Luces

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Capítulo XXX - Luces

Karla estaba inmersa en su trabajo, rodeada de papeles y correos electrónicos que requerían su atención. La mañana había sido ocupada, como siempre, y no esperaba que algo fuera a interrumpir la quietud de su oficina. Sin embargo, cuando su teléfono vibró sobre la mesa, la pantalla mostró un mensaje de Sarah.

"Mira a la puerta."

Karla, un poco desconcertada, levantó la mirada hacia la entrada de su despacho. No esperaba a nadie, y la curiosidad la invadió. ¿Qué podía ser esto? Dejó su bolígrafo a un lado y se levantó lentamente, caminando hacia la puerta. Al abrirla, allí estaba ella. Sarah. Con una expresión radiante, que solo ella sabía mostrar, y un ramo de flores en sus manos.

Karla no pudo evitar quedarse quieta por un segundo, admirando a Sarah. Llevaba una blusa blanca de seda que caía suavemente sobre sus hombros, con detalles delicados de encaje en las mangas. Un pantalón de lino color beige completaba el conjunto, haciendo que su figura se viera aún más esbelta. Sus tacones eran discretos, pero perfectos, dándole ese toque de elegancia que Karla ya conocía bien. Su cabello, que usualmente caía en ondas naturales, estaba recogido en una coleta baja, dejando su rostro libre y despejado. El brillo en sus ojos, sin embargo, era lo que realmente capturaba la atención de Karla.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Karla, sorprendida pero con una sonrisa, mientras la observaba de arriba a abajo, intentando disimular el nerviosismo que comenzaba a recorrer su cuerpo.

Sarah, sin perder su sonrisa, levantó ligeramente el ramo de flores, ofreciéndoselo a Karla.

—Espero que no hayas creído que lo de anoche iba a quedar a medias —dijo Sarah, su voz cálida, llena de ese toque juguetón que siempre la acompañaba.

Karla sintió cómo su corazón se aceleraba, el recuerdo de lo sucedido la noche anterior volvió a su mente, y la sensación de que algo importante se estaba cociendo entre ambas comenzó a sentirse aún más fuerte.

—Creo que no —respondió Karla con una risa nerviosa, sin poder evitarlo. Dio un paso hacia Sarah y aceptó el ramo, que desprendía un suave perfume a lavanda y rosas.

—Sabes, me alegra que no lo hayas dejado todo a medias. —Karla se adelantó un poco, con una sonrisa cómplice. —Ahora, ¿qué es todo esto? —preguntó, mirando a Sarah con una mezcla de curiosidad y anticipación.

Sarah la miró, y con una ligera inclinación de cabeza, señaló la ventana de la oficina, como si esa fuera la respuesta.

—Lo que pasa, Karla, es que... —Sarah pausó por un momento, y con una mirada más intensa, añadió—, creo que te debo una cena. Y además, siempre he pensado que los mejores momentos ocurren cuando nos dejamos sorprender.

Karla quedó sorprendida, pero también emocionada, cuando Sarah la tomó suavemente de la mano, guiándola fuera de la oficina. Karla no pudo evitar sonrojarse mientras pensaba en las palabras de Sarah, pero decidió no cuestionar más. Lo único que importaba era que estaba con ella.

El trayecto hacia la colina fue corto, pero cada kilómetro parecía interminable, como si el tiempo se detuviera en cada conversación, en cada risa que compartían. Sarah estaba al volante, con una sonrisa relajada, y Karla la observaba, sin poder evitar perderse en la suavidad de sus gestos, en la serenidad de su voz.

—¿Sabías que mi madre siempre me decía que la mejor manera de sorprender a alguien es con algo inesperado? —comentó Sarah, de manera casual, mientras giraba el volante para tomar una curva más pronunciada.

—No, no lo sabía —respondió Karla, casi en un susurro, pero disfrutando cada palabra que Sarah decía. —Creo que tienes razón. Yo no esperaba esto. Y me encanta.

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora