Capítulo 28

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Desperté entumida y bañada en lágrimas, toda la noche me había quedado sentada en un rincón de la cama, abrazando mis piernas.

Me levanté como pude, tomé ropa y me fui a bañar, quería que desaparecieran las últimas doce horas de mi vida, todo parecía ir tan bien y de un momento a otro todo quedó arruinado, esperaba que Christian pudiera solucionarlo, esa era mi única esperanza.

Salí de bañarme y encontré a mi mamá esperándome en mi cuarto parecía más triste que cuando sentenciaron a papá, claro pensaba que su hija se había vuelto loca ¿cómo no iba a estar triste? Tenía ojeras y parecía más cansada que nunca, tal vez ni siquiera durmió.

- ¿Qué pasa? Dímelo ya, sé que crees que enloquecí -mamá me miró con lástima.

-Ve a desayunar, te llevaremos al doctor.

¿Doctor? En serio, no probablemente me llevarían con un psicólogo o algo así, sí me iba bien y no me mandaban directo al manicomio.

No dije nada solo asentí con la cabeza y ambas bajamos al comedor donde Sara estaba sirviendo el desayuno, Sara me miraba peor que mamá, me ignoraba completamente y cuando se dignaba a mirarme lo hacía con lástima, terror, miedo. Eso me dolía más que nada en el mundo, que todos creyeran que me habían perdido, que estaba loca y que ya no sería la misma de antes.

Tenía que encontrar la forma de que me creyeran, de que vieran que no estaba loca, de demostrar que él me quería y no era solo un truco para que lo defendiera.

Terminamos de desayunar y mamá y yo nos subimos al carro para "ir con el doctor", a Sara parecía dolerle algo con solo mirarme así que decidió quedarse en casa. Cuando llegamos al consultorio de la Doctora Brown parecía que mi mamá ya había arreglado todo para que me lavaran el cerebro con lo que ellos creían era lo correcto, dejé a mi mamá en la sala de espera y entré al consultorio que era más o menos igual a los que aparecen en la televisión.

-Pasa toma asiento -dijo la doctora señalando un sillón.

Era joven tendría unos treinta o treinta y cinco años, tenía el pelo negro, le llegaba hasta los hombros y tenía piel morena clara.

Entré y me senté donde me había indicado la doctora,

-Karissa hola, soy la doctora Brown.

-Hola -respondí secamente, esto me sacaba de quicio, que aparentara no saber nada y estar de mi lado.

-Me dicen que te has enamorado de un chico ¿Cuéntame quién es?

-No es por ofenderla doctora pero no finjamos ¿sí? Sabemos bien que le dijeron, que creen que estoy loca porque me enamoré perdidamente de quien me secuestró y si, lo hice, me enamoré de él pero ¿sabe qué? Él no me lavó el cerebro, ni me hipnotizo, ni me engaño, ni nada que se le parezca, yo solita me enamoré de él -en un principio me pareció que la había dejado sin palabras, sin embargo me equivoqué.

-Mira Karissa, sí quieres que sea directa lo seré, no, no estás loca, ni te lavaron el cerebro, solo tienes algo llamado síndrome de Estocolmo -me quedé mirándola -esto es un estado en que la victima de secuestro cree tener afinidad por su captor, normalmente se desarrolla como mecanismo de defensa, para que el captor no te haga daño, al final estas personas incluso pueden ayudar al captor a evadir a la ley.

No, no eso no podía ser, Christian me amaba, ¿estaba segura?... y si tenía razón la doctora si solo me usaba para escapar de la ley, si lo había inventado mi cabeza para creer que mi vida se convertía en un extraño cuento de hadas.

Mi cabeza era un tornado de pensamientos, estaba a punto de ceder, de aceptar lo que me decían, cuando encontré un hueco, un error, una falla en su teoría.

Mi secuestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora