6. La mirada atrás (a) despertar en el hospital

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David abrió los ojos lentamente. Una desagradable y opaca luz relucía justo sobre sus ojos. En pocos segundos, comprobó que se encontraba en el hospital, justo donde había despertado después del accidente. No había doctores a la vista. Era de noche y estaba atado por cables que le inyectaban suero en sus brazos.

Por un segundo, se quedó aturdido pensando en el extraño sueño que había tenido mientras estaba inconsciente. Casi no podía recordarlo. Sin embargo, ahora su mayor deseo era ver a su amada familia que tanto había extrañado durante ese breve momento.

La habitación estaba muy oscura y las cortinas estaban cerradas, había un fuerte olor a yodo en la habitación, hacía mucho frío y David sólo estaba cubierto por una delgada sabana verdosa. En medio de la dicha de estar vivo, se levantó de la cama, pero le dolieron los brazos al halar los cables del suero, ¿debía desconectarlos? Quizás no, seguramente necesitaba ese suero para reponer energía o sangre perdida.

David trató de quedarse dormido para que se pasara el resto de noche rápido y poder ver a su familia al día siguiente, pero era imposible dormir con tanto frío. Había un reloj de pared justo en frente de su cama. Eran las tres de la mañana con poco más de diez minutos, el segundero sonaba fuertemente y aquel sonido era desesperante.

Sin poder conciliar el sueño, David trató de pensar en lo que pasaría al día siguiente: su madre llorando de alegría al verlo, su padre tan complaciente como siempre, sus hermanos jugando con él y burlándose de la gente del barrio; el lunes sus compañeros de clase lo acosarían para escuchar los detalles del accidente con pelos y señales... después de bastante tiempo de pensar, el muchacho volvió a ver el reloj y el minutero no se había movido ni un milímetro.

No se sentía enfermo ni adolorido. ¿Era necesario quedarse allí acostado toda la noche? Buscó su teléfono celular pero luego recordó que lo había dejado en el bolsillo de su pantalón, y en ese momento estaba vestido con un pijama blanco, sobre la cual llevaba una túnica de enfermo de color verde claro.

No quería estar ahí, así que se sentó, decidido a irse.

Miró sus brazos y luego sus piernas, luego su torso, tocó su cuello y cabeza. No encontró heridas. ¿Dolería mucho simplemente halar sus cables y caminar un poco?

Antes de darse cuenta de lo que hacía, había desconectado los cables y era agobiado por un dolor punzante que retumbaba hasta su cráneo.

David se levantó y estiró sus músculos. Estaban débiles y adoloridos; sería mejor caminar despacio.

El reloj marcaba la misma hora. David se preguntó si estaría dañado y salió del cuarto.

Estaba oscuro afuera. Las puertas de todos los cuartos a la vista estaban cerradas y el pasillo era demasiado largo para caminarlo con paso tambaleante. Todo era azul... los pies descalzos del chico resonaban contra el helado suelo a cada paso que daba.

Aceleró el paso. El final del largo, largo pasillo parecía seguir tan lejos como había estado desde que David saliera de la habitación. Hacía mucho frío y el chico no podía ver bien en la oscuridad azulada de la madrugada.

Ahora corría.

¿Nunca llegaría al final del pasillo? ¿Por qué parecía que no avanzara tan sólo un centímetro por más que luchara por correr?

Todas las puertas eran iguales. David simplemente corría y corría, mientras el segundero del reloj de su habitación resonaba con fuerza, como los latidos del corazón de un gigantesco demonio que hubiera poseído el edificio del hospital y descansara dentro de sus paredes. A David le faltaba el aire en sus pulmones, su cabello estaba empapado de un sudor frío, como el de la peor pesadilla febril.

Algo andaba terriblemente mal en ese lugar, algo se sentía incorrecto, maldito... ¿qué era? David entendió que no estaba realmente en el hospital...

Sin embargo, al golpearse contra la pared del siguiente pasillo, se percató de que se equivocaba. Aquella parte del hospital también estaba oscura. A lo lejos se escuchaban las voces de dos personas que discutían.

—Hazle feliz. Sé un caballero —susurraba una mujer—; si no entiendes un principio tan simple, ¿qué nos hace superiores a las creaturas y a los humanos?


los oniromantes: el navegante de las pesadillas Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora