1. Primer y último día

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"¿Quién soy? Me lo pregunto todo el tiempo y no puedo encontrar una respuesta. Algunas veces, cuando insisto en encontrar una respuesta tan difícil, ahondo en mi interior hasta el punto de sentirme demasiado cerca, entonces noto que si llegara a saberlo, que si llegara a encontrarme conmigo mismo, si me mirara en un espejo y me devolviera la mirada, sería un viaje sin regreso, por lo cual me aterro y decido olvidar la pregunta para evitar enloquecer para siempre."

"Siempre me lo he preguntado porque no me siento como si fuera aquello que me dicen que soy, siempre he sentido que mi vida es la espera de algo más, algo que a pesar de no haber visto jamás puedo recordar como algo muy valioso que hace que todo lo que hago a diario tenga sentido, desde levantarme en las mañanas, saludar a mis seres queridos y salir a cumplir con mis deberes, hasta despedirme de ellos y acostarme a mirar hacia el techo de mi habitación oscura en mitad de la noche a preguntarme el porqué de mi existencia en sí, hasta quedar profundamente dormido. Si es que lo hago porque sufro de insomnio."

"¿Sabes? A veces pienso que estoy loco; después de todo, las personas a mi alrededor parecen tan inmersas y tan adaptadas al mundo de todos los días que me hacen sentir diferente a todos ellos, como si fuera un visitante de un lugar muy lejano que perdió su vehículo y olvidó sus memorias."

"No es mi propio mundo lo único que extraño. Lo que extraño, a decir verdad es a una persona en particular. Alguien con quien recuerdo haber conversado como con nadie más acerca de cosas lejanas al entendimiento de cualquier ser humano que haya conocido jamás. ¡Oh, sí! Por supuesto, él no es un ser humano, aunque a pesar de que no lo sea, creo que se trata del familiar más cercano que tengo."

(Esto era lo que decía en una de las páginas de un cuaderno donde a veces David solía escribir por diversión. Esto, lo había escrito dos semanas atrás, en una noche de insomnio cuando se había hartado de intentar dormir).

...

Al principio de esta historia, David tenía dieciséis años. Cursaba el undécimo grado del colegio y esperaba con ansias su grado al igual que el resto de sus compañeros, a pesar de que aún no sabía lo qué haría con su vida cuando terminara y la presión de tomar esa decisión lo acompañaba todas las tardes, después de que sonaba la campana de fin de clases.

Vivía con su padre, madre, hermano y hermana.

Se llevaba bien con sus padres aunque Luis, su padre, demostrara constantemente que hubiera preferido tener un hijo futbolista, o al menos uno que disfrutara remotamente del deporte en lugar de un ser perezoso que vivía quieto como un león marino, enfrascado en sus libros y en su música pesada. A su madre, Leonor, tampoco le hacía ninguna gracia que su hijo fuera tan vago y no se moviera de su alcoba a menos que fuera de vida o muerte, pero en fin: así eran algunos chicos.

Su hermano mayor, Mateo, en cambio, era un tipo popular en la universidad, era un gran deportista, competitivo, ligón y la clase de persona alrededor de la cual giraba el mundo entero. Estudiaba medicina y a sus veintiún años estaba a mitad de carrera, con un futuro prometedor y un presente brillante.

Ángela, su otra hermana, era como un terrón de azúcar gigantesco: se preocupaba por los demás, y tenía una empatía casi mágica para tratar con las otras personas. Tenía diecinueve años y estaba al inicio de su carrera de Idiomas. David era el hermano pequeño.

Eran una familia normal, y tenían una vida normal. Últimamente todo les salía a pedir de boca ya que a Luis, el padre de familia, quien trabajaba como contador en la aseguradora multinacional Golden Roof había sido ascendido a Gerente Contable justo para su aniversario de veinticinco años de casado con la Señora Leo, la madre de familia que trabajaba como agente inmobiliaria independiente. Era una vida feliz. Sin embargo, todo cambió el 11 de noviembre, que era el cumpleaños de David.

Cuando el reloj marcó las ocho y media de la mañana, David llegó al lugar que quería visitar: Art Lounge, el museo de arte local.

Vale, quizás David no fuera tan común y corriente después de todo, pues no a todos los chicos de su edad les hubiera gustado pasar su tiempo libre (en especial su cumpleaños número diecisiete) en un museo, como a uno de sus dos acompañantes:

-¡Aquí empieza la pesadilla! -dijo Pablo, un muchacho alto y delgado de piel oscura y ojos claros que vestía ropa de rap. Era el mejor amigo de David y evidentemente no estaba del todo feliz en un sitio frío y melancólico lleno de reliquias llenas de polvo y tela de araña.

-¿Pesadilla? -preguntó éste, que encontró extraño que alguien pudiera considerar aburrido un lugar tan grandioso e inspirador. Tenía una gran afinidad con el arte.

-Pesadilla de aburrimiento -aclaró el primero mientras caminaba con paso desgarbado y sacaba las manos de los bolsillos de su ancho pantalón gris para acomodarse la gorra de Beisbol que cargaba a todas partes desde que sus 10 años de edad-. De emprender una marcha de la muerte por habitaciones para observar vejestorios. A mi abuelo le encantaría este plan.

-Cállate -lo regañó Ruth, una muchacha blanca de ojos azules y maquillaje gótico cuya piel parecía de porcelana y cuyo cabello liso que parecía hecho de seda caía sobre su cara-. Un cumpleaños es un cumpleaños. Recuerda que el día de tu cumpleaños fuimos a ese interminable, interminable, interminable partido de fútbol soccer.

-¿Cómo puede ser interminable? -replicó Pablo-. Todos los partidos duran noventa minutos.

-No, es relativo. Cuando se trata de un partido Sub Diecisiete de ligas menores cuyo resultado sólo te importa a ti y a la honorable mamá de los jugadores, y hace un calor que calienta tu soda en segundos no, no dura noventa minutos. Gastamos veinte vidas felinas allí adentro. Veinte vidas y media tal vez.

-Esa eres tú, siempre la más anti divertida. ¿Y desde cuando empezaste a usar las vidas felinas como una medida de tiempo estándar?

-Las vidas felinas...

-¡Chicos, podrían entretenerse discutiendo mientras yo veo las salas! ¿Podemos entrar, por favor?

-Claro que sí campeón -dijo Pablo cariñosamente y abrazó a David de repente-. Me voy a aguantar este museo... pero sólo porque es tu cumpleaños. Considéralo el acto de amor más romántico y gay que harán por ti.

-Mira, ¿por qué no le das un beso y acabas con esto de una vez? Prometo no grabar ni subirlo a internet -bromeó Ruth con brusquedad.

-¿Por qué no se lo das tú? ¡Sabes que lo deseas! Todos lo sabemos -terció Pablo, socarrón.

-Aquí vamos de nuevo; quieres que te abofetee hasta la muerte, ¿verdad? -Ruth levantó una ceja.

-Pues no te gustaba que él besara a Laura, ¿verdad?

-Disculpen... ¿tengo voz y voto en algo? -murmuró David.

-¡Claro que no! -respondió Ruth, colorada-. Besarás a la tarántula que compraré de mascota para navidad. Ahora entra.

Estos tres amigos eran inseparables. Tenían la tradición de visitar durante cada cumpleaños un lugar especial al que el homenajeado quisiera ir. Este año habían ido al museo de arte en honor a David, y a ver un partido de fútbol Sub-17 en honor a Pablo. El cumpleaños de Ruth era en diciembre, así que aún quedaba tiempo para pensarlo.

Para David, cada habitación era más emocionante que la anterior y cada cuadro o escultura enviaba al chico a un lugar diferente. Como si estas obras fueran el portal a un mundo diferente donde podría refugiarse y descansar de la realidad fría y rutinaria, mundos que seres humanos de tiempos y lugares distantes habían capturado en lienzos o estatuas para que permanecieran hasta la eternidad y que cada persona nueva que llegara al mundo pudiera visitar, conocer y quizás comprender.

David y Ruth tenían gustos muy parecidos. Por eso se llevaban tan bien: ambos amaban la música rara, el arte y los buenos libros; eran meditabundos, inteligentes y depresivos que se aburrían (o más sinceramente apestaban) en todo lo popular y convencional. Pablo en cambio era el tipo más divertido del mundo, el payaso del colegio y el comediante de todo sitio que visitara; él era lo que mantenía a ambos alejados del suicidio.

Mientras caminaba por aquella polvorienta habitación, ensimismado mirando cada obra de arte y disfrutando de tan excelente compañía, David estaba demasiado lejos de imaginar aquello que una parte de sí mismo sabía tan bien.

Este era su último día en la tierra.


los oniromantes: el navegante de las pesadillas Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora