12. El monstruo del armario (c) enfrentamiento

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El niño gritó desde su lugar, gritó despavorido y su grito resonó en el aire, en el suelo y en toda la casa que se estremeció como si hubiera un terremoto.

—¡TRANQUILÍZATE! ¡RECUPERA LA CORDURA! —gritó David, pues de alguna manera sabía que la casa sólo temblaba por el ataque de pánico del niño—. ¡ESTOY AQUÍ! ¡ESTOY AQUÍ!

No lo resistió más y cayó al suelo. Todo se sacudía con tanta fuerza que no podía ponerse en pie. Los tres monstruos caminaban hacia él... ávidos de absorber su miedo, tentados especialmente por su presencia inusual en aquella casa en la que habían vivido por tanto tiempo.

—¡MÍRALOS DE FRENTE! ¡NO TEMAS Y ASÍ NO TENDRÁN PODER SOBRE TÍ!

Pero el niño no paraba de gritar y gritar con una terrible voz aguda que parecía estar a punto de reventar el suelo y los cristales de las ventanas. Todo se sacudía de tal forma que era como si la fuerza de gravedad hubiera perdido su foco y no supiera hacia dónde empujarlos.

David decía la verdad la verdad. Aunque los Somnostigios eran peligrosos, no tendrían poder sobre aquel que no temiera y los enfrentara, o al menos eso decía el libro que Lori le había prestado. Pero ese chico tenía tanto miedo... y las tres figuras avanzaban hacia ellos, estaban a pocos metros cuando...

—¡BASTA! —David había logrado poner un pie en el suelo de alguna manera y ahora corría irresponsablemente hacia los tres monstruos.

Era difícil correr y David ni siquiera sabía dónde era arriba y donde era abajo, pues todas las dimensiones del lugar parecían haber desaparecido. Todo lo que David veía era a los tres monstruos al final de su visión de túnel: ¡los enfrentaría y los derrotaría!

Los monstruos se cernieron sobre David, pero éste levantó su mano furiosamente, guiando su propia energía que lucía como una planta carnívora de luz que se cerraba sobre ellos y luego cerró los ojos. El lugar se llenó de fuego.

El pequeño Alejandro levantó la mirada y vio que los enormes y aterradores monstruos se habían desvanecido. De hecho, ¿habían estado ahí alguna vez? ¿Había existido la enorme mole de aspecto pesado y destructivo, o la bestia de los colmillos sedientos de sangre? En su lugar, había tres figuras humanoides de tamaño normal, cubiertas por capuchas negras.

—Siempre supe que eran Sadokas —les dijo David, sin preocuparse demasiado, pues estaba separado de los demonios por una gruesa llamarada que incendiaba el suelo—. Recordé que odian el fuego así que... bueno, ya sabes...

—¿Qué haces en la mente de alguien más, joven y débil humano? —bramó uno de los Sadokas—. ¿Buscas una mala muerte?

David sonrió despreocupadamente.

—Tal vez la tuya si eso significara salvar a este chico.

Pero los Sadokas no parecieron intimidados.

—Ésta no es tu casa. Somos los dueños de esta mente.

Un soplo de aire frío proveniente de algún lugar apagó hasta la última chispa de las llamas y una cuarta creatura apareció superpuesta a los Sadokas. Era un horrible gigante de sombras, deforme y conformado por fragmentos asimétricos de las tres figuras que habían proyectado antes.

El niño sollozó, David retrocedió unos pasos para interponerse entre éste y el gigante, que avanzaba despiadadamente hacia ellos. David percibía la energía de la casa alimentar al gigante y hacerlo cada vez más solido.

—Míralos de frente para que no vuelvas a temer. ¡No se te ocurra esconderte debajo de esa cobija! ¡Míralo de frente y así desaparecerá el miedo!

El niño no respondió, pero tampoco se escondió entre sus cobijas.

El monstruo rugió. David suspiró: tenía miedo, pero sabía que tal monstruo no existía, eran sólo Sadokas. Entonces corrió hacia adelante y saltó peligrosamente hacia la enorme creatura para propinarle un buen puñetazo en el mentón. Lo golpeó y lo derribó con gran estruendo.

La imagen del monstruo desapareció entre pedazos de cristal evanescentes y los Sadokas quedaron allí de pie, desprotegidos y pasmados; y luego furiosos.

