Capítulo 30

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Soñé que estaba abrazando a Christian ninguno de los dos hablaba, solo estábamos ahí abrazándonos, de pronto Christian comenzó a acariciar mi hombro, en eso desperté y me di cuenta de que era Evan quien tocaba mi hombro.

— ¿Qué pasa? –dije sin ánimo.

—Supuse que querías ir a escuchar la sentencia de Christian.

—Sí, pero mamá no me dejará ir.

—Lo sé, me lo dijo ayer por suerte aun duerme y yo no me deshice nunca de mi copia de la llave de la casa.

—Gracias, gracias, gracias -le dije mientras lo abrazaba –te amo.

—Lo sé, soy genial.

—Cállate, sal para que pueda cambiarme e irnos.

Después de que Evan salió de mi cuarto comencé a cambiarme a toda prisa, me puse unos jeans entubados azul cielo y una blusa verde que tenía tres holanes y manga corta; me peiné una cola y me puse mis zapatos verdes.

Evan y yo salimos lo más silenciosos que pudimos de la casa.

— ¿Por qué vas tan lento?

—Porque son las 7:30 y la sentencia es a las nueve...y no sé a dónde ir mientras tanto.

—Pues por más lento que vayamos no creo que tardemos una hora y media.

— ¿A dónde vamos?

—Mmmmm... a desayunar.

—Pues ya que.

Paramos en un pequeño restaurante y ordenamos unos huevos revueltos con tocino y café.

— ¿Cuál crees que sea la sentencia? –le pregunté a Evan mientras comíamos.

—No lo sé, quizás un par de años en la cárcel... no lo sé –parecía confundido – ¿tú cuánto crees?

—Ni idea.

—Pero sea lo que sea no podrá ser tan malo, se declaró culpable creo que eso le ayudará bastante.

—Sí, eso espero, oye, ¿y no tienes que ir a trabajar?

—No, ayer pedí el día algo me dijo que serviría de mucho.

—Ay si Evan el psíquico.

—Soy todo un adivino.

—Ah sí, entonces demuéstralo.

—Cuando volvamos mamá estará furiosa.

—Para saber eso no necesitas ser psíquico ni adivino.

—Lo que pasa es que no quieres aceptarlo.

—Ajá, si claro, ya cállate y dime qué hora es.

—Si me calló no puedo decirte la hora.

—Ya dímela –dije rodando los ojos.

—8:30 será mejor que nos vayamos.

Llegamos a la corte cinco minutos más tarde, esperamos el tiempo restante en la sala donde sería la sentencia, el tiempo me parecía eterno y por desgracia Evan no llevaba el cubo consigo, además Evan y yo traíamos los celulares apagados para que mamá no pudiera localizarnos, aunque claro cuando mamá descubriera que no estaba en la cama, me llamara y no respondiera, sabría dónde estaba, pero al menos le costaría un poco más enterarse.

Cuando faltaban cinco minutos para las nueve estaba a punto de que me diera un ataque de histeria pero por fin salió el juez y entonces me calmé un poco.

Mi secuestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora