˗ˏˋ ꒰ 𝐀 𝐐𝐔𝐈é𝐍 𝐕𝐄𝐎, 𝐌𝐈𝐑á𝐍𝐃𝐎𝐌𝐄 1꒱ ˎˊ˗

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Cuando su marido fue ejecutado por un crimen que no cometió, usted decidió mudarse a la costa

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Cuando su marido fue ejecutado por un crimen que no cometió, usted decidió mudarse a la costa.

Era una manera de... alejarse de todo. Empezar de nuevo. Su rostro apareció en todas las noticias después de su sentencia de muerte. Adondequiera que fueras, sentías como si la gente te estuviera mirando. Juzgándote . Los susurros silenciosos te seguían tanto como la mirada atormentada en el rostro de Sebastian cuando le habían tomado la foto policial. Era... insoportable. Necesitabas salir y alejarte de todas las personas que solo te veían como el cómplice de un asesino.

Su presencia se cernía sobre todas partes, en tu pequeño apartamento de la ciudad. Desde los cuadros enmarcados en la pared hasta el cepillo de dientes verde que había a tu lado y el leve olor a canela que impregnaba tus sábanas. Era abrumador, en más de un sentido. Ansiabas salir de allí y te morías de ganas de irte. Te quedaste solo el tiempo necesario después de su muerte para pasar por el proceso de mudanza. Tardaron un par de semanas. La tú del futuro te aplaudiría por haber durado más de unos días, estabas segura.

No sabías qué hacer con todas sus cosas. Vendiste sus pertenencias caras que su familia no había reclamado, como su computadora portátil, su guitarra eléctrica y su consola de juegos. Los artículos más materiales los empacaste en contenedores para donarlos a la caridad: sus viejos libros de texto, carpetas de partituras, ropa que rara vez usaba. El resto lo separaste en dos cajas. En una había algunas cosas que supusiste que su madre apreciaría. El álbum de su familia que guardaba escondido en su escritorio. Un pequeño osito de peluche que había tenido desde que era un niño pequeño. Algunas de sus camisetas y joyas favoritas que le habían regalado sus hermanos.

El otro tenía cosas de las que no podías desprenderte.

Pasaste un rato rondando esa caja, recorriendo los bordes desgastados de una franela roja y negra que él siempre usaba en tu departamento. Había un pequeño peluche de panda que ganaste en un parque de diversiones en una de tus citas y decidiste dárselo cuando dijo que se veía feo. Un cuaderno de dibujo en el que él hacía garabatos de vez en cuando que no tuviste el coraje de abrir, pero sabías que te arrepentirías de regalarlo. Un pedazo de papel arrugado con votos garabateados apresuradamente en él. Todos y cada uno de los artículos en la caja tenían algún valor sentimental; te preguntaste si alguna vez te perseguiría el conservarlos. Una parte de ti ya sabía la respuesta.

Cuando dejaste las cosas de Sebastian en la casa de su madre, no pudiste evitar que se te hundiera el corazón en el pecho cuando ella abrió la puerta. María era una mujer hermosa y veías rastros de Sebastian en ella cada vez que la veías. La cálida miel de su piel, las arrugas de sus ojos azules, incluso la forma en que sonreía. Hacía que te ardieran los ojos y te dolieran con algo feroz. Agonizante, incluso ahora. Especialmente ahora.

Ella te miró con una sonrisa triste, aceptando agradecida la pequeña caja que le ofreciste. " Gracias , cariño", dijo, apretando con fuerza los bordes del cartón. "Aprecio que hayas venido hasta aquí".

𝐎𝐂𝐄𝐀𝐍   ˢᵉᵇᵃˢᵗᶤᵃᶰ ˢᵒˡᵃᶜᵉ ˣ ʳᵉᵃᵈᵉʳDonde viven las historias. Descúbrelo ahora