CAPÍTULO 44

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POV ARTEM ROMANOV

Permanecí completamente inmóvil, observando cada movimiento mientras mi madre y las enfermeras desinfectaban sus heridas y cosían con precisión. Cada corte, cada hematoma que descubrían en su piel parecía grabarse a fuego en mi mente. Mis ojos se negaban a apartarse, memorizando el mapa de dolor que cubría su cuerpo.

Cuando terminaron de limpiar cada centímetro de su piel herida y la cambiaron de camilla para vendarla, vi cómo aplicaban los medicamentos necesarios, manteniéndola sedada para evitarle siquiera un instante de sufrimiento.

Finalmente, cuando todo terminó, exigí que todos salieran del cuarto. Necesitaba estar a solas con ella.

Me acerqué y me senté en el borde de la cama, sintiendo que el tiempo se detenía. Con cuidado, tomé su mano entre las mías y las llevé a mis labios, inmediatamente cerré los ojos al sentir su piel.

—Perdóname, mi amor... —murmuré, sintiendo cómo mi voz se ahogaba en la quietud de la habitación—. Lo siento tanto.

Mis manos temblaban de pura impotencia y rabia contenida, y de repente algo me llenó. No había palabras ni explicaciones para ese impulso, solo una necesidad visceral de hacerlo y poder sentirlo, aunque ya no hubiera nada ahí.

Mis dedos se deslizaron suavemente hasta posarse sobre su abdomen. El calor de mi palma se extendió sobre la tela, y cerré los ojos, sintiendo cada segundo como una herida nueva. No lo supe... pero ahora que lo sabía, era imposible evitar esa sensación ardiente que me oprimía el pecho. Sentí una punzada tan fuerte que los ojos se me llenaron de lágrimas, y respiré hondo, intentando ahogar el dolor que crecía como un nudo en mi pecho.

Mientras intentaba calmarme, un pensamiento amargo cruzó mi mente, y una débil sonrisa se formó en mis labios. Recordé unas palabras que mi madre le había dicho a Lena en una conversación: decía que algunos padres podían llegar a sentir los síntomas del embarazo, que sus cuerpos y almas se sincronizaban en un vínculo invisible, un lazo que iba más allá de la razón. Entonces, lo había sentido todo este tiempo, sin entenderlo. Las veces que vomité, el malestar, esa ansiedad inexplicable y el miedo que me invadía sin motivo... ¿había sido mi cuerpo reaccionando a su sufrimiento?

Tenía que haberles prestado atención a mis instintos... tenía que haberlo sabido.

Perdido en esos pensamientos, mi mano se mantenía firme sobre su abdomen, como si ese simple contacto pudiera revertir todo el dolor que había causado, todo lo que habíamos perdido sin siquiera saberlo. Estaba tan absorto en esa imagen y en la devastación de lo que ella había soportado, que no escuché la puerta abrirse.

De repente, unos brazos delgados me rodearon por detrás, tirando de mí hacia un abrazo cálido, suave y lleno de paz.

—Lamento tu pérdida, amore mio —susurró mamá con voz rota y ahogada.

Esas simples palabras desbordaron algo dentro de mí. Me aferré a su abrazo como si fuera un ancla, sintiendo cómo el peso de todo aquello que me había negado a enfrentar se hacía insoportable. Sin fuerzas para contenerme, dejé que las lágrimas fluyeran sin vergüenza. Todo lo que había reprimido se rompió en un silencio que solo mamá compartía, una herida profunda que nos unía en la pérdida que ninguno de los dos pudo evitar.

—No lo sabía... y tal vez ella tampoco —gemí, sintiendo cómo esas palabras me desgarraban aún más.

Mamá apoyó su cabeza en mi espalda.

—Sé exactamente lo que están sintiendo ahora mismo —murmuró suavemente—. Te prometo que, aunque ahora parezca imposible, el dolor disminuirá.

Solté una risa amarga, más un suspiro ahogado que cualquier otra cosa, y negué con la cabeza. La idea de que alguna vez este sufrimiento pudiera desvanecerse me parecía una mentira absurda.

OSCURA ATRACCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora