Aire fresco

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Capítulo II - Aire fresco

La cafetería tenía un aire acogedor, como un rincón parisino, pero más cálido y lleno de vida. Era tarde, el aire fresco se colaba suavemente por la terraza decorada con cadenas de luces tenues y plantas colgantes que danzaban al ritmo del viento. Las mesas de madera, adornadas con pequeñas macetas de flores, invitaban a sentarse y disfrutar del ambiente tranquilo. La luz dorada creaba una atmósfera íntima y relajada, perfecta para una conversación larga.

Sarah llegó y al entrar al local, sus ojos recorrieron el lugar rápidamente, buscando a Karla. En una mesa al fondo, la encontró: estaba inmersa en su computadora, con la mirada fija en la pantalla y el ceño ligeramente fruncido mientras escribía. La luz de la tarde la iluminaba suavemente, dándole un aura cálida y serena. Karla levantó la vista, captando la búsqueda en la mirada de la joven, y no pudo evitar sonreír al ver cómo la otra se detenía un momento para localizarla. Le pareció tierno ese gesto, y con una pequeña sonrisa en sus labios, levantó la mano para llamar su atención. La mirada de Karla no disimulaba, se iluminó en cuanto vio a la joven caminar en dirección a ella. Sarah llevaba un traje negro impecable, con chaleco, saco y pantalón perfectamente ajustados. Sus gafas de aro negro agregan un toque de sofisticación a su imagen, y su porte elegante resalta incluso más con el contraste de la luz suave del lugar.

Cuando Sarah se acercó, Karla observó cada uno de sus movimientos. La figura alta y delgada de Sarah, la manera en que retiró el saco y lo colocó sobre la silla con naturalidad, todo le parece fascinante. Sarah, por su parte, se siente atraída por la simple presencia de Karla, quien lucía impresionante con su estilo casual pero refinado. Su pelo negro y sus lentes acentuaban su mirada inteligente, y la manera en que estaba sentada, con una postura relajada pero segura, le transmitían una confianza que siempre había admirado.

Ambas intercambiaron miradas por un instante, el ligero brillo en sus ojos evidenciaba la nostalgia, cada una pensaba lo bien que se veía la otra. Es un reconocimiento mutuo, un instante suspendido donde la atracción que siempre estuvo ahí parecía intensificarse.

—Hola, Profe —dice Sarah con una sonrisa suave, mientras tomaba asiento frente a ella.

Karla sonrió, agradecida por el gesto, pero su mirada no pudo evitar deslizarse de nuevo hacia Sarah, pensando en lo hermosa que se veía.

—Hola, Sarah. Qué gusto verte así... tan elegante —respondió Karla, sin poder ocultar la admiración en su voz.

—Sí jaja — respondió Sarah un poco nerviosa —- Es que vengo saliendo del trabajo, por eso tanta formalidad.

Ambas rieron y el ambiente entre ellas se llenó de una calidez distinta, más allá de la del café y la luz suave. Por un momento se miraron, y por un instante, parecieron perderse en los pequeños detalles de sus rostros, reconociendo las sutiles transformaciones de los años que habían pasado.

Karla lo intentaba pero no lograba evitar observar a Sarah con admiración mientras esta estaba frente a ella. El traje le quedaba perfecto, resaltando sus hombros y su porte elegante. El chaleco ajustado y el conjunto sobrio pero impecable parecían diseñados para justos para ella, y Karla sintió una pequeña punzada de nervios al darse cuenta de lo mucho que la atraía verla así.

—Cuéntame—comenzó Karla, con una sonrisa—, después de tanto tiempo... ¿Qué ha sido de ti?

Sarah soltó una pequeña risa, esa risilla franca que Karla recordaba bien.

—Pues he estado ocupada, por decirlo de alguna manera —dijo la joven entre risas—. Después de la secundaria, me absorbió completamente la universidad y luego el trabajo. Estudié Microbiología, y aunque al principio fue un desafío, terminé adorando la carrera.

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora