Blue Note

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Capítulo XIV - Blue Note

Más tarde ese día las mujeres se prepararon para su paseo a caballo con atuendos que reflejaban tanto su elegancia como su practicidad. Sarah, fiel a su estilo, llevaba una camisa blanca de botones, arremangada cuidadosamente hasta los codos, y unos pantalones de montar negros ajustados que acentuaban su figura. Un sombrero de ala ancha le daba un toque clásico, mientras que unas botas de cuero perfectamente pulidas completaban el look. Karla, por su parte, optó por un estilo más sencillo pero no menos atractivo: un suéter beige ajustado, pantalones marrones de montar y botas hasta la rodilla. Su cabello estaba recogido en una trenza suelta que caía por un lado de su hombro, dándole un aire casual pero encantador.

Mientras avanzaban hacia los establos, Sarah le ofreció a Karla montar a su caballo más querido, un majestuoso frisón negro llamado Auster. Karla, al principio, dudó, pero Sarah insistió con una sonrisa.

—Es muy dócil, te lo prometo. Auster tiene una habilidad especial para entender a las personas, y creo que le gustarás —dijo Sarah, acariciando la crin del caballo con ternura.

—¿Siempre has sido así de buena convenciendo a la gente? —bromeó Karla mientras aceptaba las riendas.

Ya sobre los caballos, ambas mujeres comenzaron a cabalgar por los amplios terrenos de Sarah, un espacio que parecía extenderse sin fin, rodeado de prados verdes y un horizonte que se fundía con el cielo despejado. El sonido rítmico de los cascos era casi hipnótico, y el aire fresco de la tarde hacía que el paseo fuera aún más especial.

Sarah miró a Karla de reojo, observando cómo se desenvolvía con Auster, y decidió compartir una parte de sí misma que pocas personas conocían.

—Mi amor por los caballos viene desde que era niña —comenzó, su voz tranquila mientras su mirada se perdía en el paisaje. — Mi abuelo tenía un rancho en Suiza, y cada verano me llevaba con él. Fue él quien me enseñó a montar. Siempre decía que los caballos no solo son nobles, sino que también tienen el poder de sanar. Después de un día difícil, montar a caballo era mi manera de encontrar paz.

Karla, tocada por la confesión, acarició suavemente el cuello de Auster, sintiendo una conexión nueva con el animal.

—Es hermoso que encuentres esa paz aquí. Es un mundo tan distinto al mío, Sarah. Yo crecí en la ciudad, entre edificios y ruido. Esto... esto es mágico.

Sarah sonrió, mirando a Karla con una ternura que no necesitaba palabras. Después de un rato de cabalgar, Sarah cambió el tema, aunque lo hizo con cuidado, como tanteando el terreno.

—¿Sabes? He estado pensando en lo que pasó en el museo —dijo, rompiendo el silencio.

Karla arqueó una ceja, intrigada.

—¿Qué parte? ¿El discurso brillante que diste? ¿O la forma en que casi me haces perder la cabeza después?

Ambas rieron, pero Sarah tomó un tono más serio mientras dirigía a su caballo hacia un sendero rodeado de árboles.

—Fue más que eso, Kar. Fue como si el universo nos hubiera puesto ahí a propósito, en ese momento. Como si quisiera recordarnos que a pesar de todo lo que hemos vivido, aún hay algo entre nosotras.

Karla la miró, sintiendo un nudo en la garganta.

—Lo sentí también, Sarah. Pero al mismo tiempo, me asusta. Lo que estamos haciendo... es real, pero no puedo evitar pensar en las complicaciones que podrían surgir.

Sarah guió a los caballos hacia un pequeño claro donde un ranchito acogedor esperaba. Era un espacio abierto pero íntimo, rodeado de vegetación y decorado con delicadeza. Una pequeña huerta en un rincón le daba un aire rústico, mientras que varias velas en faroles de cristal iluminaban el lugar con una luz cálida. Una mesa de madera rústica estaba cuidadosamente preparada, con un mantel blanco, flores frescas y platos dispuestos con detalle.

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora