La carta, aunque abierta, estaba intacta, doblada y abandonada en una esquina de su armario, acompañada del regalo envuelto que Liam le había enviado días atrás. El que obviamente no había tenido el valor de abrir, el solo hecho de verlo cada mañana cuando buscaba que ponerse le cambiaba el ánimo.
Leer superficialmente el mensaje había sido suficiente para que su mente se llenara de recuerdos y emociones que había trabajado duro por enterrar. Cada vez que sus ojos se posaban en la envoltura brillante, su corazón daba un vuelco, y optaba por empujar el regalo más al fondo del armario, como si hacerlo lo protegiera de los sentimientos que luchaban por salir a la superficie.
Liam siempre había tenido esa habilidad de decir las cosas justas, de conectar con él de una manera que nadie más había podido hacer. O así era hasta que conoció a Ford, pero ese era un tema aparte. No iba a comparar sus relaciones. Por eso se había prometido que no abriría ese regalo, aunque cada día aumentara la curiosidad en su interior.
El tiempo avanzó, y las clases mantenían a Bill enfocado, al menos en apariencia. Pues, aunque muchos pensaran lo contrario, la psicología era una carrera exigente, y cada día representaba un nuevo desafío. Sumado a ello estaba el inconveniente de Liam, quién no había vuelto a cruzarse en su camino, por suerte.
Aun así, los días parecían pesarle más de lo habitual. Había mañanas en las que no quería levantarse, en las que deseaba fundirse con el colchón y las sábanas, dejar que el mundo siguiera sin él. Pero siempre encontraba una razón, por pequeña que fuera, para levantarse.
Aunque estuviera cansado hasta los huesos, aunque el estrés amenazara con devorarlo, se obligaba a enfrentar el día. Y como siempre, ocultaba su inquietud tras una máscara, tras una sonrisa perfectamente ensayada. En las clases, Bill se mostraba participativo, atento, como si nada lo afectara. Comía a tiempo, asegurándose de no levantar sospechas, aunque con cada bocado sentía cómo el estómago se le cerraba. No quería preocupar a nadie, mucho menos a sus amigos.
Pyronica, quien lo conocía mejor que nadie, habría notado su lucha interna en otras circunstancias. Pero incluso ella estaba enfocada en sus propias clases, atrapada en el agotamiento que parecía envolverlos a todos. Bill lo entendía; cada uno tenía sus propias cargas, sus propios desafíos, y no quería ser una carga más para nadie. Había aprendido a callar, a guardarse todo, porque no podía soportar la idea de que alguien más cargara con su peso.
Lo único que realmente lo aliviaba era estar con Ford. En esos momentos, bajo el viejo roble, mientras el sol comenzaba a ocultarse, todo parecía más sencillo. A veces hablaban de cualquier cosa: recuerdos de la infancia, estudios, o simples observaciones del mundo. Otras veces no decían nada, limitándose a estar abrazados en un cómodo silencio. Era en esos momentos, con el aroma de las feromonas de Ford envolviéndolo como una manta cálida, que Bill sentía cómo su ansiedad disminuía.
El calor del cuerpo de Ford junto al suyo y ese sutil pero reconfortante olor que solo un alfa podía emanar hacían que su mente, siempre llena de inquietudes, se aquietara. A veces, el consuelo que encontraba a su lado era tan abrumador que se permitía preguntarse si su sensibilidad reciente no se debía solo al cansancio, sino al hecho de que su celo se acercaba. El sonido del viento en las hojas y la cercanía de su alfa eran todo lo que necesitaba en ese momento para seguir adelante.
---△---
La cafetería estaba animada como siempre, pero en la mesa donde Bill, Pyronica y Fiddleford estaban sentados, las risas eran discretas y las conversaciones más bien tranquilas. Estaban esperando a Ford, quien había prometido presentarles a un amigo que, según sus palabras, “era un genio en su campo”. Pyronica había rodado los ojos ante la descripción exagerada, mientras Fiddleford tamborileaba los dedos sobre la mesa, claramente más emocionado por la llegada del café que por conocer a alguien nuevo.

ESTÁS LEYENDO
Omega de oro
FanfictionEn su primer día en la universidad, Ford accidentalmente derramó café sobre un desconocido. El extraño, con una sonrisa amable, aceptó el pañuelo ofrecido y se fue. Al ver su rostro hermoso, Ford quedó profundamente impresionado. En ese instante, n...