CAPÍTULO 43

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POV ARTEM ROMANOV


Desde el momento en que Lena nos pidió a todos abordar un avión con destino a Japón, supe que algo no estaba bien. Las alarmas se encendieron instantáneamente.

Pregunté, exigí, casi le supliqué que nos diera más información, pero ella se mantuvo en un silencio implacable. Solo dijo que debíamos estar en Japón y reunirnos allí para después partir hacia un destino desconocido. El misterio solo agravaba mi ansiedad. Ser Romanov significaba tener el control en todo momento, y esa incertidumbre me corroía por dentro. Sabía que esto tenía que ver con Lia. Ella era la única de nosotros que estaba en Japón, y la idea de que algo pudiera haberle pasado me encendía una furia asesina.

Durante el vuelo, me encontraba al borde de la locura. No paraba de imaginar escenarios en mi cabeza, cada uno peor que el anterior, alimentando el fuego que crecía en mi interior. No podía quedarme quieto; mis piernas se movían con un ritmo frenético, recorriendo el avión una y otra vez mientras mi mente elaboraba mil planes y mis manos hacían llamadas inútiles en busca de alguna certeza. Solo necesitaba saber que ella estaba bien.

Entonces, la noticia llegó: Lia se iba a casar con Kai.

La información me golpeó como un balde de agua fría. Me dejé caer en el asiento, intentando procesar lo que mis hombres habían descubierto. ¿Lena nos estaba llevando a la boda de Lia? ¿Nos íbamos a convertir en espectadores silenciosos de un matrimonio que nunca debió suceder?

El mundo parecía haberse reducido al crudo peso de esas palabras, a la imagen visceral y desesperante de Lia en el altar, con otra persona. Mi mandíbula se tensó hasta doler, y mis manos, en puños sobre las rodillas, temblaban de pura furia contenida. Cada célula de mi cuerpo quería resistirse a esa realidad; la idea de otro hombre a su lado, de sus manos tocándola, reclamándola, hacía que la ira me consumiera. Ahora quería destruirlo todo, y lo haría si eso significaba evitar que ella terminara en los brazos de ese bastardo. Tenía que llegar a tiempo; tenía que impedir que ese hijo de puta pensara, siquiera por un segundo, que podía hacerla suya.

La mirada de Adrik, fija y llena de un humor retorcido, no ayudaba. Era casi como si esperara con ansias verme perder el control, empujándome al borde, disfrutando del espectáculo.

Era un hombre que disfrutaba de la desgracia de otros con una intensidad casi enfermiza; ver al mundo arder le daba un placer único. Y ahora parecía divertirse más que nunca. Esta vez me pregunté si en el fondo no había algo personal.

—¿Qué se siente ser el segundo? —preguntó de repente, cruzando sus piernas y recostándose con una mirada fija y burlona.

Su sonrisa tenía un borde venenoso, una invitación directa a pelear. Le sostuve la mirada, mientras mi paciencia colgaba de un hilo.

Decidí devolverle su misma ironía, con una sonrisa controlada.

—La verdad no lo sé. Creo que eres el único que puede responder esa pregunta. —Me acomodé en el asiento, controlando mi tono—. ¿Qué se siente ver a la chica que deseas en manos de otro?

Sus labios formaron una mueca arrogante, como si el comentario le divirtiera en lugar de ofenderlo. Adrik nunca retrocedía, siempre tenía una respuesta para todo, siempre dispuesto a picar hasta encontrar el punto débil del otro.

—En realidad, nunca la deseé. Y honestamente no puedo saberlo, nunca los vi juntos, ¿no? —Sonrió, una sonrisa retorcida que me provocaba ganas de partirle la cara—. Antes de hacerlo, el pobre explotó.

Se encogió de hombros, con esa indiferencia calculada. Esa explosión me había costado caro.

—Pero tú vas a verla —prosiguió él, disfrutando cada segundo de mi tortura—. Vestida de blanco, con una alianza en su dedo. ¿Qué se siente, Artem?

OSCURA ATRACCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora