6. la mirada atrás (b) prisión del silencio

40 8 2
                                    

—¿Por qué lo hiciste? —replicó un hombre, con una voz lenta y pausada, como la de un político o un mago—; era un momento sublime... artístico y magistral. ¿Percibiste el pánico? ¿Sentiste sus arterias regurgitar bruscamente su sangre? Arruinaste algo muy bello...

—Eres demasiado descuidado —le espetó la mujer—. No se trata de la belleza del momento. ¿Percibiste su respiración? Sería mucho mejor no tomar el menor riesgo en todo lo que a él respecte. Deshagámonos de él... hagamos que duerma para siempre.

David se preguntó quienes estarían despiertos a esa hora de la noche y sobre qué podrían estar discutiendo. ¿Estarían haciendo algo ilegal? Si así era, tenía que salir de ahí cuanto antes.

El otro pasillo también estaba desierto. Era igual de frío, igual de azul, igual de largo. Hacia ambos lados el camino era más o menos igual. David tomó el de la derecha y caminó despacio mientras recuperaba el aliento de la corrida anterior y se preparaba para una nueva.

Sus pies hacían un sonido extraño al chocar contra el suelo frío, le costaba trabajo respirar, sin embargo salió corriendo a toda velocidad para llegar rápido al final del pasillo, que otra vez parecía no tener fin.

—¡Hypno! ¡Si sigues haciendo esto se va a terminar liberando! —dijo la mujer en voz baja.

—¡Phantofobia! —replicó el hombre llamado Hypno—, ¡estás arruinando mi atmósfera! ¡La belleza del pánico y la desesperación no debe perderse! ¡Esa belleza artística es todo lo que somos!

Se oyó un chasquido. David estaba prestando tanta atención a la conversación que se estrelló con el final del pasillo.

—¡Somos Generales! —bramó la mujer—, ¡hemos de portar una perfección digna de nuestros títulos!

La puerta de vidrio del hospital estaba empañada por el frío, David decidió salir para buscar al celador, que seguramente le diría cómo llegar a su casa.

Cuando salió, encontró un gran, gran, enorme estacionamiento al final del cual estaba la caseta. Con desgana, se dirigió hacia ella.

Mientras caminaba lentamente, empezó a sentirse intranquilo. Parecía que hubiera sido hace tiempo, pero en realidad el accidente había sido hace unas pocas horas y pronto tendría que afrontar la situación que había dejado en su casa antes de salir corriendo: la pelea de sus padres... la conversación de su madre con sus tías... su padre llorando en el hombro de su tío... la gritería y las peleas que habían sucedido después... cuando les había dicho que los odiaba...

Recordar estas cosas lo hizo sentir extrañamente nostálgico. Sentía que ya ni siquiera era la misma persona que era entonces: algo en él era diferente, algo había despertado, algo había cambiado. No obstante, había una vaga sensación de confort junto al simple hecho de estar allí, rumbo a su casa, rumbo a su vida normal.

Un sol anaranjado-rojizo se elevaba en el horizonte y el color azulado del pavimento se había tornado grisáceo.

Llevaba un largo rato caminando pero no llegaba a la caseta del celador.

Su familia siempre había sido buena con él: habían tenido peleas como en todas las familias, pero había sido grandioso estar con ellos todos estos años.

Aunque su madre lo acribillara a punta de llamadas a celular cuando salía con sus amigos y se hacía tarde... aunque su padre fuera tan distante a veces... aunque sus hermanos le dieran tanta lata con tonterías y se burlaran de sus excentricidades... eran una familia grandiosa.

Estaba empezando a sentirse solo.

La cabaña del celador ni siquiera aparecía en el panorama, pero lo que si aparecía era su familia sentada cómodamente en el auto, comiendo pizza y mirando el partido del Manchester City contra el Valencia. David se emocionó tanto en verlos que hasta creyó por un momento que el carro iba a empezar a alejarse como en aquellas horrendas pesadillas.

De momento no fue así.

Con una sonrisa en los labios, David se acercó a la ventana del carro y le dio unos golpecitos con el puño al vidrio. Sin embargo, su familia no se inmutó.

Pensó que el volumen del juego debía estar muy alto y golpeó con más fuerza la ventana. Ellos no lo escucharon.

Mientras golpeaba el vidrio con fuerza y desespero, David miró horrorizado a su familia: ¡eran tan felices sin él! ¡Ni siquiera se daban cuenta de que él existía!

Paf... paf... paf... paf... paf... resonaban los golpes que David propinaba con fuerza al vidrio del carro. Su familia no escuchaba. Una lágrima se escapó por uno de los ojos de David que miró hacia el cielo con profundo desespero y soltó un grito.

No tenía derecho a exigir nada de ellos... él los había perdido, él era quien se había marchado de casa, él era el que se había hecho matar de forma estúpida.

El carro de su familia empezó a elevarse. Todos lo miraban con desinterés, con frialdad, como niños que miran un juguete que ya no los divierte. Fue lo más horrible que David vio en toda su vida. El grito se prolongó hasta que el carro se perdió de vista en lo alto.

Ahora todo a su alrededor parecía ser un desierto seco y sin esperanzas, ya no había parqueadero, caseta del celador o cualquier otra cosa... solamente arena rojiza en el suelo y un sol rojo en el cielo que acaloraba y abrasaba. ¿Qué importaba? Había perdido a las personas que más había querido.

Bajo el sol, soportando un calor infernal, David se limitó a caminar lentamente y mirar hacia ninguna parte con la cabeza agachada. Sólo esperaba morir. Ya no le importaba nada.

El silencio era aterrador, lo torturaba.

Casi fue un alivio cuando unos cinco pajarracos negros empezaron a chillar en el cielo. Eran aves de carroña, esperaban el momento de verlo desfallecer para alimentarse con su carne sin vida.

Por lo menos hacían ruido, por lo menos lo acompañaban en su dolor con un respetuoso color negro... negro como su estado de ánimo y como su corazón.

David se quedó mirando a los animalejos... sus aterradoras plumas negras, su amenazadora mirada, sus peligrosas uñas al final de esas feroces patas... sus plumas...

Repentinamente, ciertos recuerdos borrosos empezaron a llegar a su mente... esas patas... esas plumas...

El muchacho fijó la vista en aquellas aves tratando de atrapar esas imágenes que habían aparecido en su mente para reconocerlas... las plumas de estos pajarracos eran largas... las patas eran negras y de aspecto ponzoñoso...

Sus plumas... sus patas... ¡había visto plumas hace muy poco tiempo! ¿Había sido en el zoológico? ¡No! En los zoológicos no había aves tan grandes... ni tan hermosas como aquella magnifica ave que había visto en la casa donde había conocido a Filideus y a Lori: ¡donde Filideus le había regalado aquella espada color sangre que brillaba intensamente en su mano justo en ese instante!

Lo recordaba casi todo: Filideus le había hablado de los Somnostigios, de los humanos que vivían encerrados y atormentados en aquel mundo.

Con decisión, David sostuvo la empuñadura y blandió la espada hacia el cielo mismo, y éste fue atravesado por una potente ráfaga de luz que lo rasgó como a un trozo de tela.

Con el sonido de un cristal rompiéndose, no sólo el cielo sino también la arena y todo lo que había allí estalló en una tormenta de colores y trozos de cristal evanescente.

Cuando finalmente cesó el alboroto de la explosión, David miró a su alrededor: ¡Se encontraba en una especie de cárcel! Estaba rodeado por cuatro puertas de gruesos barrotes de acero negro e impenetrable. Estaba oscuro allí adentro. Ahora podía recordarlo todo...

¡Había terminado allí porque no había seguido el consejo de Filideus y lo habían capturado!



Nota del autor: Queridos lectores! Terminamos otro capitulo! :D Mientras lo revisaba para subirlo se me ocurrió preguntar esto: han tenido pesadillas similares a esta? cuál es la pesadilla más frecuente o más memorable que han tenido? En la mía aparecía un personaje que vestía de una forma muy particular... creo que alguna vez escribiré sobre él.

En el próximo capitulo les ofrezco... la revelación de un secreto importante que concierne a todos los seres humanos, incluyéndonos a nosotros y a ti.

Si te gustó no olvides votar y compartirlo con tus amigos. 

Próximo capítulo: "7. Revelación"

los oniromantes: el navegante de las pesadillas Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora