CAPÍTULO 37

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POV ARTEM ROMANOV

—Estoy enfermo, mamá —repliqué por cuarta o tal vez sexta vez—. Tiene que haber una razón para que me sienta así, para que todo lo que como lo devuelva.

Me miró, sus ojos llenos de esa mezcla de preocupación y ternura que solo ella podría mostrar, pero luego negó lentamente. Había logrado tomarme medio día libre en medio del caos que me rodeaba y, sin dudarlo, volé hacia ellos. Mi padre estaba descansando en el piso superior mientras ella y yo estábamos en la sala, sentados a un lado del otro.

—Artem, cuore mio, Sofía me ha dado todos los resultados de los estudios que te hicieron. No tienes absolutamente nada. Estás bien. —Su tono era firme, pero a la vez suavizado por el cariño—. Lo que te pasa es mental o emocional... Estoy segura de que es el estrés. Tu cuerpo está buscando una forma de liberarlo, y lo está haciendo así.

Resoplé, frustrado, mientras negaba con la cabeza una y otra vez, como si al hacerlo pudiera rechazar sus palabras y la realidad que me estaba planteando.

—No lo entiendes, mamá —murmuré, llevándome las manos al rostro, intentando detener el temblor que recorría mis dedos—. Siento que hay algo mal... algo dentro de mí que no está bien. O quizás solo sea el estrés, no lo sé. —Me dejé caer contra el respaldo del sofá, exhalando un largo suspiro—. Quizás solo necesito relajarme un poco, pero siento que algo está fuera de lugar y me está matando no saber qué.

Ella me observó en silencio durante un largo momento antes de apretar suavemente mi mano, como si quisiera transmitirme calma a través de su toque. Y funcionó.

—Han sido días difíciles para todos. Lo sé.

Sentí la presión de las palabras que llevaba dentro desde hacía tiempo, aquellas que había guardado en mi pecho, porque hablarlas en voz alta haría todo más real. Tomé aire, intentando reunir el valor para decirlo.

—Nunca lo hemos hablado... ninguno de los dos temas —dije en un susurro apenas audible.

Mi madre bajó la mirada por un momento. Sabía exactamente a qué me refería. Tragó saliva y, cuando volvió a mirarme, sus ojos reflejaban una tristeza profunda, una que también estaba en mí.

—Porque no es fácil para mí hablar de ninguno de los dos —murmuró—. Pero si quieres... podemos empezar por el primero.

Intentó sonreír, pero la sonrisa se desvaneció casi de inmediato, derrotada por el peso de nuestras realidades. No alcanzaba a imaginar cuando difícil era para ella saber lo de Lia y yo.

Tomé sus manos entre las mías, sintiendo su calidez, su familiaridad, y la miré a los ojos, con todo el amor y la gratitud que no siempre había sabido expresar.

—Eres mi madre —dije en un susurro que apenas se sostuvo, pero fue lo suficientemente firme—. Y nadie, ni siquiera el ADN, puede cambiar ese hecho. Eres mi verdadera madre. —Sus ojos se llenaron de lágrimas, esas que siempre guardaba tras una fortaleza que intentaba protegernos a todos—. Te amo inmensamente, y siempre serás mi ángel. No podría haber pedido una mejor madre que tú.

Su labio tembló, y su agarre en mis manos se volvió más fuerte, como si necesitara sostenerse a algo, a alguien.

—Hiciste de nuestra infancia la mejor de todas. Tu amor, tu paciencia, tu dedicación... —Las palabras salían de mis labios sin esfuerzo, pero con un peso inmenso—. No podría haber pedido nada más. Me diste todo, incluso cuando a veces no lo merecía. Eres la mujer más hermosa, fuerte, honorable y humilde que conozco. Estoy orgulloso de ser tu hijo y de poder llamarte mamá.

OSCURA ATRACCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora