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—Margaret me contó lo que te sucedió.

—¡Ay, cielos!

Un calor tenso sube por mis mejillas y se apodera de mi piel, de la sangre caliente por mis venas y de cada partícula de mi cuerpo, sabiéndome a través del espejo lateral del auto del señor Green que me he puesto roja como un tomate.

Él se vuelve a mí con una sonrisa en su rostro y afirma su mano en mi rodilla mientras aguardamos en un semáforo.

—Tranquila—intenta reconfortarme con su calidez—, no tienes de qué preocuparte. Es algo fabuloso.

—Es que yo en verdad me siento... Me siento apenada, no quería que las cosas sucedieran así, no lo pude controlar.

—Déjalo en manos de Margaret, ella sabrá cómo hacer que todo salga estupendo, además lo habrás hecho por ti misma, podrás superarlo, ya verás. —Su mano asciende de mi rodilla a mi muslo.

Últimos segundos para pasar al verde, quita su mano y mueve la palanca de cambios.

—¿Su...superarlo?

—Claro, Megan.

—Pero es la primera vez que algo así me pasa.

—Y prepárate porque te sucederán cosas aún mejores, ya lo verás.

—Espero que me sucedan cosas mejores—suspiro—, ya es demasiado terrible que tía Margaret deba andarme cubriendo en estos asuntos.

—¿Para qué es la familia, entonces? Y bueno, los amigos de la familia también contamos entre los que podemos colaborar.

—No sé cómo sucedió, simplemente desperté y ya estaba así.

—Deja que ella se encargue, cariño. Tu solo haz tu mejor esfuerzo para la admisión y ya, ¿está bien?

—¿La admisión?

—Claro, tendrás que superar algunas instancias de evaluación como entrevistas y demás antes de que quedes con el puesto efectivo.

—¡Oh! ¡La universidad!

¡Por el santo que vive en mis bragas, cielos y más cielos, él me está hablando de la plaza que me consiguió su esposa en la universidad!

¡No está refiriendo a que mojé la cama!

—¿Va todo bien?—me pregunta, al notar mi tensión que de pronto acaba de traducirse en relajación. Claro, ella misma me dio su palabra de que no le diría a él, ¿cómo iba yo a desconfiar de eso?

—Sí—contesto, alegre—. Es solo que...le temo un poco a mis estudios y espero dar lo mejor de mí.

—No pongo en duda que das lo mejor de ti, siempre. Mira cuánto llevas acá en la empresa y ya tienes el reconocimiento y los galardones de todos.

Claro, si mi jefe no fuese también la persona que me da un hogar, de comer y también educación además del trabajo, puede que no anden todos tratándome de tan buena manera si ese era el verdadero plan.

Pero sí es cierto que me estoy esforzando y mucho.

—Tú haz lo que sabes hacer que te irá perfecto, siempre sé tú misma—asegura, buscando mi mano y terminando por tomarla mientras sigue andando por la avenida.

El corazón se me sube a la garganta ante su gesto. ¿Por qué me pone nerviosa esta situación? ¿Por qué siento nuevamente ese cosquilleo en mi estómago como si una corriente eléctrica se desatara en pequeños chispazos ante su tacto? De la mano en su coche, ya lo siento un poco más intenso que a una gentileza, sobre todo porque se me viene a la mente la situación en que él toma de la mano de Margaret mientras conduce como un matrimonio.

Una carcajada sorda viene a mí en cuanto me hago a la idea de que el señor Green parecería mi esposo a mi lado tomándome de la mano mientras conduce en dirección a nuestro trabajo.

Bueno, es un poco injusto decir "nuestro" ya que sus ocupaciones son superlativas a las mías, yo solo tengo a cargo pequeñas labores que coinciden con el mismo domicilio donde él desempeña gran parte de las suyas.

—Me gusta verte alegre—confiesa él.

—Les debo a ustedes mi felicidad—contesto—. No ha sido nada fácil en absoluto lo de mi madre...y tanto usted señor Green como Margaret...son personas grandiosas.

—Oh, nada que agradecer. De hecho, tú también te vienes comportando como toda una mujer magnífica. De hecho, hay algo que te quería pedir si me permites.

—¿Sí?

—No te sientas intimidada por lo que voy a hacer, somos dos personas adultas que entendemos lo que hace el otro, ¿verdad?

Trago grueso.

Y asiento con un poco de timidez.

—S...sí...

—El médico también me sugirió algo más para mi padecimiento.

No sé por qué, pero comienzo a leer cierta picardía cada vez que en sus palabras está la referencia a lo que le sucede a su "verga" cuando se endurece ¡tanto!

Ahora mismo puedo observar que más allá del mando en el coche yace esa tienda de campaña elevándose frente a mis ojos y dejándome extasiada, asombrada, con la electricidad incrementando en mi interior.

Entonces, su mano que está sobre una de las mías contra mi muslo derecho sube hasta tocar mi ingle sobre el pantalón de jean negro que llevo puesto y su dedo traza la línea de la costura en mi chocha desde abajo hasta arriba.

—Acá tienes una abertura. Es tu sexo, es tu cuerpo, es algo fabuloso que la naturaleza nos ha otorgado.

Trago grueso, segura que va a decirme que por esa "abertura" es que orino y que le he orinado las sábanas que tiene en su casa, seguramente habiéndole arruinado inclusive el colchón luego de los sueños tan complicadamente húmedos que tuve anoche.

—S...señor Green...—murmuro.

—Y tu boca y tu mano son buenas, pero ¿esto? Esto tiene los pliegues necesarios para traer calma a mi pene que tanto padece esa dureza.

—Y...yo...

—Tu viste cómo se relajó luego de que ayudaste de manera brutal, ¿cierto?

Asiento.

Es verdad.

No sabía que yo podía llegar a ser tan buena en algo así, de hecho me salió de manera casi instintiva, ni siquiera tuve que esforzarme.

Sus dedos comienzan a ejercer presión, como si quisiera romperme el pantalón y tocar él mismo mi "abertura"

¡Me lo merezco! ¡No quiero sentirme humillada, pero yo les hice esto! ¡Y lo que es aún peor es que esa sensación tan extrañamente agradable sigue brotando dentro de mí, sin parar de incrementar la intensidad! ¡Qué está mal conmigo!

—Señor...

—Algo que me ayudará mucho es que vuelvas a intentarlo, que me ayudes con esto tan intenso que me hace compadecer ante ti.

Trago grueso y le digo con la garganta jadeando:

—¿Está seguro...que yo debo ser...la persona que le ayude?

—Claro que puedes, tú eres una buena chica, ¿verdad?

—Creo...que sí...

—Por lo tanto, una buena persona.

—Sí...

—Entonces, vas a ayudarme.

Trago grueso.

Y asiento.

Y algo muy sensible me hace estremecer entre las piernas mientras palpa mis "pliegues" por encima de la tela de mi pantalón y de mi ropa interior.

—Puedo ayudar, sí...

—Entonces, Megan, déjame en algún momento demostrarte que también puedo darte a ti mis masajes. Déjame acariciar tus pliegues con mi lengua y chupar esa abertura. Algún día, podrás relajar mi verga jodidamente dura con tu sexo carnoso, húmedo y seguramente que delicioso... ¿Qué dices?

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora