30 - La despedida...

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Katniss tomó la pequeña cucharita plateada y dio vueltas al líquido verde, té de manzanilla. Era sin azúcar, ya que, Peeta le había recomendado que no le pusiese.

Se llevó la taza a los labios y tomó un poco. Asintió un poco, dándole la razón a Peeta internamente.

Estaba ella sentada en una mesa del comedor del 13, mientras los demás hacían quién sabe qué, mientras que tenía a Prim sentada al frente de sí. Ya estaba cansada de estar en se lugar, necesitaba regresar a su hogar, o a cualquier otro lugar lejos de ahí. Dio un respingo al sentir una mano en su espalda.

Al girarse, miró a Peeta con una media sonrisa.

-¿Te asustaste? -preguntó Peeta, sentándose junto a ella.

Katniss asintió.

-Lo siento -le dijo él, dejándole un beso en la mejilla. Ella sonrió- Te tengo noticias.

-¿Noticias? -dijo Katniss, en señal de que continuara.

-Sí -respondió Peeta- Ya Coin ha dado fecha de retome de la misión de La Ciudad y me pidió que te avisara.

Katniss lo miró con la ceja ligeramente alzada.

-¿Cuándo? -preguntó Katniss. "¿Cuándo los Everdeen morirán, cuando Coin morirá?" era la pregunta acertada.

-Dos semanas.

Katniss casi se ahoga con el té. Frunció el ceño y dejó la taza de té en la mesa, incrédula.

-¿Tan pronto?

Peeta asintió.

-Sí, y tan fue el momento en el que nos avisó como el que todos empezamos a pasar la voz -agregó Peeta- De seguro, ahora más de medio distrito lo sabe. Ya han pasando dos horas y media desde que lo dijo, y la gente va creciendo en números.

Katniss asimilaba la noticia en silencio, hasta que decidió hablar.

-Peeta, necesito ir a La Ciudad.

Peeta la miró.

-¿Para qué necesitas ir? -preguntó.

-Necesito... despedirme -respondió Katniss.

Prim movía sus manos nerviosamente, con la mirada baja.

-Necesitamos despedirnos -reiteró Katniss.

-Bien -dijo Peeta- Podemos irnos hoy mismo en una hora, para llegar mañana por la mañana.

Y así fue.

A la mañana siguiente, Prim, Peeta y Katniss estaban ya en La Ciudad.

Partieron directo al palacio Everdeen.

Katniss y Prim llevaban vestidos cortos y ligeros, Prim uno amarillo bajo y Katniss uno verde oscuro. Ambas llevaban el cabello suelto y arreglado en ondas, con unos zapatos con un tacón bastante bajo. Era como si regresaran al pasado, ya que, ambas querían despedirse de sus padres y verse como ellos las habían visto toda su vida.

Peeta llevaba una gabardina negra, camisa tinta, botas marrones y jeans oscuros. Él no despegaba su mirada de Katniss: Se miraba completamente igual a la Katniss que había conocido, y era alucinante verla así de nuevo. Cuando caminaba, dejaba su perfume flotando en el aire. En inglés no hay palabra para eso, pero Peeta conocía la palabra en francés: sillage, el dulce aroma afrutado al alejarse.

Subieron las escaleras que daban a la entrada del palacio, y al hacerlo, los guardias se acercaron a ellos y tomaron a Katniss y a Peeta por los brazos.

-No pueden arrestarlos -intervino Prim, con voz firme- Yo sí que soy una Everdeen y por lo tanto ésta es mi propiedad, y al ser mi propiedad, aquí se rigen mis órdenes. Así que suéltenlos, ellos vienen conmigo.

Katniss, Peeta y ambos guardias se quedaron estupefactos. Katniss sabía que Prim era bastante madura para su edad, pero nunca la había oído hablar tan correctamente, y le impresionaba escucharla.

Sin decir ninguna objeción más, los guardias los soltaron y regresaron a sus puestos, siguiendo las órdenes de Prim. Ellos mismos les abrieron las puertas y escoltaron hasta el estudio de el señor y la señora Everdeen, en el cual seguro estarían trabajando en los planes gubernamentales.

Prim tocó tres veces antes de entrar, una vez por cada uno, sin esperar autorización. Los Everdeen levantaron la mirada cuando pasaron y, al verlos a los tres, ambos se quedaron sin palabras.

-¿Hijas? -preguntó la señora Everdeen, sin pensar lo que decía, sin poder creer lo que sus ojos tenían enfrente. A Katniss se le aceleró el corazón cuando ella se había referido a las dos como hijas, incluyéndola.

-Madre -dijeron Prim y Katniss al unísono.

-¿Qué hacen aquí? -preguntó el señor Everdeen, igual de impresionado.

Ellas se miraron entre sí, con los ojos llenos de grises y tristes sombras.

-Venimos a despedirnos -respondió Katniss, siendo sincera.

Los Everdeen fruncieron el ceño.

-¿A despedirse? -Alicia y Gabriel Everdeen, sus padres, se mostraban claramente confundidos.

-Queríamos decirles adiós de una buena manera, padres, en cualquier momento pueden morir -se explicó Katniss, aunque guardaba la verdad de por qué.

Alicia y Gabriel relajaron sus expresiones.

Después, Prim abrazó a su madre y Katniss a su padre, con quien antes era más cercana.

-Katniss, aunque yo no soy Haymitch y no soy tu verdadero padre, quiero que sepas que siempre vas a ser mi hija ¿De acuerdo? Siempre -le dijo el señor Everdeen- Y también que Peeta me agrada. Tendrás una hermosa familia con él, y estaré muy orgulloso de ti, pequeña.

Katniss derramó una lágrima, se aferró más a los brazos de su segundo padre, sin querer nunca que se fuera, sin querer que en tan sólo dos semanas muriera. Aspiró su aroma del típico perfume para caballero que siempre usaba y del cual se sentía tan familiarizada.

Luego, se separó de él y fue a abrazar a su segunda madre.

-Katniss -le dijo ella- Siento... siento haber usado a tu abuela el día antes de que te fueras, siento haberte negado... de verdad lamento mucho haberte hecho tan infeliz, hija mía.

Otra lágrima se resbaló por la mejilla de Katniss.

-¿Podrás perdonarme? -le preguntó.

Katniss acarició el rubio cabello de su madre.

-Todos cometemos errores, Alicia -le contestó Katniss- Todos. Y claro que te perdono.

Sintió que Alicia se destensaba, suspirando. Como si esa preocupación y culpa le hubiera estado apretando el pecho.

-Gracias por vestirte así para nosotros -le dijo Alicia- Sé que no te lo pusiste porque te gusta, Katniss, te conozco.

Katniss sonrió de lado. Y ahí fue cuando se dio cuenta que de verdad quería a sus padres adoptivos, cuando supo que no los quería lejos de ella. La apretujó más contra sí y sollozó, como nunca había hecho antes por ellos.

En el resto del día, se la pasaron repasando buenos recuerdos. Cuando Katniss les explicó lo de su bebé, las lágrimas de todos en el estudio se hicieron presentes. Les prometió que pronto esperarían un nuevo hijo, sin importar que eso significara que no lo vieran nunca. Les prometió formar una familia con Peeta, una feliz, llena de cariño y hermosa familia.

Alicia y Gabriel se disculparon con Peeta, y él, sin una pizca de rencor en su interior, les perdonó.

Katniss rozó la suave piel de las manos de los Everdeen, y supo muy en su interior que sería la última vez que lo hiciese. Sabía que pronto, esas manos cálidas no serían más que heladas, sin vida, muertas. Y tenía miedo de sentirlas cuando estuvieran de esa forma. Esa noche, durmieron por última vez en aquél palacio, entre las clásicas sábanas de blanca seda, entre los lujosos vestidos y los colorinos tacones.

Había descubierto que, muy dentro de sí, aún existía Katniss Everdeen. Y que no se extinguiría nunca esa parte de ella, callada, educada y delicada.

Todo lo que no se habían dicho ya estaba dicho. Todo de lo que se tenían que despedir, estaba asentado. Podían dejarlos partir, aunque eso significara una gran tristeza en su corazón.

Escapando con la princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora