Descubrir su pasado la llevó a enfrentar una nueva realidad, donde la fuerza y la determinación se convirtieron en sus mejores aliados.
Después de varios meses de que Dayla entrara como infiltrada a la mafia rusa, su momento de ser coronada como l...
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1 semana después
El sonido de mis golpes era lo único que resonaba en la zona de entrenamiento.
Me movía con precisión alrededor del saco de boxeo, mis puños conectaban con fuerza en cada golpe, mientras dejaba que mis pensamientos vagasen por ahí.
El entrenamiento físico era como otro refugio para mí, un lugar donde podía deshacerme de las tensiones que me acompañaban día y noche.
Sudando, lanzo un gancho con la mano derecha, seguido de un golpe directo con la izquierda. El saco osciló hacia atrás, absorbiendo mi frustración.
Me detuve un segundo para recuperar el aliento, respirando profundamente, cuando de repente escuché la puerta de la sala abrirse.
—No te cansas de darle al saco, ¿verdad? —La voz de Salvatore, calmada y ligeramente burlona, llegó desde la entrada.
No me moví de inmediato, pero una pequeña sonrisa se formó en mis labios.
—¿Qué puedo decir? El saco no se queja —Respondí, dando un último golpe antes de detenerme por completo y girarme hacia él.
Salvatore estaba apoyado en el marco de la puerta, observándome con sus oscuros ojos verdes. Su mirada era evaluativa pero tenía algo más... Como si supiera algo que yo no.
—Te noto más tensa de lo usual —Comentó él, entrando en la sala con pasos tranquilos—. Quizá deberías tomar un descanso.
Me pasé la mano por el cabello, apartándolo de mi rostro sudado, y lo miro con duda.
—¿Un descanso? Todavía no voy ni por la mitad del entrenamiento.
Él sonrió ligeramente, como si ya esperara esa respuesta.
—Hoy harás una excepción. Tengo algo que creo que te ayudará más que seguir golpeando este saco.
Mi curiosidad se despertó, pero traté de mantener la calma.
—¿De qué estás hablando?
Salvatore dio un paso hacia mi, extendiendo una mano en dirección a la puerta.
—Ven conmigo. Hay algo que quiero mostrarte.
Fruncí el ceño, pero después de un momento de duda, asentí.
Sin decir más, lo seguí fuera de la sala de entrenamiento, mi corazón estaba acelerándose un poco mientras íbamos adentro de la mansión.