El retrato de un amor

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Capítulo XI - El retrato de un amor 

El aire nocturno se había quedado atrás cuando Sarah y Karla cruzaron las imponentes puertas del museo. Las sombras de la noche parecían diluirse en los brillantes reflejos de los ventanales, y un silencio solemne las recibió como si el mundo exterior hubiese quedado al margen. Las luces cálidas acariciaban los pasillos, envolviendo cada obra de arte en un aura casi mística, mientras un tenue eco de pasos rompía la quietud.

Sarah caminaba ligeramente detrás de Karla, observando cómo su figura elegante parecía integrarse con la solemnidad del lugar. El abrigo beige de Karla le rozaba las rodillas con cada paso, y su cabello oscuro brillaba bajo las luces, creando un contraste hipnótico con la palidez de su piel. Sarah sintió un nudo en el estómago. ¿Cómo podía alguien parecer tan etérea y, al mismo tiempo, tan tangible?

El museo estaba vacío, un privilegio que Sarah había conseguido gracias a un contacto del trabajo, pero también era un espacio cargado de significado. Sabía cuánto significaba este lugar para Karla. Recordaba vagamente una conversación años atrás, una de esas tardes cuando Karla aún era su profesora. Habían hablado de refugios, de esos lugares donde uno podía perderse para encontrarse a sí mismo. Para Karla, ese lugar siempre había sido el museo.

—Gracias por traerme aquí, Sarah —dijo Karla suavemente, interrumpiendo el silencio mientras avanzaban por los pasillos—. Es perfecto.

Sarah apenas pudo responder, solo asintió, dejando que su mirada vagara por los cuadros, aunque su mente estaba anclada en la mujer que caminaba a su lado.

Llegaron a una sala donde los colores vibrantes de las pinturas renacentistas parecían competir con la calma de los retratos clásicos. Frente a ellas, un cuadro capturó su atención: un hombre de mirada melancólica, sosteniendo una rosa marchita entre sus dedos. Los trazos delicados pero firmes del pintor habían capturado un instante de vulnerabilidad, una historia de amor y pérdida que parecía resonar en el aire.

Sarah rompió el silencio.
—Este cuadro... —murmuró, sin apartar la vista—, siempre me ha parecido fascinante. ¿Sabes la historia detrás de él?

Karla, que había permanecido en un silencioso estado contemplativo, negó lentamente con la cabeza. Su perfil, iluminado por la tenue luz de la sala, mostraba una expresión seria, como si el arte le hablara en un idioma que solo ella podía entender.

—Es un amante perdido —continuó Sarah, sus palabras saliendo con cautela, como si no quisiera perturbar el momento—. Amaba con todo su ser, pero ese amor nunca fue correspondido. Su corazón quedó atrapado, congelado en el tiempo.

Karla giró apenas el rostro hacia ella, y sus ojos, oscuros y profundos como el océano, la miraron con una mezcla de curiosidad y algo más que Sarah no podía descifrar.

—Es hermoso, pero... —Karla vaciló, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. También es un recordatorio cruel. Amar así, tan profundamente, puede destruirte.

Sarah sintió cómo su pecho se encogía. Las palabras de Karla resonaron en su interior, como un eco de sus propios miedos. ¿Acaso estaba condenada a seguir escondiendo lo que sentía?

Su mirada se deslizó hacia Karla, buscando una respuesta en su postura, en la manera en que sus dedos rozaban distraídamente la bufanda que colgaba de su cuello. La distancia entre ambas parecía mínima, pero emocionalmente se sentía como un abismo.

—¿Y si no tiene que ser así? —preguntó Sarah en voz baja, acercándose un poco más—. ¿Y si, en lugar de destrucción, ese amor trae consigo algo más? Algo... real.

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora