Ron

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Capítulo XVI - Ron

Llegué a Inglaterra a las 6 de la mañana. El vuelo había sido largo, pero no había podido dormir ni un segundo. Mi equipo y yo habíamos pasado la mayor parte del trayecto revisando documentos, ajustando estrategias y afinando detalles para las reuniones de los próximos días. El tema central de nuestro viaje era una serie de acuerdos comerciales y culturales entre ambos países, con énfasis en la colaboración tecnológica y educativa. La propuesta de mi país incluía la implementación de programas de intercambio para estudiantes y profesionales, además de proyectos conjuntos para el desarrollo de energías renovables. Una agenda ambiciosa y con muchas expectativas de por medio.

El equipo que me acompañaba estaba compuesto por otros diputados y funcionarios clave, entre ellos Luis, un colega y amigo que siempre encontraba la manera de hacer los viajes más soportables. Su humor ligero y su habilidad para restar tensión a cualquier situación eran un alivio en medio de tanta formalidad. Acompañándonos también estaba el presidente, quien parecía más fresco de lo que cualquiera de nosotros podía presumir a esas horas.

Después de pasar por los trámites del aeropuerto, nos trasladaron directamente al hotel donde nos hospedaríamos. Era un edificio histórico, elegante y lleno de carácter, ubicado en el corazón de la ciudad. Las molduras intrincadas del techo y los candelabros en el vestíbulo contrastaban con los muebles modernos y los detalles minimalistas de las habitaciones. Cuando abrí la puerta de la mía, lo primero que sentí fue una mezcla de alivio y agotamiento.

El espacio era amplio, decorado en tonos neutros y con grandes ventanales que ofrecían una vista espectacular de la ciudad. Había un escritorio perfectamente ordenado, un sillón cómodo junto a una lámpara de lectura, y una cama que parecía llamarme con su suavidad prometida. Me senté en el borde de esta última, dejando caer la espalda contra el colchón con un suspiro de cansancio.

Por un momento, pensé en cerrar los ojos y dejar que el sueño me venciera, pero decidí revisar mi teléfono primero. Los mensajes que se habían acumulado durante las horas sin internet eran abrumadores, en su mayoría correos y notificaciones del trabajo. Sin embargo, hubo uno que captó mi atención de inmediato: el mensaje de Sarah.

Sonreí al ver la foto de ella y Willy en el restaurante italiano, una mezcla de elegancia y calidez que reflejaba perfectamente su esencia. Le respondí con una broma ligera sobre su "cita" y terminamos hablando por unos minutos antes de que ella se fuera a dormir. La ternura en sus palabras y la familiaridad de su tono me dieron un pequeño respiro en medio de todo el caos del día.

Con el teléfono aún en la mano, me recosté sobre la cama y dejé que mis pensamientos se deslizaran hacia ella. Por unos instantes, todo lo que tenía por delante parecía más llevadero. Aunque el día apenas comenzaba y sabía que estaría lleno de compromisos, ese breve momento de conexión me bastó para sentir que no estaba tan lejos de casa como pensaba.

El día comenzó con un insistente golpeteo en mi puerta. Era Luis, siempre puntual y energético, anunciándome que en media hora tendríamos un tour por la ciudad. Aún con los párpados pesados, me arrastré hasta la ducha. El agua caliente fue suficiente para espabilarme y centrarme en lo que venía.

Para el día elegí un atuendo elegante y cómodo, acorde a la formalidad de nuestra agenda. Opté por unos pantalones rectos de tela gris perla combinados con una blusa de seda blanca con detalles en los puños. Encima, un blazer azul marino entallado que le daba un toque profesional, y unos zapatos de tacón bajo en negro. Mi cabello lo llevé recogido en un moño relajado, dejando algunos mechones sueltos que enmarcaban mi rostro.

Al salir de mi habitación, me dirigí al salón donde nos habían citado. El espacio estaba decorado con sobriedad británica: alfombras de tonos oscuros, paredes adornadas con retratos históricos y una chimenea encendida que añadía calidez al ambiente. Nos recibieron con un desayuno abundante y una breve ceremonia de bienvenida. Mi mesa, sin embargo, dejó mucho que desear. Estaba rodeada de señores mayores que debatían sobre política internacional con entusiasmo casi competitivo.

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora