Vinilo

830 45 6
                                    


Capítulo XIII - Vinilo

La luz de la mañana entraba por el ventanal, iluminando los estantes abarrotados de libros en la oficina de Sarah. Afuera, los jardines se extendían como un lienzo pintado con verdes intensos y sombras danzantes. Los caballos galopaban libres, sus crines ondeando al viento, y ese espectáculo hipnotizaba a Sarah mientras sostenía una taza de café que ya estaba fría. Había algo en la libertad de esos animales que le daba calma, como si su caos interno se disipara por un instante.

Karla apareció tras ella, en silencio, observando cómo Sarah estaba absorta en sus pensamientos. La imagen de Sarah, de pie junto al ventanal, con la luz dorada delineando los contornos de su figura, le parecía sacada de un cuadro. Karla sonrió para sí misma antes de acercarse con pasos firmes.

Sin previo aviso, envolvió sus brazos alrededor de Sarah desde atrás, apoyando su barbilla en el hombro de la otra mujer. La calidez del abrazo y el toque inesperado hicieron que Sarah girara ligeramente el rostro, sorprendida pero sin apartarse.

—Buenos días —murmuró Karla, dejando un beso suave en la mejilla de Sarah.

—Buenos días —respondió Sarah, su tono más bajo de lo usual, como si temiera romper la quietud del momento.

Karla no se separó de inmediato, disfrutando del contacto, pero eventualmente aflojó el abrazo, quedándose a su lado mientras ambas observaban el paisaje. Sarah rompió el silencio primero:

—Siempre me ha fascinado lo simple que parece todo allá afuera. Ellos, los caballos... libres, sin preguntas, sin expectativas.

Karla ladeó la cabeza, observándola de reojo. —Quizá no hacen preguntas, pero tú sí. Siempre buscando respuestas. Eso te hace diferente, especial.

Sarah dejó escapar una leve risa. —¿Especial? Nunca me lo habían dicho así.

Karla se encogió de hombros. —Tienes esta combinación rara: pasión por la lógica, pero un corazón que vibra con cosas como esta —señaló los caballos con un gesto de la cabeza—. Admito que es un poco desconcertante.

Sarah giró hacia Karla, cruzando los brazos frente a su pecho, con una sonrisa que bordeaba el desafío. —¿Desconcertante?

—Completamente —respondió Karla, sonriendo de vuelta—. Una científica que no solo colecciona libros como trofeos, sino que los vive, que se pierde en la música y en el arte. Eres toda una contradicción, Sarah.

Sarah dio un paso hacia la estantería, corriendo un dedo por el lomo de un libro en particular antes de sacarlo. Lo sostuvo en sus manos, mirándolo por un momento antes de volver hacia Karla.

—"El Aleph", de Borges. —Se lo extendió—. Léelo. Habla de infinitos, de lo inmenso en lo diminuto. Tal vez entiendas por qué lo elegí para ti.

Karla tomó el libro, sus dedos rozando los de Sarah brevemente. Miró la portada y luego a Sarah, como tratando de descifrar lo que realmente quería decirle con ese gesto.

—Gracias. Aunque —dejó el libro sobre el escritorio y dio un paso hacia ella— creo que ya sé lo suficiente sobre infinitos.

Sarah arqueó una ceja, divertida y curiosa. —¿Ah, sí?

Karla no respondió de inmediato. En cambio, acercó su mano a la cintura de Sarah, reduciendo la distancia entre ellas. Su mirada era intensa, decidida, pero cargada de un magnetismo que hacía que Sarah sintiera que el control se deslizaba entre sus dedos.

—Sí. Por ejemplo, estoy aprendiendo que este momento podría durar para siempre... si tú quieres.

La tensión entre ambas era palpable. Sarah dejó escapar una risa breve, baja, como si estuviera debatiendo si rendirse o mantener el control. —¿Siempre tan segura de ti misma?

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora