Capítulo XXIV - Flor
El sol apenas comenzaba a colarse por las cortinas cuando abrí los ojos. Me encontraba en mi cama, el sonido de las olas resonaba a lo lejos como un suave arrullo que aún parecía invitarme a seguir soñando. Sentí la tela húmeda del bikini que aún llevaba puesto del día anterior. Sin pijama, sin mantas; solo el bikini blanco y la leve sensación de sal en mi piel. Me giré hacia un lado y ahí estaba Karla, medio dormida, su cabello oscuro revuelto sobre la almohada, respirando con calma. Parecía tan tranquila, tan serena. Tomé un suspiro profundo, recordando los momentos de la noche anterior.
La conversación en la piscina aún revoloteaba en mi mente, como ecos de algo que había dicho en un momento de vulnerabilidad. Las palabras habían salido de mí con el vino como cómplice, pero el miedo que expresaban era demasiado real. Karla había estado allí para sostenerme, con su mirada firme y su abrazo reconfortante. Por primera vez en mucho tiempo, no me sentí sola enfrentando esa angustia.
Decidí levantarme con cuidado para no despertarla. Caminé hacia el baño, el frío del suelo me sacó del letargo. La ducha era necesaria, tanto para despejar mi mente como para sacudirme la sal que aún sentía en la piel. El agua caliente corría por mi cuerpo mientras mis pensamientos vagaban. Pensé en Willy, en lo que significaba para mí, y en cómo la conversación de anoche había abierto una pequeña puerta hacia un rincón de mi corazón que evitaba explorar.
Cuando salí de la ducha, eligiendo un bikini blanco fresco y un vestido ligero que se movía suavemente con la brisa, me sentí más lista para afrontar el día. Amarré mi cabello en una coleta desordenada, dejando que algunos mechones cayeran alrededor de mi rostro. Me miré en el espejo por un momento, como si buscara alguna señal de que todo estaría bien, y finalmente salí al balcón.
Ahí estaba Willy, sentado con un atuendo ligero y playero que le hacía lucir más relajado de lo usual. Su porte habitual, tan formal, se había desvanecido en la brisa marina. Sostenía una copa de vino en una mano y observaba el horizonte, como si estuviera sumido en algún recuerdo lejano.
—¿Te puedo acompañar? —pregunté, acercándome a él con una sonrisa.
—Siempre, signorina Sarah, siempre —respondió, haciendo un gesto para que tomara asiento a su lado.
Era temprano, pero eso nunca había sido un impedimento para nosotros. Tomé una copa y me serví un poco de vino, disfrutando de la tranquilidad del momento. Fumé un cigarrillo mientras Willy reía suavemente, hablándome de Italia, de los años que pasó allí y de cuánto extrañaba esas calles empedradas, los viñedos interminables y los cafés pequeños donde la vida se sentía más lenta. Había una nostalgia en su voz que me recordaba cuánto había vivido, cuánto había visto, y por un instante me sentí profundamente agradecida de tenerlo conmigo.
Karla apareció momentos después, tan radiante como siempre. También estaba vestida para conquistar el día, con un vestido veraniego de tonos suaves que dejaba al descubierto sus piernas, bronceadas y perfectas. Su cabello estaba recogido con una naturalidad que la hacía ver fresca y relajada, pero con ese toque de elegancia que siempre la acompañaba.
—¿Qué hacen ustedes tan temprano aquí afuera? —preguntó, mientras tomaba una silla junto a nosotros.
—Solo disfrutando de la brisa marina y del mejor vino que traje —respondí, levantando mi copa con una sonrisa cómplice.
Karla sonrió y negó con la cabeza, como si estuviera acostumbrada a mis caprichos. Tomó la copa que le ofrecí y se unió a nosotros en ese momento de calma, donde el día parecía extenderse ante nosotros como una promesa de aventuras por venir.
Willy comenzó a hablar con una cadencia pausada, como si cada palabra lo transportara de regreso a su infancia en Capri, Italia. Describió con detalle los viñedos que rodeaban su hogar, donde las uvas colgaban en racimos perfectos bajo el sol cálido de la región. Habló de su familia, de las tardes largas en las que su madre hacía pasta fresca, y del aroma del tomate cocinándose en la estufa, un olor que, decía, nunca había podido encontrar en ningún otro lugar.
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El baile de las almas perdidas
RomanceEn un mundo donde el éxito profesional parece ocuparlo todo, Sarah y Karla, dos mujeres apasionadas y brillantes, se reencuentran por casualidad tras años de distancia. Sarah, una microbióloga de porte elegante, y Karla, una profesora que ahora tamb...