficina o que debamos fingir ser padre e hija durante actividades públicas como pedir una habitación de hotel.

¿Y del peluche, el leoncito con el rótulo que le confiesa mi amor del mismo modo que él me confiesa el suyo cuando estamos haciendo el amor? Eso si que es doloroso en extremos que no conocía que podrían hacerme sentir de esta manera.

—Permiso, Megs...

Cierra la puerta tras de sí.

El corazón se me acelera en cuanto descubro que no estoy soñando y que se encuentra ingresando mientras tía Margaret duerme.

—Quiero hablar contigo—susurra.

—P-pero, señor Green, está tía Marg...

—Duerme ella. Pierde cuidado, no despertará, ha tomado su medicación.

En los últimos días, tía Margaret ha estado muy alterada y, mientras estamos en la casa, me controla todo el tiempo para corroborar que no me estoy acostando con su marido, asunto que sucede en otros momentos.

Sin embargo, ese nivel de exaltación constante le ha conmovido lo suficiente como para no poder conciliar el sueño.

Está medicada para llegar a dormir.

—Oh, cielos—murmuro, anonadada ante la idea de que el señor Green sea quien le ha convencido de que se medique para terminar metiéndose a mi cuarto sin que ponga el grito en el cielo.

—Tranquila, vengo a ofrecerte mi disculpa. Estuve pensando acerca de lo sucedido hoy y honestamente, me he comportado como un patán, quiero que sepas que soy consciente de ello, pero me cuesta un poco manejar la situación...

—E-está bien—acepto su disculpa, segura de que no es la mejor idea el estar permitiendo que se meta en mi cuarto.

No obstante, mi instinto me asegura de qué es lo que quiere y por qué está él aquí, así es que le permito avanzar.

—Déjame un lugar, ¿sí?—propone—. Hay que comprarte una cama más grande, no entiendo cómo es que duermes cómoda aquí.

Pues sí, es una cama de una plaza que le deja los tobillos por fuera del límite del colchón, sin embargo en mi caso está sobrada de espacio.

Una vez que me agolpo contra la pared, él levanta mi cobija y se mete aquí, pero no para abrazarme precisamente.

—S-señor Green.. E-estoy bien, en serio—intento decirle para evitar que mi cabeza siga sumando culpa y confusiones en el itinerario.

No obstante, su voz ya es un rugido que me pone vibrar desde lo profundo de mi entrepierna hasta cada partícula de mi ser.

—¡O-oh!—gorjeo al sentir la manera en que sus manos se aferran a los bordes del pantalón de mi pijama y la cobija cae sobre su espalda una vez que está entre mis piernas.

Me quita el pantalón y la bombacha. Acomoda el puente de su nariz a la abertura de mi chocha e inspira profundamente como un adicto cocainómano buscando meterse algo por las fosas nasales.

En este caso, mi chocha es su droga personal, que le lleva a hacer locuras como estas mientras mi cuerpo se estremece al sentirle.

Su lengua roza y acaricia los alrededores de los pliegues de mi sexo. Me relamo al sentirlo y mi espalda se arquea, seguido de la sensación intensa de su barba pasando por la sensible piel alrededor de mis muslos en su cara interior.

Le permito entrar y se deshace de la cobija.

Rodeo su espalda con mis piernas, ahora ante la posibilidad de verlo y lo empujo hacia mí mientras su lengua me penetra el sexo, marcando movimientos circulares en el centro. Gimoteo ante la sensación, pero intento que el quejido no se note en voz lo suficientemente alta como para que pueda entrar.

—Qué rico, amor. Qué rica eres.

—¡Oh, sí, señor Green!

—Grrrrr—dice en un sentido bastante gutural mientras succiona mi clítoris, ese botón sensible que me hace estallar en mil terminaciones nerviosas.

—¡A-ah!—grito ante sus chupetones.

Su lengua se vuelve más salvaje mientras me penetra y sus dientes me muerden. No consigo contenerlo y me mojo en una batalla orgásmica que no consigo controlar. ¡No quería dejarme desvanecer tan pronto! Pero su boca sigue cerrada en mi chocha y se traga todos mis fluidos mientras me elevo en dimensiones desconocidas mientras su cuerpo se apodera del mío.

Sin ser suficiente, sale de mi sexo, se ha tragado todo. Su boca encuentra la mía y me besa con intensidad. Mis manos rodean sus amplios hombros y su verga se acomoda a mi vagina sin siquiera guiarla con las manos, ya parece conocer a la perfección cada centímetro de mi cuerpo mientras se deja deslizar en mi interior.

—¡Aaaayyy!—intento morder el quejido.

Pero él asegura en mi oído:

—Esta vez puede gritar, Margaret no podrá despertar hasta dentro de unas horas.

Clavo mis uñas a los músculos de su espalda ante la idea de que soy la elegida entre su esposa y yo, de que soy la mujer que él quiere, a quien prefiere para coger de manera frenética, mucho antes de que nazca la necesidad de resignarse. Mi cabeza me lo repite mientras lo siento...

—Yo también te amo, Megan—dice, entre besos y embestidas al ritmo que su cintura me coge y se entierra con fuerza dentro de mí.

—¡Oh, señor Green!

Soy la mujer que él quiere.

A quien elige.

Él me ama a mí.

—¿Me—golpe duro contra las paredes de mi sexo—dis—otro más—culpas—más rico y más—, Megs?

Y sus embestidas se vuelven cada vez más desquiciadas, haciéndome saber que ahí viene otro orgasmo.

¡Oh, carajo!

—¡S-sí!

Y otra vez.

Más duro.

Más rico.

Más intenso.

¡Qué delicia!

—¡Te amo, Christopher!—le digo, por su nombre.

Algo que a él termina por calentarlo aún más y estalla dentro de mí.

—¡También te amo, Megs!

Su verga se hincha dentro de mí, soy capaz de sentirlo mientras se deja ir con un chorro de leche en mi interior.

—¡Aahh, señor Green!—suelto en un quejido mientras intento volver a Tierra firme, a sabiendas de que me ama.

No obstante, su boca se pega a mi oreja luego de eyacular dentro de mí y sus siguientes palabras me dejan desquiciada:

—Te amo, Megs, no sabes cuánto... Megan... Quiero...quiero tener un hijo contigo. Por favor. Tengamos a ese bebé...

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora