Frío

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Capítulo XII - Frío

Las mujeres salieron del museo con una ligera sensación de euforia, como si la atmósfera de arte y cultura las hubiera envuelto en un mundo más íntimo, más suyo. La noche en el centro era fresca, con un cielo despejado que dejaba ver algunas estrellas a pesar de las luces de la ciudad. Caminaban tomadas de la mano, sin preocuparse por las miradas ajenas, compartiendo risas suaves que resonaban como melodías en las calles empedradas.

Karla, más ligera ahora tras las emociones del día, se animaba a bromear sobre cosas insignificantes.

—¿Te das cuenta de que criticaste mi gusto por los cuadros abstractos, pero al final compraste la postal más abstracta de todas? —bromeó Karla, con una sonrisa traviesa.

Sarah se rió con sinceridad.
—¡Era la única que combinaba con mi oficina! Y además, alguien tiene que salvar al arte contemporáneo de las críticas despiadadas de una diputada tan conservadora.

Ambas estallaron en risas, ignorando cómo el frío comenzaba a envolverlas. Mientras avanzaban, la conversación giró hacia temas más personales.

—¿Sabes? —dijo Karla, su tono volviéndose más suave—. Mis padres siempre me llevaban a museos los domingos cuando era niña. Supongo que ahí nació mi amor por estos lugares. Aunque... mi mamá siempre criticaba mi fascinación por las esculturas modernas. Decía que no tenían sentido.

Sarah la miró de reojo, con una sonrisa tierna.
—Eso explica mucho, ¿eh? Ahora entiendo por qué te gusta debatir tanto.

Karla rio, pero el leve temblor en sus manos llamó la atención de Sarah.

—¿Tienes frío? —preguntó Sarah, soltando una de sus manos para ajustar la bufanda de Karla, que parecía inútil contra el viento nocturno.

—Un poco... bueno, bastante —admitió Karla, apretando los dientes mientras intentaba ocultar un escalofrío.

Sarah detuvo su paso y sacó su teléfono con rapidez.
—Eso no se puede permitir. —Marcó un número breve y dio una orden con firmeza—. Willy, trae el auto al punto donde nos dejó. Por favor, con calefacción al máximo.

Karla levantó una ceja, con una sonrisa divertida.
—Siempre tan autoritaria.

—Solo cuando se trata de cuidar a alguien importante —respondió Sarah, sin dejar de mirarla.

El comentario dejó a Karla sin palabras por un instante, sus mejillas enrojeciendo, aunque no podía culpar del todo al frío.

Continuaron caminando lentamente hacia el lugar acordado, disfrutando de los últimos momentos de la noche. Karla entrelazó sus dedos con los de Sarah, buscando algo más de calor.

—Gracias, cielo—murmuró Karla en un tono suave, lo suficientemente bajo como para que solo Sarah pudiera escucharlo.

Sarah la miró con ternura, apretando ligeramente su mano.
—Siempre, Kar.

El auto llegó minutos después, y ambas subieron, dejando atrás las calles del centro, pero llevándose consigo una sensación cálida que ninguna calefacción podría superar.

La casa estaba tranquila, en un silencio que solo era interrumpido por el crujir de los pasos de Karla mientras recogía unos vasos olvidados en la mesa. Sarah, por su parte, estaba frente a su colección de vinilos, deslizando los dedos sobre las carátulas como si cada disco le contara un secreto. Willy ya se había despedido, y la noche les pertenecía por completo.

Karla observaba a Sarah desde su posición, con una sonrisa apenas perceptible. Había algo fascinante en la manera en que Sarah se movía, con ese aire de elegancia que parecía natural, como si siempre estuviera a punto de dominar cualquier espacio que habitara.

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora