22. Yo estoy contigo (a) no lo olvides

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—Siempre te amé —repitió Ruth, arrodillada en el suelo junto a la cama de David, deseando con todas sus fuerzas que él de verdad pudiera oírla. Sus ojos estaban llenos de lágrimas rebeldes—. Pensaba decírtelo el día de tu cumpleaños. Quería llevarte a solas con cualquier excusa tonta antes de darte tu regalo y decirte todo lo que sentía. Tenía miedo de arruinarlo, miedo de que no sintieras lo mismo que yo, miedo de que me dijeras que te gustaba otra chica... pero había escogido ese día para correr el riesgo y hacerte saber todo lo que eres para mí. No he dormido desde entonces... me siento como una tonta porque te tuve a mi lado por casi quince años y no fui capaz de decirte nada, y el día que quería hacerlo perdí la oportunidad, quizás para siempre...

Ruth apretó con fuerza el paquete que había traído para él.

—Nunca te dije tantas cosas que debí decirte... de pronto creía que tú ya lo sabías, o me convencía a mí misma de que así era; que todos los días habría un día más para decirte lo que sentía por ti.

Ruth tomó aire y se limpió las lágrimas cuidadosamente con los dedos.

—¿Sabes? Cada día de mi vida sentí que estaba sola. No importaba que estuviera rodeada de gente... ni siquiera si esas personas me amaban o yo las amaba. Estaba sola... era como si estuviera atrapada en una dimensión diferente, como si fuera un astronauta que contemplaba el mundo desde el espacio... siempre, desde que era una niña, me sentí justo así, excepto cuando estaba contigo. Tú me entendías de verdad; cuando tú me veías, me querías cuán débil y solitaria era por dentro y yo... yo te veía como mi cómplice, como la otra mitad de un equipo de dos personas al que solo tú y yo pertenecíamos. No importaba quiénes estuvieran a nuestro alrededor, era como si tú y yo tuviéramos un pequeño universo que solo habitábamos juntos. Podía verte en la distancia, sentirte... era como si el mundo entero fuera una película en blanco y negro pero tú y yo estuviéramos a color y así nos encontráramos sin importar qué tan lejos estuviéramos. Eras... eras el ying de mi yang, la oscuridad dentro de mi luz que me incitaba como un pequeño duende malvado a ser yo misma, ser feliz y dejarme llevar; pero también eras el yang de mi ying, la luz que le daba alas a mis sueños y me invitaba a volar hacia el cielo más puro. Por eso yo quería...

Ruth sollozó mientras abría el paquete y sacaba una pequeña manilla. Eran dos delgadas cuerdas, una blanca y una negra, que se entrelazaban cariñosamente, como si una abrazara a la otra, adornada con pequeñas estrellas de plata que llegaban a un medallón circular que estaba compuesto por dos formas separadas: una luna y un sol. Al respaldo estaban grabadas dos palabras: Nuestro Mundo.

—Yo quería darte esto en tu cumpleaños —dijo, pero su voz se quebró y rompió a llorar—. Los hice yo misma... y sé que es tonto pero... yo quería que te demostraran lo que eras para mí; quería tantas cosas... como ser tu novia, salir contigo en navidad, ir juntos a aquella cafetería a la que siempre quisimos entrar y beber una...

Ruth no pudo hablar más. Se cubrió la cara con las manos. Las lágrimas caían y caían por sus mejillas, empapando su rostro. Era un llanto silencioso. Sabía que no podía hacer demasiado ruido o la sacarían de ahí.

Después de un corto tiempo de llanto, se sintió observada. Levantó la mirada hacia la pequeña ventana de la puerta, preocupada de encontrarse con la enfermera, pero en su lugar vio a la misma ejecutiva de la sala de espera. Cruzaron miradas con cierta incomodidad y la mujer siguió caminando.

Ruth miró el reloj. El tiempo de visita ya había terminado.

—Estuve pensando. Quiero que tengas tu regalo de cumpleaños —dijo y tomó la mano de David con delicadeza—. Espero que te guste y que sea lo primero que veas cuando despiertes. —Abrió el broche de la manilla y la ató suavemente a la muñeca izquierda del chico—. Yo también usaré la mía —sacó una segunda manilla del paquete, exactamente igual a la primera y se la puso en su propia muñeca derecha—. Será lo primero que vea cada mañana cuando despierte. ¿Sabes por qué?

La enfermera acababa de llegar a la puerta y Ruth podía verla por la ventana, así que se acercó al oído del chico y le susurró lo último que quería hacerle saber antes de que la sacaran de la habitación.

—Porque todavía soy parte de este equipo de dos personas. Por eso quiero que sepas que como tu compañera y como tu cómplice, dondequiera que estés, incluso aunque no hayas escuchado nada de lo que te dije, yo estoy contigo.

La enfermera entró a la habitación y Ruth tuvo que ponerse de pie, no sin antes repetir por última vez, sin importar que la oyeran, las palabras que quería que David supiera desde ahora y para siempre.

—¡No lo olvides! ¡Estoy contigo!


los oniromantes: el navegante de las pesadillas Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora