Jazz

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Capítulo IV - Jazz

La noche en la ciudad brillaba con un encanto peculiar, como si el aire estuviera cargado de historias por contar. Las luces de las farolas se reflejaban en los charcos sobre los adoquines, y los escaparates iluminados daban vida a las sombras que danzaban en los muros. Sarah y Matthew caminaban por una avenida empedrada, sumidos en una conversación ligera. Los tacones de Sarah resonaban con un ritmo elegante, seguro, mientras el sonido amortiguado de los pasos de Matthew, con su chaqueta de cuero y bufanda gris, aportaba un contrapunto relajado, casi despreocupado. Era como si sus estilos fueran un dúo improvisado en perfecta armonía.

El aire fresco traía consigo el aroma de castañas asadas y especias, mezclado con una ligera brisa que acariciaba las mejillas. Sarah, envuelta en su abrigo largo de color café, mantenía una sonrisa enigmática mientras guiaba a Matthew por calles menos transitadas, un mapa de secretos que parecía dominar con naturalidad.

—¿Entonces? —insistió Matthew, arqueando una ceja con aire juguetón mientras se colocaba las manos en los bolsillos—. ¿A dónde vamos?

Sarah giró ligeramente el rostro, lo suficiente para que el reflejo de las luces capturara el brillo de sus ojos.

—A un lugar que probablemente cambie tu perspectiva del jazz para siempre.

La respuesta dejó a Matthew con una sonrisa divertida.

—¡Vaya! Ya estás elevando mis expectativas. Si no hay al menos un saxofonista virtuoso y un cóctel que me haga replantear la vida, me voy a sentir estafado.

Sarah rió suavemente, dejando escapar una bocanada de aire que formó un vaho momentáneo.

—No te preocupes. Este lugar nunca decepciona.

El bullicio de la avenida quedó atrás cuando giraron por una calle más estrecha, donde los adoquines parecían susurrar bajo sus pasos. Las fachadas de los edificios tenían un aire nostálgico, con balcones de hierro forjado y ventanas que guardaban secretos de épocas pasadas. Una esquina destacaba por un cartel de neón azul que parpadeaba rítmicamente, proyectando sombras danzantes sobre el pavimento. "Blue Note" se leía en un estilo cursivo que evocaba épocas de esplendor.

Frente a la puerta, un portero corpulento, vestido con un traje impecable y una boina negra, los recibió con un leve asentimiento.

—Buenas noches, señorita Sarah. —Su voz grave y profesional denotaba respeto, pero también familiaridad.

Sarah se inclinó hacia él y susurró algo que Matthew no alcanzó a oír. El portero sonrió y, con un gesto ceremonioso, abrió la puerta negra que revelaba una escalera iluminada por luces cálidas y sombras que parecían extender una invitación silenciosa.

Matthew se inclinó hacia Sarah, susurrando:

—¿Contraseñas? Esto es más emocionante que entrar a una película de espías.

—Los lugares exclusivos tienen sus rituales —replicó ella, encogiéndose de hombros con un aire de complicidad.

El ambiente cambió al entrar al salón principal. Era un refugio de calidez y sofisticación. Las lámparas de mesa, de un estilo vintage, emitían un resplandor dorado, mientras que las velas en las mesas añadían un toque romántico. Las paredes estaban decoradas con retratos de leyendas del jazz, sus miradas inmortalizadas en un tiempo que parecía converger en ese mismo espacio.

Un quinteto dominaba el escenario con una melodía suave que envolvía cada rincón del lugar. El saxofonista, un hombre alto de cabello encanecido, tenía los ojos cerrados mientras tocaba con una pasión que parecía transcender el momento. Cada nota vibraba en el aire como un susurro íntimo, conectando a los presentes en un hilo invisible de emociones compartidas.

Matthew exhaló lentamente, dejando que el lugar lo envolviera.

—Esto es... mágico.

Sarah, mientras se quitaba el abrigo con un movimiento fluido, señaló al saxofonista.

—¿Ves a ese tipo de la derecha? Fue mi último novio antes de que saliera del clóset.

Matthew soltó una carcajada que rompió la atmósfera momentáneamente. Algunas cabezas se giraron hacia ellos, pero no parecía importarle.

—¡Por el amor de Dios, Sarah! No puedes soltar algo así sin previo aviso.

Ella se encogió de hombros, conteniendo la risa.

—Bueno, te dije que este lugar era especial.

Se acomodaron en una mesa cerca del escenario. El mesero llegó rápidamente, saludando a Sarah con un tono amigable.

—¿Lo de siempre, señorita Sarah?

Ella asintió con una sonrisa.

—Por favor. Y para mi amigo, un Manhattan.

Matthew arqueó una ceja, divertido.

—¿Eso es lo que crees que bebo?

—Confía en mí —replicó ella, su tono firme pero con una chispa de burla.

Mientras las bebidas llegaban, la conversación fluyó como el jazz del quinteto. Las anécdotas de Matthew, llenas de intriga periodística y humor, provocaron las carcajadas de Sarah, quien respondió con historias de su laboratorio que mezclaban absurdos científicos con destellos de humanidad.

Cada risa, cada mirada, construía una atmósfera de complicidad. Aunque la relación entre ellos siempre había sido amistosa, aquella noche parecía ahondar en una camaradería más profunda, como si el ambiente íntimo y la música tejieran un lazo más fuerte.

Cuando decidieron marcharse, la ciudad parecía haber cambiado sutilmente. Subieron al Uber riendo aún por los pequeños desastres de la noche, hasta que el auto se detuvo frente a la casa de Sarah. Willy, puntual como siempre, les abrió la puerta con su seriedad característica.

—Buenas noches, señorita Sarah. Señor.

—Gracias, Willy. Estamos bien —respondió Sarah, devolviéndole una sonrisa.

En la sala, ambos se acomodaron en los sofás, con la música del "Blue Note" todavía resonando en sus mentes.

—¿Sabes? Si el saxofonista alguna vez escribe una canción sobre ti, quiero estar en los créditos —dijo Matthew, alzando su copa vacía en un gesto de brindis.

Sarah rió, pero su expresión cambió cuando una idea cruzó su mente.

—Matthew, tengo que confesarte algo.

Él, siempre con su humor listo, se inclinó hacia adelante.

—Esto suena a algo serio. Dime que no es sobre el saxofonista.

Ella tomó aire antes de decirlo:

—Me gusta Karla.

Matthew, sorprendido, se quedó en silencio por un momento antes de sonreír.

—Sabía que había algo. Lo vi en tus ojos cuando hablaste de ella.

Sarah suspiró, dejando caer la cabeza hacia atrás.

—No sé qué hacer. Apenas estoy procesando que lo dije en voz alta.

—Bueno, lo primero es que tienes que decírselo. Pero no hoy —añadió rápidamente, viendo su expresión de pánico—. Hoy solo disfruta del momento.

Antes de que pudieran seguir, el timbre sonó. Willy apareció para anunciar a Juanjo, quien venía a buscar a Matthew. Sarah, ya más relajada, invitó a ambos a quedarse a cenar.

La velada se alargó con risas y bromas, mientras el grupo compartía historias y disfrutaba de un improvisado banquete preparado por Willy. Al final de la noche, cuando todo quedó en calma, Sarah tomó su teléfono. Sin pensarlo demasiado, escribió un mensaje para Karla:  

"¿Qué tal un almuerzo mañana? Mi invitación corre por cuenta mía. ¿Qué dices?"

La noche se cerraba con esperanza, y mientras las primeras luces del amanecer acariciaban el horizonte, Sarah supo que había comenzado un nuevo capítulo en su vida.

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora