CAPÍTULO 17

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POV LIA ROMANOVA


—Tenemos que ir mañana a primera hora para recibir el cargamento. Tendría que ser hoy, pero debido a tus asuntos familiares lo pospuse —escuché a Sergei desde el otro lado de la línea. Artem lo tenía en altavoz.

—Está bien —asintió, mientras me observaba fijamente—. ¿Algo más? —Se notaba impaciente por terminar la llamada.

—Aleksey tomó uno de los aviones hace minutos y.... se dirige a Italia —eso lo hizo desviar momentáneamente la atención de mí.

—¿Italia? ¿Por qué iría allá? —cuestionó, frunciendo el ceño—. Se supone que viajaríamos para el día de la boda, no antes. Averígualo.

No esperó una respuesta de su parte, simplemente colgó y, cuando estaba por hablar, apareció mamá.

—¿Y a dónde van ustedes dos? —preguntó, con una evidente curiosidad—. Ya es tarde y Lia debe descansar, como tú en tu nuevo hogar.

—Llevaba mucho tiempo queriendo comer helado y Lia, al saberlo, me invitó a degustar una nueva marca de sabor a vainilla —respondió tranquilamente con una sonrisa juguetona en sus labios.

Mamá asintió lentamente, alternando su mirada entre los dos.

—Los antojos suelen ser a veces intensos —comentó.

La mano de Artem se posó en mi cintura, apretando ligeramente e inmediatamente sentí una corriente de calor recorrer mi cuerpo.

—Demasiado, no te imaginas. —Sus palabras estaban llenas de doble sentido y esperaba que mamá no las percibiera. Mi cuello comenzó a arder y sabía que mi rostro pronto estaría completamente enrojecido—. Te dejamos, ya necesito comer...

—Llegaré más tarde, mamá —lo interrumpí rápidamente, temiendo que dijera algo aún más imprudente.

Lo jalé y caminamos hasta su automóvil. Aún sentía el calor en mi cuello y estaba segura de que mi rostro ya estaba rojo como un tomate.

—¿Por qué eres tan imprudente? —pregunté, frustrada, mientras él abría la puerta para que entrara.

Me miró con una sonrisa ladina mientras cerraba la puerta del copiloto tras de mí y rodeaba el coche para subirse al volante.

—Porque es divertido ver cómo te sonrojas —respondió, encendiendo el motor y arrancando el auto.

—No es divertido. —Crucé los brazos sobre mi pecho—. Es embarazoso.

—¿Embarazoso? —rió, lanzándome una mirada de soslayo—. A mí me parece adorable.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Él tenía esa capacidad de sacarme de quicio y hacerme sentir especial al mismo tiempo. Mientras conducía, su mano derecha se deslizó de la palanca de cambios a mi muslo, apretando suavemente.

El trayecto hacia su casa fue breve pero lleno de mucha tensión. Ninguno de los dos dijo nada, las palabras no eran necesarias. Cuando llegamos, me ayudó a bajar del coche, su mano sujetó firme la mía mientras me guiaba hacia la entrada.

Dentro, la casa estaba en total silencio, con una atmósfera íntima que parecía amplificar la conexión entre nosotros. Artem no perdió tiempo; me llevó directamente a la cocina. Abrió la nevera y sacó dos botes de helado de vainilla, luego buscó cucharas y vino hacia mí.

—Come —ordenó, firme y autoritario tendiéndome uno de los botes y una cuchara.

—¿Qué? —pregunté, tratando de mantener un tono ligero, pero mi voz tembló ligeramente.

OSCURA ATRACCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora