oןnʇı̣dɐƆ -55

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Al salir del baño con el corazón aún desbocado, Enrik se frotó los labios con fuerza, como si pudiera borrar todo rastro del beso que Geb le había robado. Lo odiaba. Odiaba sentirse así de atraído por él. Cada vez que el alfa estaba cerca, su pecho se llenaba de un calor incómodo, su respiración se volvía pesada... pero su mente gritaba que huyera, que no se dejara envolver.

Porque si se rendía, si bajaba la guardia, iba a salir herido. Muy herido.

El resentimiento todavía le ardía por dentro, recordando aquellas palabras venenosas que Geb le había lanzado en el taller, con esa sonrisa arrogante, esa lengua afilada. Para Geb todo era un juego. Solo quería follarlo y luego quedar como el ganador, inflando su maldito ego.

Enrik no pensaba darle ese gusto.

—Maldito psicópata… —murmuró entre dientes, apretando los puños hasta que sus nudillos palidecieron.

La noche avanzaba y, en un abrir y cerrar de ojos, ya era hora de la cena. Enrik, aún molesto, salió de la habitación con el ceño fruncido, rumbo a la cocina, dispuesto a ver qué podía preparar para comer.

Mientras tanto, Geb seguía batallando con la toalla, intentando envolverla en su cintura con una sola mano. Al no lograrlo, se limitó a secarse como pudo y la arrojó con desgano al cesto de ropa sucia. Salió desnudo a la habitación, esperando encontrar al alfa ahí, pero al ver que no estaba, su irritación aumentó. Quería seguir molestándolo, hacerlo perder los estribos.

Moverse con un solo pie y una mano útil no era nada fácil, así que solo tomó un pantalón de dormir, se lo puso sin nada debajo y salió con paso torpe hacia la cocina.

Ruidos provenientes de allí captaron su atención. A medida que se acercaba, con toda la lentitud del mundo, los sonidos se intensificaban: trastes chocando, aceite rechinando, y lo que parecía ser una licuadora en plena explosión.

—Oh, mierda... —murmuró Geb, quedándose petrificado en el marco de la puerta al ver el desastre frente a él.

—Ya va a estar la cena, solo siéntate y espera un momentito —dijo Enrik con aparente calma, moviéndose de un lado a otro entre el caos.

Parecía que sabía lo que hacía… pero estaba clarísimo que no tenía ni idea. Tenía dos sartenes en la estufa, trozos irregulares de tomate y cebolla desperdigados por una tabla, y en la licuadora giraba una mezcla entre verde y amarilla que salpicaba sin control: alguien había olvidado la tapadera.

—Enrik...

Geb apenas pudo decir su nombre antes de que el alfa, concentrado, vertiera el contenido de la tabla en la sartén humeante. El aceite reaccionó al instante, estallando en una llamarada que llegó hasta el techo. Enrik pegó un grito, soltó cuchillo y tabla, y dio un salto hacia atrás como si hubiera visto al diablo.

Geb, cojeando, se apresuró como pudo hasta la estufa y, con una tapadera en mano, cubrió el sartén, sofocando el fuego.

Se volvió hacia Enrik, que seguía congelado, pálido y con el cabello ligeramente chamuscado.

—¿Quién demonios te enseñó a cocinar? —espetó Geb, respirando agitado—. Porque esa persona merece ir directo al purgatorio.

—Denix me enseñó —murmuró Enrik en voz baja, como si admitirlo le pesara.

Geb alzó una ceja con una sonrisa burlona.

—Con razón Aker cocina los tres tiempos teniendo un omega en casa —soltó con desdén, cruzándose de brazos.

—¡Oye! ¡No hables así de mi amigo como si fuera un inútil! —saltó Enrik, visiblemente ofendido.

Geb se encogió de hombros, disfrutando el efecto de sus palabras.

ωιʅ𝚍 𝙳єѕтιиу ♡•°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora