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Los días que siguieron a su encuentro en la cafetería estuvieron llenos de emociones nuevas para Ford. No podía dejar de pensar en Bill, en cómo había sonreído, en la facilidad con la que habían conectado. Aunque nunca había sido alguien particularmente distraído, ahora se encontraba perdiéndose en pensamientos sobre el omega, imaginando conversaciones futuras, momentos compartidos, y más allá.

McGucket notó el cambio en su amigo. "Nunca te había visto así, Ford. Ni siquiera te he visto tan emocionado por el experimento nuevo."

Ford intentó negarlo, pero McGucket simplemente se rió. "Vamos, es obvio que estás en las nubes. ¿Ya lo has vuelto a ver?"

"Nos hemos cruzado un par de veces en el campus," admitió Ford, tratando de sonar casual, aunque su corazón latía más rápido al recordar esos breves encuentros. "Pero no hemos hablado mucho desde entonces."

"No deberías esperar tanto para hablar con él otra vez," sugirió McGucket. "Si sigues así, otro alfa podría adelantarse."

La idea de que alguien más se acercara a Bill hizo que una extraña sensación de celos se removiera en el estómago de Ford. No quería que nadie más estuviera cerca de él, no quería que nadie más compartiera la misma conexión que había sentido. Aunque sabía que era irracional, no podía evitarlo.

Animado por las palabras de McGucket, Ford decidió buscar a Bill. Sabía que el omega tenía un horario de clases diferente al suyo, pero recordó que mencionó estar en un club de psicología. Decidido, Ford esperó fuera de la sala donde se reunían, con la esperanza de verlo salir.

Cuando la puerta finalmente se abrió y Bill apareció, Ford sintió que el tiempo se detenía. Bill no lo vio al principio, ocupado en una conversación con otros dos estudiantes. Pero cuando lo hizo, sus ojos se iluminaron con una sonrisa que hizo que el corazón de Ford diera un vuelco.

"Stanford, ¿esperándome?" bromeó Bill mientras se acercaba, despidiéndose de sus compañeros con un gesto.

Ford se rascó la nuca, sintiéndose un poco avergonzado. "Eh, sí. Quería ver si te gustaría salir a caminar. Si no estás ocupado, claro."

Bill pareció considerarlo por un momento, pero luego asintió. "Me encantaría. Necesito un descanso después de tanta charla de psicología."

Caminaron juntos por el campus, sin un destino en particular. La tarde estaba tranquila, con una ligera brisa que hacía que el cabello de Bill se moviera suavemente. Ford no podía evitar observar cada detalle: como cada vez que sonreía hacia que el lunar que tiene en la mejilla se perdiera en uno de sus oyuelos, lunar que le hacia pensar cosas que no quiere mencionar, cómo el omega se llevaba un mechón de cabello tras la oreja, cómo sus ojos se iluminaban cuando hablaba apasionadamente sobre algo, cómo cada pequeño gesto lo hacía parecer aún más increíble.

Finalmente, encontraron un banco bajo un roble grande, y se sentaron allí, disfrutando del silencio que los rodeaba. Era un silencio cómodo, de esos que no necesitaban ser llenados con palabras. Ford se sentía extrañamente tranquilo, como si todo en su mundo estuviera en su lugar en ese momento.

"Así que," comenzó Bill, rompiendo el silencio con una sonrisa juguetona, "¿siempre te quedas esperando fuera de las reuniones de los clubes? ¿O es solo por mí?"

Ford se rió, sintiendo cómo se le subían los colores a las mejillas. "No, no es algo que haga normalmente. Solo... pensé que sería una buena manera de verte."

Bill lo miró con una expresión suave, y por un momento, el mundo pareció detenerse. "Me alegra que lo hayas hecho."

Las palabras eran simples, pero la forma en que Bill las dijo, con una sinceridad tan desarmante, hizo que Ford sintiera una oleada de emoción. No había duda en su mente de que estaba enamorándose de este omega. Cada vez que estaban juntos, Ford sentía que podía ser él mismo, sin pretensiones, sin la necesidad de demostrar nada. Bill lo veía tal como era, y eso lo hacía sentir increíblemente feliz.

"Sabes," dijo Bill después de un rato, mirando hacia el cielo que empezaba a teñirse de colores cálidos mientras el sol comenzaba a ponerse, "no es común encontrar a alguien con quien puedas hablar tan fácilmente. Contigo es... diferente."

Ford lo miró, su corazón saltando ante esas palabras. "También lo siento así. Es como si te conociera de toda la vida"

Bill sonrió, perdiendo de nuevo su lunar, y que hizo que algo en el pecho de Ford se agitara con fuerza. "Tal vez sea porque, de alguna manera, nos estábamos buscando. Dos personas que piensan de manera tan distinta, pero que se complementan."

Ford asintió, sin saber cómo expresar con palabras lo que sentía. Había algo entre ellos, algo que no necesitaba ser dicho para ser entendido. Una conexión, una chispa que se había encendido desde el primer momento en que se conocieron.

El tiempo pasó sin que se dieran cuenta. La tarde se convirtió en noche, y el campus comenzó a vaciarse. Pero ellos no se movieron del banco, absortos en su conversación y en la compañía del otro. Había algo en la tranquilidad de la noche, en el suave murmullo del viento entre las hojas, que hacía que todo se sintiera más íntimo, más real.

"Deberíamos hacer esto más seguido," dijo Bill finalmente, rompiendo el silencio con una voz suave.

"Me encantaría," respondió Ford, su voz llena de una sinceridad que no podía ocultar. "Estar contigo es... diferente a todo lo que he experimentado antes."

Bill lo miró por un largo momento, sus ojos amarillos reflejando la luz de las farolas cercanas. Luego, sin decir una palabra, se inclinó hacia adelante y dejó un suave beso en la mejilla de Ford. Fue un gesto simple, pero cargado de significado, y cuando se apartó, una sonrisa pequeña y tímida apareció en sus labios.

Ford se quedó paralizado, su mente tardando en procesar lo que acababa de suceder. Pero antes de que pudiera decir algo, Bill se levantó, su expresión algo nerviosa pero llena de afecto. "Nos vemos pronto, Stanford."

Y con eso, se alejó, dejándolo sentado en el banco, con el corazón latiendo tan fuerte que pensó que podría oírse en todo el campus. Ford llevó una mano a su mejilla, donde el calor del beso de Bill aún se sentía, y una sonrisa boba se extendió por su rostro.

Había algo en ese beso, algo en ese gesto tan simple, que lo hizo sentir más conectado con Bill que nunca antes. Era como si ese pequeño acto hubiera sellado algo entre ellos, un vínculo que Ford estaba seguro de que no se rompería fácilmente.

Mientras veía a Bill desaparecer en la distancia, Ford supo que lo que sentía por él era más que un simple enamoramiento. Era algo profundo, algo real. Y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para mantener esa conexión, para ver a dónde los llevaría este camino que acababan de empezar a recorrer juntos.

Omega de oro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora