IV

205 26 6
                                        

Ahora si que la había liado en grande. Daniel ya se imaginaba lo que ocurriría al volver a casa. Seguro Vlad llamaría a sus padres, les contaría sobre su inesperada visita y lo que había hecho con aquel jarrón.

De cualquier forma estaría en problemas.

¿Cuantos meses de castigo le darían por ello?

¿O serían años, teniendo en cuenta que tampoco sabían que su trámite a la preparatoria que quería había sido revocado?

Todo era una bomba de tiempo en cuenta regresiva. Cada vez estaba más cerca de la explosión.

Daniel esperó al término de hora para interceptar a Tucker antes de que saliera a la cafetería.

De nuevo Tucker lo ignoraba. Todo el tiempo estaba con su celular o su portátil. Pero Daniel se las arregló para alcanzarlo en el pasillo y tomarlo del hombro.

—¿Podemos hablar?

Enfadado, Tucker suspiró y guardó su teléfono en el bolsillo.

—Pensé que ya habíamos hablado lo suficiente— bisbiseó.

—Fui un tonto— reconoció Daniel, mirándose la punta de los tenis.

—Y mucho— concordó Tucker un poco menos irascible—. ¿Aún crees que recorté y reenvié tu video a mis contactos?

Daniel negó con la cabeza.

—No, pero aunque lo hubieras hecho por accidente, no tendría que haber actuado así. Me dejé llevar por las emociones.

—Si, no lo hagas a menudo— bromeó Tucker, dándole un golpe amistoso en el brazo—. ¿Cómo van los castigos, amigo?

Daniel se llevó el índice al cuello y dibujó una línea recta imaginaria.

—Terrible. No te imaginas cuanto.

Las siguientes clases fueron menos aburridas. Ahora que finalmente Danny había hecho las paces con su mejor amigo, se sentía menos incómodo en el aula. Aunque sabía que tarde o temprano tendría que rendir cuentas con sus padres.

La campana anunció la salida, pero Daniel se retrasó todo lo posible. No quería llegar a casa tan rápido. No sabía cuándo lo dejarían salir nuevamente. Tendría que idear formas de escapar o acumular más mentiras y excusas hasta que el dique de falsedad se desbordara y acabara arrastrándolo a su propia ruina.

Estresado, Daniel se colgó la mochila a los hombros y salió al corredor. La salida se vislumbraba a varios metros desde su salón, pero Daniel frenó su caminata al reconocer a Dash recargado en uno de los casilleros. Lo había estado esperando. Parecía no cansarse nunca de su papel de bravucón.

Genial. Justo cuando creía que las cosas no podían empeorar más.

Por unos ínfimos segundos Daniel se pensó retrocediendo los pasos dados al salón y saliendo oportunamente por la ventana, pero eso era de gallinas, y tampoco le garantizaba que Dash no fuera a perseguirlo.

Pero ¿Por qué siempre a él?

Quizá porque Daniel era presa fácil. Un enclenque incapaz de defenderse o de acusarlo.

Tragando saliva Daniel siguió su camino. Y tal y como supuso, Dash lo retuvo al sujetar una de las correas de su mochila con fuerza, haciendo que Daniel trastabillara unos pasos hacia atrás.

—¿A donde tan rápido, perdedor?

—¿A...casa?— titubeó Daniel. Se estaba cansando de lo mismo. Insultos, golpes, humillaciones públicas, más golpes. Quería transformarse y darle su merecido, pero jamás se arriesgaría a que las pocas neuronas de Dash terminaran por atar cabos.

—Apuesto a que no te echaran de menos si te desapareces unos minutos— rió Dash, levantandolo de la solapa de la camisa. Apretó el puño y tomó impulso con el brazo.

Daniel cerró los ojos al saberse suspendido del suelo. Sabía lo que venía a continuación.

—¡Auch!

Atónito y ajeno a la conmoción, Daniel pestañeó al saberse libre del agarre. Había caído de sentón al suelo, pero fue Dash quien exclamó adolorido.

—También vas tarde a casa, ¿No, muchacho?

—¡Vlad!— se sorprendió Daniel al verle de pie y en porte amenazador. Dash dejó de sostenerse la enrojecida mejilla para mirar a Daniel con rencor.

—Esta me la pagaras, Fenton— siseó, pálido de rabia antes de marcharse.

—Lo dudo— gesticuló Vlad, en tono práctico, objetivo, aterrador. Acto seguido tendió una mano a Daniel para ayudarlo a levantarse.

A pesar del previo apoyo brindado, Daniel lo miró con cierto recelo. Los músculos de la cara le temblaban por los nervios.

—¿A qué ha venido?

Claro. Debió esperarlo. Vlad no lo delataría con sus padres, sino que se haría cargo él mismo de darle su merecido. Una venganza razonable, aunque injusta.

—Vine a devolverte un objeto que olvidaste en mi casa.

Daniel no bajó la guardia hasta que Vlad le puso en las manos el termo Fenton. Alzó las cejas con renovada impresión.

—¿Usted vino hasta aquí solo para devolvérmelo?— quiso saber. La comprensión se le escapaba como seda entre los dedos con cada segundo que pasaba.

Vlad era el enemigo, pero por qué de repente el cambio.

¿En verdad ya no era tan malo?

¿Por qué lo ayudaba?

Podía haber sembrado el caos en la ciudad de haberlo querido, pero no lo había hecho.

—Si. Bueno, supongo que es un artilugio importante, ¿No es así, Danny?, en todo caso es mejor que lo guardes.

Con el gesto contrito, Vlad hizo amago de marcharse, pero Daniel reaccionó a tiempo para adelantarlo y bloquearle el paso.

—Le debo una disculpa por lo del jarrón. Y por entrar a su casa sin permiso y por...revisar sus cosas.

—Esas son muchas disculpas, y muy mal enumeradas— murmuró Vlad con conspicua gracilidad—. Lo más grave fue el jarrón, pero ya no importa, Daniel. Debí llevarlo a un nicho como hacen las personas normales.

El aguijonazo de culpa seguía calando hondo en Danny. Empezaba a creer que de verdad Vlad Masters se había reformado.

¿Qué más pruebas necesitaba?

El laboratorio de Vlad ya no existía. Había dejado de usarlo hacía ya tiempo. Tampoco lo había delatado con sus padres, lo había salvado de la certera paliza de Dash, y encima le había devuelto el termo. Todo apuntaba a que no era el mismo de antes.

—¿Puedo hacer algo para enmendar lo que hice?— se ofreció, guardando el termo en su mochila.

Vlad fue a negar con la cabeza, pero pareció pensárselo mejor.

—Entrena conmigo— pidió. Media sonrisa asomó a sus labios.

Daniel entornó la mirada.

—No voy a renunciar a mi padre.

—No he dicho que lo hagas— refutó Vlad alzándose de hombros—. Me gustaría medir tus habilidades. Quizá pueda ayudarte a pulirlas. Después de todo tengo más experiencia siendo fantasma.

—Eso creo— concedió Daniel reflexivo, viendolo partir como si nada. De pronto reparó en que tenía el pulso acelerado y tenía las manos frías de nerviosismo.

"¿A qué es guapo?"

Cerró los ojos y sacudió la cabeza con vehemencia.

Estúpida Jazz y sus comentarios acertados.

Experimento fantasma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora