1. Primer y último día (d)

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Ahora se encontraba en su lugar favorito, caminando sin deseos de caminar solamente para confundir a los celadores que ya se habían percatado de su presencia y de que no pensaba marcharse, o de que al menos pensaba quedarse allí todo el tiempo que le fuera posible para evitar regresar a su casa.

Eran las 6 de la tarde.

Los cuadros y esculturas lucían particularmente tristes. Miraban a David con melancolía, como si estuvieran dándole aquella despedida que nadie le daría verbalmente.

David no sólo estaba triste, también confundido, ¿debía volver a casa? ¿Estarían preocupados sus padres? ¿Todavía estarían peleando? ¿Qué habrían hecho Mateo y Ángela? ¿Lo encontrarían allí?

La respuesta a la última pregunta llegó rápidamente. En cuanto los celadores lo echaron del sitio porque era hora de cerrar y se sentó en las escaleras de la entrada.

A los diez minutos, David pudo ver llegar un carro, una Toyota roja y nueva. Sabía perfectamente de quien era:

-Hola Clara -saludó con desgana cuando la vio bajar de la camioneta.

-No pareces feliz de verme -observó ésta y bajó del auto. Ángela estaba con ella.

-Simplemente no tengo afán de volver a casa, eso es todo, ¿cómo está Mateo?

-¿Tú qué crees? -respondió-. Sabes bien que Mateo es una persona muy susceptible.

-Mamá y papá deben estar furiosos conmigo. No es que me importe... cómo sea.

-No sé, más parecían estar preocupados -respondió Clara poniéndose la mano en un costado de la cabeza, que le dolía-; pero no creo que les haga ninguna gracia el hecho de que te fueras así.

-Mmmm.

-Yo quise hacer lo mismo, créeme -Ángela se acercó a David y se sentó a su lado abrazándolo-, sólo que tú sí tuviste el valor para hacerlo...

-Yo lo hubiera hecho también -agregó Clara con una sonrisa, mientras el sol hacia brillar su cabello hasta los hombros de un color rojo intenso-, sólo que no hubiera terminado en este lugar... ¡Art Lounge!

-¿Cómo supieron que estaba aquí? -preguntó el chico.

-Ruth nos dijo que te había visto correr. Corrió tras de ti pero no te alcanzó porque tomaste un taxi -explicó Clara-. Nos dijo que estarías aquí.

-Tuve suerte de traer dinero por mi cumpleaños -murmuró David con amargura.

-Esa niña está muy preocupada, llámala -empezó Ángela-; y Pablo... está pálido, ellos te quieren mucho.

-¿Dónde están? -preguntó David.

-Están acompañando a tu hermano -dijo Clara-, mi papá está con ellos.

-Vamos a casa, David -le pidió su hermana, con dulzura.

En cuanto abrieron la puerta del auto, David empezó a escuchar un leve pitido, de esos que suenan cuando el silencio total es quebrantado por algo. Las luces nocturnas de la ciudad se filtraban por las ventanas creando pequeños remolinos de colores a través de los cristales.

Cuando iba a subir un pie en el auto, David se detuvo y dejó que su hermana entrara primero al vehículo; luego la siguió y se sentó, cerrando la puerta tras de sí, y adquiriendo repentinamente una horrible sensación de vacío. Seguramente fuera el hecho de que pronto vería a sus padres de nuevo.

Ahora las cosas parecían tranquilas, pero la muerte aguardaba sigilosa entre la confusión donde solamente faltaba la nota final de aquella larga melodía.

los oniromantes: el navegante de las pesadillas Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora