FINAL - De cómo llegué a ser feliz.

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Meses después.

Narra Peeta.

Esta mañana, mientras Katniss y yo pintabamos la habitación que sería de nuestro hijo de un color verde suave, ella tomó mi mano con fuerza y, al ver su expresión de dolor lo único que logró fue asustarme.

El sinsajo dorado que portaba en el pecho brillaba por los reflejos de sol que entraban por la ventana, al tiempo en el que yo la miraba a los grises ojos escuchando que me susurraba "Ya es hora".

En ese preciso momento lo entendí todo. Era hora de que él naciera, era hora de tenerlo en mis brazos.

Solté la brocha con pequeños restos de pintura verde al piso, manchándolo del mismo color, y tomé a Katniss en brazos.

Ahora, después de la mañanera preocupación, nuestro hijo descansaba en los brazos de su agotada madre. Me incliné hacia ellos, hacia mi familia que tanto había deseado desde pequeño, y besé delicadamente las frentes de ambos, en el momento en que otra lágrima y otra bajaban por mis mejillas.

Katniss Mellark, o Katniss Everdeen en un principio, era la mujer que por tantas noches había soñado.

Ella, una evidente princesa de Panem, era la chica nueva en el día que la miré por primera vez. Ella, la famosa Katniss Everdeen, de quien me había enamorado de pequeño al verla en eventos de gala desde que era niña, enfundada en caros vestidos, era la chica nueva.

Verla caminar derecha y con clase en el primer día de clase, luego de haber recibido la copa por la que tantos meses habíamos añorado en el equipo, me distrajo de mi celebración. La miré de arriba a abajo con aquél vestido blanco aperlado que le rozaba las rodillas, con esos ojos grises en los cuales me es inevitable perderme; no lo podía creer, estaba ahí parada. Ella había bajado su vista a unos papeles, seguramente para mirar sus horarios, y yo, tomé mi casi nula valentía que reuní al apreciarla en persona, y me acerqué. A mitad de mi recorrido a paso decidido me arrepentí y decidí llegar a su lado como si me hubiera topado con ella. Así que corrí y sólo chocamos los hombros.

-Lo siento -le había dicho. Sonreí, y pude ver sus ojos iluminados. Pasé mi mano por su hombro una última vez antes de retomar mi camino. Corrí unos metros más y me giré para verla de nuevo. Katniss estaba hablando con Finnick, y estaba chocando los puños con él, lo cual me sorprendió. Para qué engañarnos, nadie espera ese gesto de una princesa.

Ay, Odair. Finnick Odair. Él había tenido el valor de hablarle.

Lo llamé cuando me dí cuenta de que era momento de ir a clase, y juntos llegamos hasta el aula A18, donde, a los diez minutos, ella ya se ponía en el umbral de la puerta para entrar a la misma clase que nosotros.

Se presentó, y su suave voz se escuchó por toda la clase. A pesar de todas las miradas mal intencionadas de las demás chicas, Katniss no tuvo miedo y habló con decisión. A cada momento ella me sorprendía un poco más.

Finnick y yo le quitamos el lugar a Cato y reímos al ver su cara de fastidio. Y Katniss caminó hacia nosotros, y mi corazón daba rápidas pulsaciones.

Se sentó con elegantes movimientos y reuní toda la valentía que en ese día era capaz de tener.

-Hey, Katniss -la llamé- Bienvenida. Mi nombre es Peeta.

Ella extendió su brazo y estrechó mi mano. Su piel era cálida.

-Un gusto -respondió con educación.

Sonreí de nuevo, mientras comenzaba la clase. Ella miró mis labios, y sonrió también.

-Más al rato te puedo mostrar el instituto completo -bisbeé.

Escapando con la princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora