19. Interludio: una visión de otro mundo 3

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Ruth quiso acercarse y abrazarlo con todas sus fuerzas. Sentía que su corazón se llenaba repentinamente de su olor, de su calidez y que lloraba intensamente. Sonreía, reía, se carcajeaba como una niña; pero ningún sonido salía de ella, ni se aproximaba más a él aunque quisiera. En ese lugar solamente era una observadora.

David trotó por el pasillo con una astuta sonrisa.

En el primer piso se escuchó una explosión; rió entre dientes mientras se dirigía corriendo al tercer piso. Ruth lo siguió.

Había un cuarto lleno de muñecas antiguas; un gran carrusel de madera descansaba en otro, ligeramente empolvado, pero David pasó de largo y se dirigió a un cuarto cuya puerta era doble.

Ruth se quedó sin aire.

Había una mujer de cabello rojo amarrada de cabeza a un hexágono de madera que colgaba de gruesas cadenas de acero. Abajo había un cilindro de cristal de unos tres metros de alto y apenas medio de ancho. Estaba repleto de agua. Parecía algún macabro truco de magia.

David se paró justo frente a la mujer y habló pausadamente, pero su voz estaba cargada de cierto poder desconocido.

—Todo termina hoy, en esta noche.

La pelirroja se removió en su lugar; su vestimenta estaba compuesta por un leotardo de cuero negro, una falda de seda roja, botas y un largo velo de encaje negro que colgaba de su cabeza como un péndulo.

—Por favor —suplicó ella entre dientes. Le faltaba el aire—. Sálvame.

—Yo te salvaré. Vine a salvarte.

—Pronto despertaré.

David no contestó de momento, hasta que escuchó el ruido de las alas de las polillas, viniendo desde el segundo piso.

—Terminaré con esto pronto. Mientras tanto, descansa un poco.

Se giró sobre sus talones y corrió lejos de la habitación. Ruth lo siguió.

Llegó al segundo piso y atravesó el pasillo rápidamente. Abrió una puerta y siguió de largo; abrió la siguiente y entró. Se paró cerca de la pared y cerró los ojos. Un mueble de madera se materializaba a su alrededor con un sonido eléctrico. El suave siseo de la multitud de polillas se acercaba.

Pasaron de largo y no se fijaron en la habitación. El mueble desapareció con el mismo sonido y David se apresuró a investigar la alcoba.

Era un cuarto de huéspedes. Había un ropero, una lámpara y una cortina blanca que cubría la ventana. Era el lugar más simple que Ruth había visto en toda la casa.

David miró bajo la cama y retiró la cortina con impaciencia. Finalmente se aproximó con cautela al ropero y cerró los ojos. ¿Pretendía abrir el ropero o temía que algo se escondiera dentro de él?

Respiró profundo y abrió de golpe la puerta. El ropero no contenía ropa en absoluto. En su interior había una masa blanca y pegajosa compuesta por delgados patrones circulares; David arrojó algo dentro del mueble y, de alguna forma, prendió fuego al nido de las polillas.

Se apartó de un salto y corrió fuera de la habitación. El armario se abrió de par en par y se partió en dos, como si algo en su interior se hubiera abierto paso para salir. Eran dos enormes manos más grandes que las puertas del armario, y luego, una horrible cabeza con muchos ojos y muchos colmillos, y cabello mohoso. La demoniaca criatura reptaba en cuatro manos por el suelo y salía de la habitación en busca de David.

Ruth siguió a David, temerosa, angustiada y ansiosa. Él subía corriendo las escaleras del segundo piso y giraba hacia la habitación de la mujer y el recipiente de agua. Chasqueaba los dedos mientras corría por el pasillo, una y otra vez; el chasquido de sus dedos producía un eco retumbante y seco en el suave papel tapiz de las paredes y en el terciopelo rojo del tapete.

Cuando llegó a la puerta, se volvió hacia el pasillo y se quedó allí, de pie, solo en la oscuridad.

No estaría solo mucho tiempo. El suave zumbido que resonaba cada vez más cerca anunciaba la proximidad de la multitud de polillas, que en efecto aparecieron doblando la esquina del pasillo y volaron furiosamente hacia el muchacho.

Pero David no se movió de momento. Simplemente las miró acercarse, impasible, con la tranquilidad de un monje. Cuando las primeras estuvieron lo suficientemente cerca de él, chasqueó los dedos de ambas manos a la vez. Ruth se quedó sin aire.

El pasillo entero se inundó de fuego de atrás hacia adelante; las llamas seguían uno por uno los lugares donde David había chasqueado los dedos, formando una intensa espiral incandescente. Las polillas se prendían en llamas y eran consumidas rápidamente hasta hacerse cenizas.

En pocos segundos todas habían desaparecido, dejando como único rastro un colosal rastro de polvo negro sobre la alfombra.

—Me alegra que no me toca barrer esto —comentó David con humor y entró a la habitación. Ruth lo siguió.

La mujer seguía allí colgada, pero el agua del recipiente había desaparecido. Parecía más despierta y mucho más asustada ahora. Se sacudía y balanceaba en su prisión; las cadenas chirreaban ruidosamente.

—¡El agua estaba en llamas! ¡Se quemó! —gritó mirando a David, como si quisiera ayudarle así fuera contándole ese detalle.

—¡Gracias por contarme! —respondió David cortésmente—. Debo pedirte algo: ¡si te caes, procura caer con las manos! —Miró hacia la puerta y añadió—, ¡y no te asustes cuando entre esa cosa!

El engendro que Ruth había visto salir del ropero entró caminando a cuatro manos. La mujer ahogó un grito y se mordió el labio con fuerza, como si la mera visión de la blanca y horrenda criatura le causara dolor. David fijó sus ojos en la criatura y entonces, algo sorprendente sucedió: su brazo, desde el codo hasta la punta de sus dedos, se removió como si estuviera hecho de gelatina y unos dedos invisibles lo moldearan hasta darle la forma de la afilada hoja de una espada.

David corrió hacia la criatura, la cual a su vez corrió hacia David. Ambos saltaron, el uno hacia el otro; o eso parecía, sin embargo David paró en su lugar y extendió las manos hacia los lados acariciando el aire a su alrededor; era como un mago, como si pudiera manejar fuerzas invisibles que solo él podía ver.

Un resplandor apenas perceptible llenó el aire del lugar, era verde o azul, y su tinte parecía provenir de un mundo muy lejano, de un planeta apartado en el cosmos. No permaneció allí mucho tiempo; se sostuvo en el aire por unos segundos y luego la escena completa se llenó de fuego brillante. Ruth no pudo ver nada más, pues tras el fuego todo se hizo oscuro de repente y sintió que caía y caía en las tinieblas.

Sintió su pierna lanzar una patada por debajo del pupitre en su salón de clases. Escuchó las risas disimuladas de los alumnos que estaban a su alrededor y habían notado que se había quedado dormida. Percibió el olor a tinta de marcador sobre el tablero del salón de química y el producto limpiador con el que habían limpiado la ventana que estaba a su lado. Abrió los ojos. Todavía veían el color verde y azul de aquella surreal luz que había llenado la extraña escena.

Miró al compañero que había justo a su lado, pero este la ignoró y miró hacia el tablero, como si quisiera fingir que no se había estado riendo. Cretino.

Luegomiró al profesor; estaba demasiado lejos y la intensa luz verdiazul no se habíamarchado de sus ojos lo suficiente como para que pudiera verle la cara, perosupo que este le había lanzado una mirada de reproche. Desde luego, era lamejor estudiante de química de todo el curso, no esperaba tanto descaro de ella.    

los oniromantes: el navegante de las pesadillas Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora