Capítulo 2: Naruto Sirius Black

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Uzumaki Naruto se encontraba durmiendo, cansado de tanto pedir por su comida, cuando fue levantado bruscamente de su cuna. Alarmado, abrió sus pequeños ojos que para entonces ya denotaban que serían azules, y lloriqueó un poco. Se sorprendió al sentir como le quitaban su ropa y el pañal, que para esa hora del día estaba muy mojado y había irritado su piel si no fuera por la energía curativa del zorro.

Era un alivio para el bebé ser cambiado de pañal, de ropa y hasta recibió una botella de leche, antes de que lo transportaran fuera del lugar. Hubiese vuelto a dormir, si es que las malas vibraciones que el cuerpo de esa mujer no lo pusieran incómodo.

En la oficina, Sirius ya había terminado la demasiada corta entrevista y ahora reía junto con la empleada del orfanato, quien lo escuchaba con cortes atención, las tonterías que él le contaba de sus años de colegio. Sin embargo, cuando unos ligeros golpes llamaron a la puerta, Sirius cerró su boca con un tecleo audible y giró su cabeza bruscamente. Podía sentir su corazón batir con fuerzas, ante la anticipación de poder echarle la primera ojeada a su hijo.

Después de recibir respuesta desde adentro, la mujer entró cargando a un minúsculo bebé de abundante cabello rubio, piel rosadita, ojos azules atentos y con las más extrañas marcas de nacimiento en su mejilla.

Sirius Black siempre rió de esas palabras cuando las escuchó en el pasado, pero ahora que veía al bebé que se le acercaba, él supo que en verdad existía el amor a primera vista.

-Bien, le presento a su hijo, Black-san –dijo la encargada, descargando el pequeño cuerpo rubio en los brazos temblantes de su padre, apartando la mamadera vacía de leche. El hambre de Naruto era tanta, que se la tomó toda por el camino.

El animago sonrió tembloroso y tomó la cabeza chiquita en una mano y el resto del cuerpo con la otra. Lentamente, levantó al niño, para mirarlo de cerca, sonriendo con ternura al ver las marcas de nacimiento, eran en verdad extrañas, pero él las amaba. Le encantaba que su hijo tuviera algo tan extravagante. Iba a ser digno hijo suyo.

-Hola, pequeño. Yo soy papá –le habló con cariño, haciendo muecas como idiota.

El niño lo miró atento, demostrando una inteligencia que no debería estar presente en un bebé tan joven. Y, al asombro de todos, sus ojos se tiñeron de rojo por un milisegundo, antes de volver a ser azules. Las encargadas del orfanato se contuvieron de jadear o gritar en horror y miraron asustadas a Sirius, esperando su reacción.

-Qué raro –Ladeó su cabeza, confundido, pero después hizo muecas y besó la frente del bebé. En respuesta, el rubio se acurrucó mejor en los brazos que ahora lo sostenían con más seguridad y se durmió enseguida. –Bueno, entonces, ¿ya me puedo ir?

Las mujeres se miraron entre sí. ¿El hombre no había notado los ojos del niño? O tal vez solo le pareció un truco de la luz, después de todo, él no sabía lo que tenía el niño encerrado dentro.

-Por supuesto. Sólo vamos a entregarle su ficha médica y algunas cosas para bebé, que le alcanzarán hasta que tenga tiempo de comprarlo por sí mismo.

-Ah, ¿él es sano, verdad? ¿Tiene todas sus vacunas? A las mascotas le ponen muchas vacunas antes de dárselas a sus dueños –frunció el ceño.

Las chicas compartieron otra mirada. ¿En verdad iban a darle a este hombre al bebé, siendo que había semejante comparación? La respuesta era sí, no importaba quien sea, mientras se llevara al monstruo.

-Eh, sólo bromeaba. –Se apresuró a decir el hombre, al ver la cara de las mujeres. ¡Idiota, deja de estar nervioso y de decir tonterías! ¡El bebé ya es tuyo!

-Por supuesto, lo sabemos –respondió una-. Por cierto, ¿con qué nombre lo va a inscribir?

-¿Él tiene uno, verdad? –quiso saber.

Quiero ser padreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora