Café

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Capítulo XXII - Café

El café en el centro comercial había sido delicioso, pero Sarah, de repente, dejó la taza en la mesa con una expresión de alarma que me hizo alzar una ceja.

—¿Qué pasa? —pregunté, sintiendo que algo se le había olvidado.

—¡Mis padres! —exclamó, llevándose una mano a la frente—. Quedamos de tomar café con ellos, y vamos tarde.

Fue como si activaran un resorte en ambas. Pagamos rápidamente la cuenta, agarramos nuestras cosas y salimos a toda prisa del lugar.

No habíamos dado ni diez pasos hacia el estacionamiento cuando noté el creciente bullicio a nuestro alrededor. La prensa, siempre atenta a cualquier figura pública, había llegado. En cuanto salimos de la cafetería, los flashes comenzaron a dispararse y el sonido de mi nombre se mezcló con preguntas y llamados a posar para una foto.

—¡Karla! ¡Por aquí! ¿Es cierto que estás con Sarah Vidal?

—¿Es una cita?

—¡Dr. Vidal, una sonrisa!

Sarah y yo intercambiamos una mirada y, al mismo tiempo, comenzamos a correr como si estuviéramos en medio de una película de acción. Yo llevaba las bolsas de nuestras compras, intentando que no se me cayera nada, mientras ella sostenía con destreza nuestros cafés, esquivando a las personas y las cámaras.

El sonido de los tacones de Sarah resonaba en el suelo del centro comercial, y aunque corríamos, no podíamos evitar reírnos.

—Esto es como una película de paparazzi de los noventa. —dije entre risas, mirando de reojo los flashes que nos seguían.

—¿Y tú eres la estrella? —respondió Sarah, sonriendo.

Cuando finalmente llegamos al auto, Sarah abrió rápidamente la puerta del conductor mientras yo tiraba las bolsas en el asiento trasero.

—Sujétate bien. —dijo con una sonrisa traviesa mientras encendía el motor.

El porche verde rugió con fuerza, y antes de que me diera cuenta, Sarah maniobraba con una habilidad impresionante. Evadió a la multitud que se aglomeraba en el estacionamiento, dejando atrás a los curiosos y fotógrafos.

—Eres una excelente conductora. —comenté, mientras sujetaba mi cinturón de seguridad, sorprendida por lo rápido que se movía entre los autos.

—¿Dudabas de mí? —respondió con una sonrisa mientras tomaba un desvío que nos dejó en una vía despejada.

En menos de cinco minutos llegamos a la cafetería donde sus padres nos esperaban. Aparcó con precisión en una esquina tranquila y apagó el motor, girándose hacia mí con una expresión entre divertida y aliviada.

—¿Lista para enfrentar las preguntas? —me dijo, ajustando su cabello rápidamente en el espejo retrovisor.

—Si me prometes que no volveremos a correr una maratón, estoy lista para todo. —respondí, soltando una carcajada mientras ambas bajábamos del auto.

Sarah me tomó de la mano y, juntas, caminamos hacia la entrada de la cafetería, preparadas para lo que la tarde nos deparará

El lugar al que llegamos estaba impregnado de un ambiente acogedor, un pequeño café con toques rústicos que encajaba perfectamente con la vibra europea que los padres de Sarah tanto parecían disfrutar. Las mesas y sillas eran de madera pulida, decoradas con pequeños jarrones que contenían flores frescas. Una suave melodía de jazz flotaba en el aire, mientras los clientes, en su mayoría parejas o pequeños grupos, charlaban en voz baja. Las ventanas amplias dejaban entrar la luz tenue del atardecer, creando un cálido contraste con el aroma del café recién hecho y los postres horneados.

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora