CAPÍTULO 41

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Una ligera sonrisa apareció en mis labios mientras sentía el peso de la katana en mis manos, familiar y reconfortante. Ya empezaba a extrañar esa sensación, y ahora, con la ventaja de unos pocos segundos, no dudé en hacer el primer movimiento. Con precisión y fuerza, deslicé la espada por los cuellos de los dos guardias que me vigilaban. El filo de la katana cortó limpio, y ellos cayeron al suelo, apenas emitiendo un sonido.

Mis aliados llegaron en un instante, rodeándome, entrenados y listos para actuar según mis órdenes. Los gritos de las mujeres resonaban en el salón, y los hombres, aunque en alerta, parecían atrapados entre la furia y el desconcierto. Ninguno tenía un arma; Kaito había ordenado que todos se desarmaran al entrar en la mansión, otro protocolo insensato de su paranoia. Eso ahora jugaba a mi favor.

Sin perder tiempo, llevé el filo de la espada hasta el cuello de Kai, su piel rozando apenas la hoja, y miré a sus guardias, desafiándolos con una voz firme.

—Bajen sus armas o muere —hablé en perfecto japonés.

Miré a Kai y pude leerlo en su mirada: una mezcla de sorpresa y terror al escucharme, algo que, probablemente, compartía su padre en ese momento. Cuando los guardias vacilaron, incrementé la presión del filo y un hilo de sangre brotó del cuello. Esa acción fue suficiente; con renuencia, desenfundaron sus espadas y las soltaron al suelo, donde mis hombres las recogieron rápidamente.

—Ahora, al frente, junto a todos —ordené, señalando el lugar con un leve movimiento de la espada.

Obedecieron, aunque sus ojos lanzaban miradas de puro odio. Sabía que esperarían cualquier oportunidad para atacarme, y yo también estaba lista para eso. Sin embargo, aún quedaban más guardias, y la tensión en el aire era tan densa como el silencio que llenaba el lugar. Justo cuando pensaba en dar mi siguiente orden, un rostro familiar apareció entre la multitud, y no pude evitar una sonrisa.

Delta avanzaba hacia mí, con dos ametralladoras en las manos. La serenidad y el control en sus ojos eran casi poéticos.

—Alpha —saludó, inclinando ligeramente la cabeza mientras se acercaba—. Bravo en posición. El perímetro es nuestro. A sus órdenes.

Una emoción oscura y emocionante se encendió en mí. Esto era tan excitante.

—Después me darás detalles. Por ahora, mantén a raya a todos los guardias. Desármalos, no quiero ninguna sorpresa.

Asintió, y los hombres que traía con él comenzaron a cumplir mis órdenes con precisión. Ahora, con el control absoluto de la situación, me dirigí a los invitados, quienes me observaban con expresiones de asombro, terror y desconcierto.

—Lamento tener que hacerlos partícipes de este momento, pero, aunque no lo crean, siéntanse honrados. —Nuevamente hablé en japonés—. Están aquí para presenciar una boda... una boda al estilo Romanov.

La incredulidad en sus rostros era palpable. Disfruté cada segundo de ese silencio sepulcral que se apoderaba del lugar.

—Acercad a Kaito. Lo quiero junto a Kai —ordené.

En cuanto mi mandato fue cumplido, bajé la mirada hacia ellos, especialmente hacia Kai. Una risa amarga y baja escapó de mis labios.

—No saben cuánto tiempo he esperado para este momento —exclamé con una sonrisa de satisfacción—. Un año... Un maldito año para que todo cayera en su lugar. Porque nada de esto fue coincidencia, Kai. Que te gustara en la academia... ahí comenzó todo. Ese fue el inicio de mi casi perfecto plan.

Kaito comenzó a murmurar algo, seguramente insultos hacia mí, pero era evidente que no tenía idea de lo que realmente ocurría, ni de los motivos detrás de cada paso que había tomado. Su odio era palpable, y sus ojos ardían con una furia contenida, aunque sus palabras morían en sus labios.

OSCURA ATRACCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora