CAPÍTULO 20

4.5K 471 155
                                    


POV LIA ROMANOVA

Escuchábamos los regaños que el tío Xander y mi padre le hacían a Aleksander de fondo mientras esperábamos con Adrik y Ana a que salieran de una de las salas donde habían entrado. Ya había tenido tiempo de comentarle todo a Ana, y por esa razón no dejaba de preguntarme por mi estado de ánimo. Estaba preocupada y no se molestaba en ocultarlo.

En cuanto llegamos al hotel y lo encontramos sano y a salvo, pudimos respirar tranquilamente. Aleksander era el menor de todos nosotros y aún era muy vulnerable. Por esa razón tenía más guardias a su disposición, y aun así había conseguido librarse de todos ellos.

Solo le habían inyectado algún tipo de medicamento para dormir.

Kai pudo haberlo matado; me estaba probando. Tenía que ganarle en su juego o posiblemente alguien de mi familia saldría herido.

Adrik se paseaba de un lado a otro, sus pasos resonando en el pasillo. Cada vez que miraba la puerta, su ceño se fruncía más. La tensión en el aire era palpable, casi cortante.

—No aguanto más —resopló y volteó a verme, lo miré sin entender—. Te mandaré la dirección de esa mujer por teléfono. Ahora vayan con Ana y resuélvelo.

Me sorprendí al escucharlo, porque estaba totalmente segura de que no me daría la dirección. Pero ahí estaba, sacando su teléfono y escribiendo rápidamente el mensaje.

—¿Por qué? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

Él se acercó, agarró mi cuello y me atrajo hacia él para besarme en la frente.

—Puedo ver llorar a cualquiera, menos a ustedes dos —susurró con una intensidad que me dejó sin aliento—. Son las malditas mujeres de mi vida y nadie les hará daño. Ahora ve. Yo me encargo acá.

Sabía que Artem tendría problemas con él en cuanto volviera de su viaje. Adrik no dejaría pasar mis lágrimas, y aunque la idea de su confrontación me preocupaba, en ese momento podía importarme muy poco. No dejaba de pensar en la jodida razón por la que me había mentido en la cara.

La base de todo era la confianza. Nuestros padres nos lo habían enseñado y él simplemente la estaba traicionando. Me negaba a creer que todas sus palabras eran mentiras.

Sabía que él me quería, lo sabía, pero estaba ella.

¿En verdad tenían algo?

No lo sabía, pero si él buscaba protegerla de mí, entonces era obvio que era importante para él. Pero yo no podía compartirlo con alguien más. Nunca.

Asentí, mientras salía del pasillo junto con Ana a mi lado. Cuando llegamos al estacionamiento, el automóvil que la idiota me había dañado estaba ya ahí, arreglado, reluciendo bajo las luces.

—Creo que hay que sacar a esta pequeña bestia más tiempo —comenté, mientras admiraba el coche.

—Me parece genial. —Abrió la puerta del copiloto—. Vamos a darle la visita a la perra sin nombre.

Me reí de inmediato y abrí la puerta para entrar. En cuanto lo encendí, el ronroneo del motor me erizó la piel, llenándome de una extraña mezcla de anticipación y nerviosismo.

—¿Qué piensas hacer? —volteé a ver a Ana, recordando inmediatamente las palabras de mi papá.

—Aún no sé si quitar de raíz este problema... siento que me falta algo, una pieza —susurré, mis pensamientos corriendo a mil por hora—. Por ahora, vamos a hacerle una visita.

El trayecto en el coche fue silencioso, ambas sumidas en nuestros pensamientos. La ciudad pasaba a nuestro alrededor, las luces y sombras creando un paisaje surrealista. Cada vez que miraba a Ana, veía la preocupación en sus ojos, pero también la firmeza. Sabía que podía contar con ella, y eso me daba la fuerza que necesitaba.

OSCURA ATRACCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora