"𐐛օ 𝚙𝖊օ𝔯 𝒹𝖊 𝗎𝖓ɑ 𝘵𝔯ɑⅈcⅈօ𝖓 𝖊𝓼 𝒒𝗎𝖊 𝖓𝗎𝖓cɑ vⅈ𝖊𝖓𝖊 𝒹𝖊 𝗎𝖓 𝖊𝖓𝖊mⅈ𝓰օ"
Denix fue testigo de ello, cuando su propia familia traicionó el amor y el respeto que él poseía por ellos... Sus verdugos, su padre y hermano mellizo.
Su padr...
El bosque estaba bañado por la luz plateada de la luna llena, los árboles proyectaban sombras alargadas sobre el suelo cubierto de hojas húmedas.
Entre el silencioso bosque un lobo negro corría entre los árboles con un ritmo ágil, casi salvaje, mientras su respiración entrecortada se mezclaba con el sonido de las ramas rompiéndose bajo sus pesadas patas.
El sonido de un fuerte aullido a su espaldas le puso los pelos de punta haciendo que acelerará más el paso solo visualizando por el rabillo del ojo que detrás de él, un lobo blanco, ágil y esbelto, lo perseguía con un brillo juguetón en sus ojos, dejando escapar suaves gruñidos que retumbaban como ecos entre los troncos.
El lobo negro giraba la cabeza de vez en cuando, echando un vistazo al perseguidor que acortaba la distancia entre ellos con cada salto. Su respiración era pesada, pero una chispa de adrenalina lo empujaba a seguir adelante, a esquivar los árboles y a sortear los obstáculos que el bosque le arrojaba.
No tenían una meta clara; simplemente corrían, dejando que sus patas los guiaran por el bosque. La sensación de moverse sin rumbo, dejando que el viento les acariciara el pelaje, era pura libertad. Y esa libertad se volvía aún más intensa cuando la compartías con alguien a quien amas.
Aker no podía evitar quedarse fascinado con la elegancia y la destreza de su Omega en su forma lobuna, que parecía flotar entre los árboles con una gracia casi sobrenatural. A pesar de su pequeña estatura, era increíblemente ágil y veloz, cada salto y giro era tan preciso que parecía estar volando, desafiando la gravedad con una ligereza que lo hipnotizaba.
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Para Aker, no había nada más liberador ni más hermoso que este instante; correr sin preocupaciones, compartiendo esa conexión pura y salvaje con el ser que hacía que su corazón latiera con fuerza.
En su distracción al contemplar a su Omega, el lobo alfa fue sorprendido cuando el lobo blanco lo alcanzó con un movimiento preciso, lanzándose hacia él con un salto que lo hizo rodar entre las hojas caídas.
El lobo negro soltó un pequeño bufido, más de sorpresa que de molestia, mientras sentía el peso más ligero de su compañero encima de él. Ambos quedaron tirados en el suelo, con el lobo blanco apoyando sus patas delanteras sobre su pecho.
El lobo negro intentó levantarse, pero el blanco lo empujó suavemente hacia abajo, rozando su hocico con el del más grande. Sus ojos azules chispeantes de diversión se encontraron con los dorados del alfa, y por un momento, todo el bosque pareció contener el aliento.
Entonces, el lobo blanco soltó un gruñido suave, un sonido lleno de afecto, y mordisqueó suavemente una de las orejas del lobo negro, invitándolo a seguir jugando. El más grande dejó escapar un bufido divertido y rodó para liberarse, pero no podía ocultar el como sus ojos brillaban con una mezcla de cariño y rendición.
No podía evitar rendirse ante cada faceta de su Omega. Por las mañanas, era el travieso pequeño de ojos azules que tomaba el control, atrapándolo en la cama con un deseo insaciable hasta que lo dejaba satisfecho. Por las tardes, se transformaba en el inquieto lobo blanco, arrastrándolo al bosque para correr sin descanso, desbordando energía hasta dejarlo exhausto.