II

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Los días siguientes no habían sido mejores para Danny Fenton. Sam había salido de la ciudad para reunirse con sus parientes lejanos. Tucker seguía sin dirigirle la palabra y, en casa, sus padres ya le habían dado otro ultimátum sobre llegar a la hora acordada.

Por si fuera poco Dash seguía fastidiandolo como si no tuviera otra cosa mejor que hacer con su vida que intimidarlo y humillarlo. Aunado a ello los fantasmas no dejaban de aparecer por todas partes, obligándolo a dejar de lado sus actividades escolares para darles caza.

Algo no andaba bien, pero Daniel estaba harto de los problemas como para molestarse en indagar qué era.

¿Habría roto un espejo o derramado sal sin querer?

¿Acaso había pasado bajo una escalera sin darse cuenta?

¿O un gato negro se había atravesado en su camino?

Como quiera que fuera, Dan se alegró de llegar a casa minutos antes de las diez. Fue su padre quien abrió la puerta.

Daniel sonrió cansado y se quitó la mochila, pero entonces reparó en la cara seria de su padre.

—¿Esta todo bien?— preguntó alzando una ceja, inquisitivo.

—Justo de eso tenemos que hablar, jovencito— replicó Jack Fenton en tono severo.

Daniel suspiró y se dejó caer en el sofá listo para la reprimenda. Sin embargo la confusión lo consumió cuando Jack dejó a la vista una cajetilla de cigarrillos abierta.

—¿Qué?— pestañeó Danny, incrédulo.

Jack lo miró ceñudo.

—No finjas que no sabes nada. Lo encontré en el cajón de tu escritorio.

—¿Estuviste hurgando en mis cosas?

Daniel espabiló con enojo. Que ya no era un crío, pero tampoco entendía qué hacía esa cajetilla en sus pertenencias.

¿Jazz?

No, no sería capaz...¿O si?

—Eso no es mío— se defendió. Pero notó en la expresión férrea de su padre que este no daría su brazo a torcer.

—Llegas tarde casi todos los días, tienes citatorios en la escuela, y ahora esto. Tu madre y yo lo hemos discutido y lo mejor será ampliarte el castigo hasta que cambies tu conducta.

—Pero...— titubeó Danny inseguro. Todo en vano.

—Una semana sin salir. De la escuela a la casa. Iré por ti si es necesario.

Daniel separó los labios, presto a debatir, pero se silenció al no encontrar argumentos válidos para probar que los cigarrillos no le pertenecían. Aún si lo probaba, no podía hacer nada para desmentir sus llegadas tarde y las malas notas y citatorios en la escuela.

Su doble vida lo estaba orillando al descontrol. Por primera vez desde que atravesó el portal, maldijo su condición de fantasma.

¿Cómo iba a justificarse?

Sus padres no lo entenderían. Eran cazafantasmas. Incluso puede que no lo creyeran. Tampoco podía arriesgarse a que intentarán "volverlo a la normalidad".

Ni él mismo sabía cómo.

De pronto Daniel se sentía molesto con su padre. Por no ser comprensivo ni darle opciones. Por ser tan estricto y tratarlo como a un niño.

Se encerró en su habitación, tal como le fue exigido, pero una vez dentro, se sintió asfixiar. Tenía que encontrar una manera de solucionar las cosas y que le levantarán el castigo o no podría proteger a la ciudad.

Experimento fantasma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora