Descubrir su pasado la llevó a enfrentar una nueva realidad, donde la fuerza y la determinación se convirtieron en sus mejores aliados.
Después de varios meses de que Dayla entrara como infiltrada a la mafia rusa, su momento de ser coronada como l...
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Dayla
Seguía demasiados días encerrada aquí, o al menos eso creía, ya no podía diferenciar entre el día y la noche, el frío de este sótano se colaba hasta en mis huesos, el silencio fue interrumpido por el crujido de la puerta cuando se abre. Sé que Darla está a punto de bajar nuevamente como todos los días lo hace, siempre que escucho sus pasos; siento una mezcla de rabia que me consume por dentro, sentía demasiada rabia por ella, por todos.
Baja despacio, como si disfrutara el momento, siempre lo hace con una sonrisa torcida en el rostro, esa expresión que hace que la deteste aún más. Al principio intenté no mostrarle miedo, pero ahora estoy demasiado débil para fingir, no me ha dado de comer en días, solo se ríe y me dice que no soy digna de recibir nada, que solo estoy aquí porque a alguien le conviene. Hoy eso no será diferente.
—¿Cómo estás, princesa? —Se burla, su voz gotea veneno mientras me observa desde la puerta.
Me encojo en el rincón, evitando su mirada. No le voy a dar el placer de responder.
—Vaya, ¿no tienes nada que decir? —continúa—. Oh, claro, debes estar hambrienta. Pero... ya sabes cómo va esto. Si te portas bien, tal vez algún día tengas suerte.
Siento que las fuerzas se me escapan. El hambre es insoportable, y mi cabeza late de dolor. Darla se acerca, pero en lugar de darme algo de comida o agua, se ríe una vez más y me empuja con el pie.
—Nos vemos, cariño —Dice, antes de marcharse. La puerta se cierra de nuevo, dejándome sumida en la oscuridad y el silencio.
Pero algo es diferente esta vez, después de unos minutos, vuelvo a oír los pasos, no son los de Darla, no tienen ese peso arrogante, estos son más ligeros, más cautelosos. La puerta se abre lentamente, y por un segundo pienso que tal vez mi mente me está jugando una mala pasada.
Pero no, era Thiago, el más joven de los Moretti.
No lo he visto muchas veces, porque siempre parece distante, apartado del resto de su familia, nunca baja conmigo, al menos no como lo hace Darla. Hoy, sin embargo, tiene algo en las manos, huele a comida, mi estómago gruñe de inmediato, aunque intento ocultarlo.
—Te he traído algo —Dice, casi en un susurro. No se parece en nada a sus otros hermanos, parece... incómodo.
Me acerco lentamente, aún con desconfianza, pero la necesidad de comer era más fuerte que mi instinto de alejarme. Él me ofrece un plato donde hay pan, jamón con queso y una natilla. No era mucho, pero para mí era un banquete. Lo tomé sin pensarlo y empecé a comer con rapidez, él por otro lado solo me observaba en silencio, como si estuviera analizando mis movimientos.
—Gracias —Murmuro cuando por fin logro tragar el bocado, mis manos estaban temblorosas apenas podían sostener el plato.
Thiago se sienta en el suelo, frente a mí, con la espalda contra la pared. Le notaba nervioso, como si quisiera decirme algo, pero no sabía cómo empezar.