Denix no dudó. La imagen de su alfa encadenado, la sangre en su piel, su tamaño monstruoso forzado a someterse, encendió una rabia ardiente en su pecho.
Sin pensarlo dos veces, tomó el arco que llevaba atado al costado de la silla del caballo y, con una fluidez brutal, colocó una flecha en la cuerda. Su mirada se clavó en uno de los guerreros que sujetaban las cadenas. Respiró, apuntó y soltó.
La flecha silbó con furia por el aire y se incrustó en el suelo, tan cerca del pie del guerrero que levantó una nube de polvo y detuvo todo movimiento. El impacto no hirió a nadie, pero el mensaje fue claro.
—¡Apártense de él! —rugió Denix con una autoridad que sacudió hasta la tierra bajo ellos.
Los guerreros quedaron paralizados un instante. Pero uno se adelantó, levantando las manos como si pudiera razonar con él.
—¡Altaluna, solo intentamos protegerlo, está fuera de control!
—¡Protegerlo encadenándolo como una bestia! ¿Así lo llaman? ¡No necesito su versión de protección cuando mi Alfa está siendo humillado! —espetó, arremetiendo con un movimiento veloz, desarmando al primero que se atrevió a tocarlo.
Saltó hacia ellos con una gracia letal, cada movimiento de su cuerpo era calculado, entrenado. Derribó al primero con un golpe seco en la garganta, giró sobre sí mismo y pateó a otro directo en el pecho. Los guerreros dudaban, ninguno se atrevía a herirlo. Él era la Altaluna, y enfrentarlo era traicionar a la luna misma. Pero esa duda les costó caro.
Algunos trataron de sujetarlo, de calmarlo, de convencerlo de que solo estaban cumpliendo órdenes. Pero Denix ya no escuchaba. Aker estaba en el suelo, sometido, y eso era imperdonable.
Y desde el suelo encadenado aún, el lobo gigante sin intentar moverse lo observaba. Sus ojos dorados y rasgados, antes nublados por el delirio y el veneno de los sedantes, ahora lo seguían con una calma distinta… con adoración.
Porque a pesar del dolor, del estado salvaje en el que se encontraba, su alma había reconocido a su luna.
Y su luna luchaba por él.
Ya no había locura. Ya no había niebla.
Solo la imagen de su Omega, luchando por él como una tormenta, arrasando todo, como una luna en guerra.
El ambiente era denso, cargado. Las respiraciones agitadas se escuchaban con claridad en aquel lugar. Denix los miró con advertencia antes de darles la espalda y correr hacia el lobo.
—¡Aker! —exclamó, llegando hasta el gran lobo encadenado de manos y pies.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, que pronto cayeron sobre el espeso pelaje negro. Sus manos temblaban mientras intentaba quitar las pesadas cadenas, pero estas se encontraban enredadas entre el cuerpo inmóvil del lobo, que apenas podía moverse.
Denix gritó, frustrado por no poder liberarlo. Luego abrazó la enorme cabeza del alfa, una que apenas podía abarcar con sus brazos, y gimió con un sonido desgarrador. Su alfa estaba siendo humillado, y aquello le dolía profundamente. La rabia se arremolinaba en su pecho, difícil de contener.
El omega se recompuso al escuchar, a lo lejos, el sonido de cascos acercándose. Se puso de pie con decisión, tomó una de las espadas pesadas que yacían junto a los guerreros caídos y se colocó frente al lobo, dispuesto a enfrentar a quien sea que estuviera por llegar.
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ωιʅ𝚍 𝙳єѕтιиу ♡•°
Romance"𐐛օ 𝚙𝖊օ𝔯 𝒹𝖊 𝗎𝖓ɑ 𝘵𝔯ɑⅈcⅈօ𝖓 𝖊𝓼 𝒒𝗎𝖊 𝖓𝗎𝖓cɑ vⅈ𝖊𝖓𝖊 𝒹𝖊 𝗎𝖓 𝖊𝖓𝖊mⅈ𝓰օ" Denix fue testigo de ello, cuando su propia familia traicionó el amor y el respeto que él poseía por ellos... Sus verdugos, su padre y hermano mellizo. Su padr...