Un Sadoka se deslizó sigilosamente hacia un lado mientras otro se apresuraba a atacar a David con sus brazos largos y sus manos como garras. Pero éste se elevó rápidamente hacia arriba e imaginó que su mano se hacía delgada y filosa como la hoja de una espada que iniciaría en su codo, y estiró su brazo varios metros hasta alcanzar al sorprendido espectro que lo había atacado.

La hoja se hundió en él tan fácil como si estuviera hecho de pudín, y tan pronto fue atravesado, soltó un grito agudo y desgarrador antes de deshacerse en una nube de polvo negro que se desperdigó por el suelo de la alcoba.

El otro Sadoka que estaba a la vista pareció intimidado, pero no tardó en lanzarse hacia David extendiendo sus largas y fantasmagóricas manos para desatar una extraña nube de humo que parecía estar vivo.

David se dejó caer hacia un lado y de nuevo puso sus pies en el suelo. Después, corrió hacia su oponente, listo para atacarlo con su espada, pero un extraño sonido lo detuvo.

El humo que flotaba cerca del techo se expandía. Un torrente de brazos y manos de sombras descendieron hacia David. Éste intentó protegerse con su arma, pero el corte pasó de largo.

Todo era una ilusión.

El Sadoka aprovechó el momento y saltó sobre David, hundiendo sus garras en los hombros de éste, que se mareó al instante y su mirada se emborronó.

Odiaba sentir mareo. No soportaba esa desagradable sensación que lo hacía creer que iba a morir, pero al estar en las garras del espectro lo entendió: nada de esto era nuevo para él, y no era nuevo para nadie en su mundo. Lo que vivía este chico era algo típico de las mentes humanas: si algo estaba mal contigo siempre aparecería algo secundario para aparentar importancia y llevarse la atención para que aquello que fuera importante nunca fuera arreglado. David se preguntó si los seres humanos vivíamos todo el tiempo distraídos por emociones colaterales que nublaban nuestro juicio y dejábamos descuidadas nuestras emociones principales. Supo que tenía que hacer algo ahora mismo o sufriría las consecuencias: quizás se quedaría en esa casa para siempre.

Imaginó que varias puntas de metal brotaban de su espalda y hombros para chuzar al Sadoka. Instantáneamente, el espectro lo soltó, e hizo lo posible por alejarse de él y de las puntas.

A pesar del mareo, David aprovechó la confusión del Somnostigio, y corrió hacia él, blandiendo su brazo espada, que rebanó su cabeza de un solo tajo. Al igual que el primer Sadoka, se desvaneció en una nube de polvo negro.

El tercer Sadoka no estaba cerca de él. ¿Dónde estaba entonces?

David registró la habitación con la mirada y un escalofrío subió por su columna vertebral cuando logró ubicarlo: las manos del Sadoka estaban a centímetros del cuello de Alejandro.

Salió disparado hacia él y nuevamente su vista se emborronó en una visión de túnel. De alguna forma logró atrapar el brazo del niño y lo haló con todas sus fuerzas para lanzarlo lejos del peligro.

El niño rodó varios metros, como una pelota de fútbol que gritaba y se quejaba, pero no había tiempo de preocuparse por eso: el Sadoka se cernía sobre David nuevamente y éste sabía que tenía que pensar algo rápido y derrotarlo ahora...

Y entonces el Sadoka se detuvo en seco.

David había pensado nuevamente en fuego: una pequeña bola de fuego que había imaginado entre su mano libre y que había hundido en el pecho del Somnostigio, que había quedado tieso en su lugar, incinerándose de adentro hacia afuera hasta que su cuerpo desapareció lentamente entre polvo negro...

La atmosfera de la habitación cambió de repente. Fue como si el calor y el oxígeno hubieran faltado durante mucho tiempo en el lugar y una oleada descendiera desde el alto techo, derramándose como agua por las paredes hasta el suelo.

Había una llave dorada justo donde el segundo Sadoka había sido derrotado; David la recogió y la guardó en su bolsillo. El niño seguía en el suelo, adolorido y mudo, con sus mejillas y manos raspadas.

David respiró profundo. Podría llamar a eso una victoria. Había salvado a un ser humano esa noche.

los oniromantes: el navegante de las pesadillas Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora