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Es demasiado vergonzoso reconocerlo, pero Sebastian se ha acostumbrado a tus visitas, entre todos los prisioneros inútiles de Urbanshade. Todos se pelean entre sí, soltando mentiras o maldiciones, siendo increíblemente ruidosos y desechables. Lo molestan hasta extremos con los que ninguna otra entidad podría compararse. Deshacerse de uno o dos de esos molestos humanos no es nada comparado con la frecuencia con la que los eliminan el pescador o el pintor.
Pero no eres exactamente como ellos. Podría ser culpa de su mente fracturada, no importa , está seguro de que es por sus anormalidades. Algo debe haberse torcido o desgarrado y abierto a un código incorrecto, se ha mezclado en alguna parte, no debería sentirse así por tu ser. Al contrario de sus visitantes anteriores, él quiere que estés a salvo, cuando todo lo que ha hecho es traerte cientos de muertes a ti y a otros.
"Esto es completamente culpa tuya."
El alivio que siente al oír tu voz le resulta frustrantemente familiar. Te observa salir del respiradero con una sonrisa vacía, silenciosamente complacido de no ver ni oler sangre en ti; apestas a corales podridos y agua salada. Haces que le resulte difícil sentirse disgustado contigo, especialmente con esa voz cálida y primaveral. No debería ser así, pero lo es; por una vez, no llora por el cambio abrupto en su yo. Al menos no es algo monstruoso.
"¿Qué te pasó esta vez?"
"Tus estúpidas zonas subacuáticas". Te lamentas por tu experiencia de sabor extraño, escupiendo agua hacia un lado antes de tirar de tus mechones de cabello para señalárselos a Sebastian. Tu traje de neopreno es el menor de tus problemas. "Estoy completamente empapado". Quieres dormir.
Por muy extraña que te parezca esa idea, estás completamente seguro de ello. Esos pasillos te han cansado y no estás dispuesto a dar otro maldito paso hasta que hayas recuperado tu energía. Y como no hay un lugar cómodo donde arroparte, apuntarás al segundo mejor. Que es, para exasperación del tendero, la cola de Sebastian.
"¿Qué crees que estás haciendo?"
Él te mira inseguro, sorprendido por la osadía con la que te lanzas hacia su apéndice; si fuera cualquier otro humano, ya lo habría estrellado contra el suelo y le habría disparado en los sesos, pero eres tú quien lo derrota, manteniéndote dócil.
"Descansando, camaroncito. Me iré cuando haya echado la siesta".
Sebastian se eriza visiblemente por tu apodo, te aprieta una vez como advertencia, hasta que se rinde ante ti con tanta facilidad como el agua. Te acurrucas contra los elementos amontonados de su cola sin quejarte de las correas que los envuelven. Estás exhausta, calmada y cruelmente dulce en la forma en que te aferras a él.
"Muy bien, pero me comprarás todo el stock en tu próxima corrida".
—murmura Sebastian, una voz resignada a tus caprichos esperanzados. Eres resbaladiza al sostenerte, no es un peso demasiado agradable, pero eres casi suya así. Eres casi como él, solo necesitas un par de aletas, pulmones diferentes, aunque él nunca en todos los infiernos te sometería a la tortura por la que pasó por esos bienes.
Eres casi suya, pero él siempre estará agradecido de que no lo seas. Cuando descubras la verdad sobre sus intenciones, seguramente te perderá.
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