7. Revelación (b) Hypnofobe y Phantofobia

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David se quedó sin aire y pudo sentir cómo su pierna colgante empezaba a sacudirse. El brillo en los ojos de esa mujer era difícil de descifrar. Sus labios pintados de púrpura eran sensuales.

Era vagamente tranquilizador ver para variar a una creatura con apariencia humana... así supiera que tal apariencia en un lugar como aquel tenía que ser una señal de peligro evidente y escandalosa.

—Buenas noches, Phantofobia —respondió David, aplicando el mismo nivel de cortesía y buenas maneras—. Me halaga su bienvenida y aún sin el té lo considero suficiente hospitalidad.

Ella se cubrió la boca con el dorso de la mano y rió, como si David hubiera dicho un disparate y no pudiera contenerse. Pero el chico intentaba recordar algo: ¿qué le parecía tan familiar de esa mujer?

—¡Oh! Tendré mucha más hospitalidad contigo, joven visitante —aseguró Phantofobia y había un matiz muy peligroso en su voz—; hoy en día no recibimos tantas visitas como quisiéramos. Mucho menos de chicos tan jóvenes y encantadores.

El corazón de David dio un salto. ¿Qué tan poderosa sería? ¿Podría defenderse de ella cuando el momento llegara? ¿Cuánto más se pospondría tal momento?

Pero entonces David supo qué era lo que encontraba familiar en Phantofobia: le recordaba a su amiga Ruth.

De hecho, la vestimenta de la mujer era casi igual al disfraz de día de brujas que Ruth había portado orgullosamente el año pasado. Por un momento, David imaginó la máscara del payaso Pennywise que su amiga había usado el año pasado y casi esbozó una sonrisa, extrañaba tanto a su amiga... a pesar de que la hubiera visto hace menos de un día, la extrañaba con todo su corazón, porque era una parte muy importante de su ser.

—¿Cómo te has atrevido? —gruñó Phantofobia entre dientes mientras se quitaba del rostro la máscara que David involuntariamente le había puesto sobre la cara.

—¡Lo siento, yo...! —se apresuró a decir.

—¡Vas a pagar por esto! —rugió Phantofobia, creyendo que David había intentado reírse de ella— ¡Mocoso estúpido! ¡Bolsa de carne putrefacta!

Sin pensar en lo bizarro que era un insulto como "bolsa de carne putrefacta", David echó a volar por el pasillo. Horriblemente, todavía tenía un brazo pegado al pecho y un trozo de ladrillo pegado al zapato.

—¡Pennywise! ¡Maldito gusano! —bramó la mujer—; ¡Pennywise! ¡Quieto ahí!

David frenó en seco. Ya no podía moverse, ni siquiera parpadear. Phantofobia estaba lívida de rabia. Sin embargo, David no llegó a saber que iba a hacerle porque en ese momento una ruidosa explosión resonó en algún lugar y ella se sobresaltó.

—¿Hypno? ¿Hypnofobe? —Llamó la mujer, nerviosa—; ¿escuchaste eso? ¿Me oyes?

Un grito amortiguado fue la única respuesta de éste. La mujer se fue corriendo por el pasillo como si se le hubiera olvidado que David estaba allí.

—¡Los Spadaccinos! —gritó Hypnofobe desde algún lugar, su voz estaba llena de pavor—. ¡Están aquí! ¡Los humanos están aquí! ¡Son más de una docena!

¿Humanos? ¿Sería posible que alguien hubiera venido a rescatarlo?

¿Sería acaso Filideus? Aunque David todavía estuviera rodeado de creaturas extrañas que lo miraban dubitativamente como si no supieran si quedarse vigilándolo o seguir a Phantofobia que se había ido corriendo, la idea de que el señor estuviera allí lo llenaba de esperanza.

Levitando como si no hubiera habido interrupción, David siguió en dirección opuesta a la que tomó la mujer, es decir, siguió el camino por el que iba. Dos sombras negras y un Negate lo siguieron y los otros se fueron tras la mujer.

los oniromantes: el navegante de las pesadillas Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora