Capitulo -56

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Corría entre un caos sin forma, una mezcla de calles derrumbadas y ruinas cubiertas por humo. Explosiones retumbaban a su alrededor y los gritos… cientos de gritos se alzaban como cuchillas directas a sus oídos.

Su respiración agitada se confundía con los latidos constantes en su cabeza. Era un bucle sin salida. Sabía que estaba en un sueño, el mismo de todas las noches, ese que jamás podía cambiar. Sus pies se movían solos, sus acciones eran controladas, y él solo podía dejar que todo lo arrastrara hasta el final.

El paisaje se abría ante él, mostrando el acantilado que ya conocía demasiado bien. Sus pasos lo llevaron a detenerse justo en la orilla, el vacío aguardando abajo como una boca abierta. Allí, como siempre, una silueta aparecía a lo lejos, corriendo hacia él, gritando con desesperación, rogándole que no lo hiciera.

Pero nunca lograba enfocar su rostro. Nunca. Era como si el sueño lo castigara, condenándolo a sentir el peso de aquella voz sin poder recordar claramente a quién pertenecía.

Él quería alejarse, quería correr hacia esa figura, pero su cuerpo permanecía anclado a la orilla. Entonces llegaba el momento inevitable: el grito desgarrador, el sonido de un alma rompiéndose en dos.

Mientras la oscuridad lo envolvía, lo último que alcanzaba a ver era la silueta arrodillándose en el borde, gritando su nombre con un dolor tan profundo que lo atravesaba incluso al despertar.

Geb despertó jadeando, el corazón golpeando como si quisiera huir de su pecho. El eco de ese grito seguía vivo en sus oídos, un lamento que no pertenecía a esta vida, pero que lo perseguía cada vez que esa pesadilla volvia.

Afuera la lluvia golpeaba con fuerza, sofocando el ritmo frenético de su corazón, pero ni el aguacero más intenso podía callar aquel grito que seguía retumbando en su mente.

Aquella pesadilla repetitiva era la marca cruel de la Diosa, una tortura diseñada para recordarle que en esta vida no le aguardaba más que una muerte solitaria.

Cuando su corazón por fin comenzó a calmarse, lo invadió otro tipo de angustia: el vacío inevitable que se abría en su interior. Cada respiración se sentía sofocante, como si el aire no bastara; cada latido, un recordatorio irritante de que seguía vivo.

Ese peso solo desaparecía cuando su nariz alcanzaba aquel olor a jazmín, cálido y envolvente, el aroma de Yiran… su omega, el único que lograba darle seguridad y calma en medio del caos.

Con manos temblorosas abrió el cajón de su mesa de noche y sacó el pañuelo que había guardado con tanto cuidado. Lo llevó a su rostro, ansioso, apretándolo contra su nariz, buscando desesperadamente ese consuelo.

Pero en cuanto inhaló, el golpe fue certero.
El aroma se había desvanecido.

Solo quedaba la tela inerte, sin fragancia, un recordatorio cruel de que hasta eso le estaba siendo arrebatado.

Geb se quedó quieto, con el pañuelo aún contra su rostro, pero sin fuerza en los dedos para sostenerlo. El silencio de la habitación pesaba más que los gritos de su pesadilla; era un vacío que lo hundía lentamente, como si todo alrededor se consumiera en sombras.

Ese olor había sido su única certeza, su refugio secreto, el hilo frágil que lo mantenía unido a algo más allá del dolor. Sin él, todo volvía a ser insoportable, sin sentido.

Sus labios temblaron al dejar escapar un suspiro quebrado. Sentía que incluso su propia piel le era ajena, como si algo dentro de él se estuviera resquebrajando en silencio.

El pañuelo cayó sobre la cama, inerte, y Geb lo miró con la misma desesperanza con la que se mira una tumba.

Porque lo comprendió de golpe: estaba perdiendo incluso aquello que lo mantenía cuerdo.

ωιʅ𝚍 𝙳єѕтιиу ♡•°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora